Todas las mañanas de mayo le traemos a María Santísima nuestras flores, amapolas de los caminos, lino celeste de los campos, azafranes de oro entre espigas de trigo, y rosas de vivos colores. En este día XIX del mes queremos poner a cada una de ellas a las puertas del Corazón Inmaculado.
La filosofía aristotélica nos enseña que los cinco sentidos del cuerpo son las puertas del espíritu, y en el alma nada se encuentra que no haya pasado antes por alguna de ellas. El paraíso de Dios, ese huerto cerrado, Mística Ciudad amurallada, es el Corazón de María, y sabemos que nada malo pudo pasar jamás por estas cinco puertas, que por esa razón fue, es y será siempre: Inmaculado.
A los ojos de María le ofrezco un ramo de rosas. Para Dios, Ella es la Niña de sus ojos, y en perfecta correspondencia por esta predilección, los ojos de la sierva siempre están fijos en las manos de su Señor.
Desde que abrió sus ojos a la luz la niña María, la que después eligió la mejor parte, contemplando toda su vida a Jesús; ojos llenos de luz divina que iluminan nuestras almas porque Sonsoles. Le suplicamos: vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y guárdanos en tu retina como nos muestras en Guadalupe.
Abogada nuestra, educa nuestra mirada antes que sea demasiado tarde, como le pasó al Rey David, o a nuestra madre Eva, que cedió a la tentación seducida por el bello aspecto de la manzana. Para redimir esas faltas, tú, la nueva Eva, tuviste que contemplar el fruto de tus entrañas clavado en el leño de la Cruz.
Los oídos de María escuchan admirados en el silencio la voz del Ángel cuando el Verbo de Dios se hizo carne. Sus oídos están siempre atentos a las inspiraciones de Espíritu, que como el viento no se sabe de dónde viene ni a dónde va, por eso le traemos el susurro musical de las flores del campo mecidas por la brisa. Atentos a la voz de San José y a las de palabras de su Hijo, que guardó siempre en su Corazón. Oídos alertas ante las carestías de los hogares o las desgracias familiares, para interceder ante su Hijo advirtiendo dónde no tienen vino o se acabó la caridad.
Su oído finísimo está atento a los gemidos inenarrables de quienes en el dolor solo atinan a llamarla: «Madre». Y si la Fe llega por el oído, Ella como nadie la acogió. Cerro su alma al bullicio mundano y estuvo atenta a recibir la sabiduría no escrita que le trasmitieron sus Padres, ese saber que se llama tradición.
Otra puerta del alma de María que es la nariz, ponemos un ramillete de jazmines y nardos flores muy aromáticas ante nuestra Madre del cielo, que desde su nacimiento fue para Dios un alma de suavísimo olor. La nariz le sirvió para alejarse de todo aquello que por su corrupción es nocivo para la salud del cuerpo, y también para preservar de toda corrupción su alma. Con nuestro ramo en la mano le suplicamos que aleje de nosotros los aromas mundanos, que con sus frivolidades vehiculan venenos mortales para la gracia.
Sus manos expresan el tacto delicado de su Corazón, por eso ponemos en ellas un ramillete de las delicadas flores de lino, en esas manos que con el huso hilaron y en el telar tejieron la túnica inconsútil que cubrió el cuerpo humano de su Hijo divino, y hoy pretenden hacer girones.
Una gavilla de espigas para esas manos que amasaron el pan de cada día en Nazaret y con sus cuidados nos prepararon al que fue nuestro Pan de vida de cada eucaristía.
Las manos de la Theotokos, Madre de Dios, que en Belén abrazaron al Niño Jesús llegó al mundo como la luz a través de un cristal. Manos que le acunaron en aquella noche fría y en sus primeros pasos le sostuvieron; de prima bondadosa y caritativa con la anciana Isabel; manos consoladoras en la agonía de San José; manos hacendosas en Caná. Valientes manos cuando llegaron los misterios dolorosos, firmes y resignadas al pie de la Cruz, manos de la Piedad trémulas y tensas, manos que le amortajaron y depositaron en la sepultura para luego abrazarle y acariciarle después de la Resurrección.
Pidamos perdón por tantas veces que pusimos las nuestras al servicio de odios y amores desordenados, por tantas obras que no fueron fruto de una Fe viva y sino de una caridad muerta. Por tantas veces que perezosas pecaron por omisión, avarientas solo acumularon o tomaron en posesión aquello que no era suyo.
El sentido del gusto es otra puerta de acceso al alma de María. Por eso le ofrecemos unas flores de dorado azafrán, condimento fino y delicado, para quién amaba sobre todo el silencio mas valioso que el, y de quien conservamos únicamente palabras justas que para cada católico son todo un programa de vida. Azafranes que condimentan y aderezan las oraciones de toda la Iglesia.
A los pies de María pongo las de amapolas que florecían a lo largo de los senderos por donde iba cum festina, urgida por la caridad, para atender a su prima anciana, que compartía con Ella el milagro de ser Madre. Si por donde los santos pasan se va quedando Dios ¿que no será por donde María va dejando las trazas de sus plantas, la huella de su caridad? Son los pies de Alguien que conoció como nadie al que era el Camino y día a día lo siguió, hasta que posados en una nube, miríadas de angelitos al cielo se la llevó.
Te pedimos Madre que no nos desviemos del Camino de quien es Verdad y Vida, que aunque sea muchas veces difícil y cuesta arriba, es el único que nos lleva a destino. Madre querida, fortalece los pies de tantos paralíticos que no pueden andar el camino de la fe o se pierden en los malos caminos del error y el vicio. Para que, sanados y perdonados, por tu Hijo puedan llegar a la Patria Celestial, después de la peregrinación por este mundo.
Que cada consagrado al Corazón de María reflexione en su corazón si también sus cinco sentidos de verdad le pertenecen a María.
Y cuando llegue esa hora, por la que te suplico en cada Ave María, la hora de mi muerte, te ruego que, por las flores puestas a hoy a las puertas de tu Inmaculado Corazón, en esta situación aciaga me concedas el perdón por tantas faltas cometidas por el mal uso de cada uno de mis cinco sentidos, la gracia de la Extrema Unción, para que el ángel del perdón al ver la cruz trazada no haga justicia con su espada. Enséñame la guarda de los sentidos para poderte ofrecer ese día mi pobre corazón. Concédeme, por piedad la gracia de una buena muerte, esa gracia tan especial de la perseverancia final y así poder cantar eternamente las misericordias de Dios.
Alma de María, santifícame.
Cuerpo Virginal, purifícame.
Corazón Inmaculado, inflámame.
Boca dulcísima, ruega por mí.
Ojos misericordiosos, miradme.
Manos poderosas, protegedme.
Pies descalzos y modestos, guiadme.
Con oído atento, escuchadme.
De todo peligro, preservadme.
Madre mía, por tu amor, consuélame.
Reina poderosa, gobiérname.
María, por tu dolor, fortifícame.
En tu casto seno, escóndeme.
Hazme siempre confiar en ti y no seré defraudado
En la hora de la muerte, ayúdame.
Con tu presencia, confórtame.
Entre tus brazos, abrázame.
Al Paraíso, llévame.
Cerca de Ti, Ubícame.
Para que te pueda alabar y bendecir, con Jesús.
Por todos los siglos de los siglos. Así sea.
Ave Cor Mariæ.
Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas
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