Dictadura mediante tributación (IV)

NO SIRVE DE NADA TENER RAZÓN SI NO TIENES LAS ARMAS

Douglas en Loch Tay Perthshire, Escocia

Si el actual sistema de tributación consistiera –como consiste– en un sistema organizado de robo pero sin ningún otro aspecto objetable, sería, en toda conciencia, injustificable. Pero en los últimos años, y particularmente desde la Guerra, otro rasgo del mismo ha cobrado prominencia, aunque hay muy pocas dudas de que siempre ha sido contemplado. Me refiero al uso del sistema tributario como método de infligir penas sin juicio y a discreción de individuos anónimos.

Como ejemplo de lo que quiero dar a entender yo podría decir que, desde que mis propios esfuerzos para explicar la naturaleza de la tributación han adquirido cierta prominencia, he sido constantemente importunado con varias evaluaciones para el Impuesto sobre la Renta que requieren una gran cantidad de tiempo, gastos y molestias para deshacerse de ellas. Incluso si uno se deshace de ellas, constituyen un serio tributo adicional, ya que resulta inevitable que se emplee asistencia legal cualificada en conexión con las mismas y se recopilen muchos datos; y, por supuesto, el coste de todo esto no se reembolsa.

Sería increíble, si no resultara que es cierto, que un sistema que permite que se realice una reclamación sobre ti, dejando la molestia y los gastos de demostrar que aquélla no está justificada sobre las espaldas de la persona evaluada, y que no es posible ninguna reparación por reclamaciones infundadas, sea tolerado; pero esto es exactamente el reverso de un procedimiento de negocios ordinario, en donde a un reclamante por servicios prestados siempre se le puede poner en posición de probar su reclamación.

El sistema empleado atraviesa el principio fundamental de la justicia británica, en el sentido de que te obliga a declarar contra ti mismo.

Durante la Guerra, tuve algún contacto con el lado más oculto de la política, y se me informó de que el Impuesto sobre la Renta era el dispositivo favorito para penalizar a cualquiera que se hiciere impopular a las autoridades. La misma suma en tributación podría recaudarse mucho más baratamente y con infinitamente menos fricción mediante impuestos simples, como los Impuestos sobre Ventas, u otros dispositivos sencillos, incluso si se concede –lo cual, por supuesto, no es el caso– que la tributación sea necesaria.

La reciente Comisión sobre la simplificación del Impuesto sobre la Renta declaraba que muchas de sus disposiciones eran «francamente ininteligibles para ellos, y que sólo la hábil administración de los funcionarios de la Agencia Tributaria las había hecho viables». Esto es exactamente lo que se pretendía que fueran, dejando así el poder sobre el individuo a efectos tributarios en manos de la burocracia.

Lord Hewart de Bury, el Señor Juez Presidente, ha prestado un servicio inestimable al llamar la atención sobre esta particularmente objetable forma de tiranía.

Pero no habrá alivio alguno de la misma mientras se permita que el poder político descanse en manos de la oligarquía que nos domina hoy día.

He dedicado una buena parte de mi tiempo y del vuestro esta noche en señalar –y espero haberlo señalado más allá de toda posibilidad de discusión– que, lejos de ser gravados por nuestra pertenencia a un emprendimiento potencialmente próspero, deberíamos estar recibiendo dividendos; y la razón por la que no estamos recibiendo dividendos es que muchos de estos dividendos, cuando los necesita, se los anexa la finanza internacional, mientras que los restantes son ocultados en reservas invisibles, de tal modo que, por falta de los mismos, se nos pueda hacer siervos del banquero, y que, por medio de la privación económica y la tributación, pueda éste penalizar cualquier rebelión contra su dominio. Pero yo repetiría una frase que he citado al principio de mi discurso: «No sirve de nada tener razón si no tienes las armas».

Permitidme enfatizar lo que quiero decir a este respecto, porque yo he sido acusado de abogar por la rebelión contra el Estado. Nada de eso. Lo que os estoy diciendo es que, o bien vosotros sois el Estado y podéis cambiar lo que no os guste, o por el contrario el Estado es vuestro enemigo; y todos los poderes del Estado derivan de vosotros, y se os han usurpado en la medida en que se los ha separado de vosotros. Estoy seguro –con una seguridad que nada la hará temblar– de que, en primer lugar, una genuina democracia de política es la base fundamental de la asociación, y de que ninguna asociación que esté en desacuerdo con esta idea puede continuar.

Por tanto, el primer requisito es meter en vuestra conciencia –como una fuerza motriz, impulsora, viviente– que éste es vuestro país; y que las condiciones en él son de vuestra responsabilidad; y que los funcionarios del Gobierno son vuestros servidores y no vuestros maestros; y que, cuanto antes se les diga esto en términos inequívocos, mejor será para vosotros y mejor será para ellos.

(Continuará)

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