La esperanza, virtud del presente

La caridad, en fin, será la virtud del Carlismo futuro

Imagen de Carlos Sáenz de Tejada

Proponemos la lectura de un editorial sobre la esperanza escrito por Rafael Gambra, que apareció en el Boletín Carlista de Madrid, núm. 45, septiembre-octubre de 1999.

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Es opinión muy generalizada la de que, en esta época nuestra, cuando se ha establecido en España una democracia plenamente laicista y la propia España se integra sin protesta de nadie en el entramado arreligioso de la Europa Unida, el tradicionalismo político (el Carlismo) no tiene ya cabida ni posibilidad alguna de futuro. Máxime hallándose en una orfandad dinástica [N.B.: ya resuelta, como el propio Gambra admitió al reconocer a Don Sixto Enrique de Borbón como Abanderado de la Tradición] y cuando la propia Iglesia postconciliar o progresista parece adherirse a la democracia moderna y aceptar el que la religión se reduzca al ámbito privado e incluso acepte el papel de «animadora espiritual de la Democracia Universal».

La respuesta a este desánimo de tantos la tenemos en el catecismo de nuestra infancia, aquellos pequeños tratados de teología que aprendimos para luz y guía de nuestra vida. En él se nos decía que la virtud es «un hábito del bien» y que las virtudes se dividían en teologales o infusas (fe, esperanza y caridad) y cardinales o naturales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, y sus derivadas). Estas se pueden obtener por las fuerzas naturales humanas, al paso que las teologales son infundidas por Dios en el alma a través de la gracia (no cree quien quiere sino quien recibe el don de la fe). Las teologales son las más importantes porque son llave de la salvación y porque las naturales difícilmente pueden conservarse y actuarse a lo largo de la vida sin la base de la fe.

Apliquémoslo a la historia del Carlismo. La fe fue la virtud del Carlismo hace sesenta años, en la guerra de Liberación. Con fe ciega y heroica se luchó y se venció. Fe en Dios, fe en la Patria, fe en la Victoria. Lo imposible se realizó. La esperanza debe ser la virtud del Carlismo actual. Cuando nos aparece éste como desfasado y sin horizonte, la esperanza sobrenatural debe mantenerlo para enlazar con el porvenir. La Providencia puede cambiar el decorado histórico en un instante, como sucedió en julio de 1936 en una España en trance de marxistización donde un Carlismo mínimo se convirtió de pronto en una de las principales fuerzas de la victoria.

La caridad, en fin, será la virtud del Carlismo futuro. Cuando haya triunfado con la ayuda de Dios y un Rey de verdad reine y gobierne llamando a todos para la auténtica reconciliación y el retorno de la Patria a sus viejas glorias. Como escribió Menéndez Pelayo, «aún puede esperarse que, juntas las almas por la caridad, torne a brillar para España la gloria del Señor y acudan las gentes a su lumbre y los pueblos al resplandor de su Oriente».

 Rafael Gambra

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