Milei, el personaje y el político

EL PERSONAJE ES POLÍTICO Y VICTORIOSO, Y COMO POLÍTICO HA HECHO LO QUE HACEN TODOS LOS POLÍTICOS

Javier Milei, presidente de Argentina, con los cuatro clones de su perro muerto

No son pocos quienes se preguntan quién es Javier Milei, el presidente de la Argentina recién electo. Amigos y conocidos me han dirigido la inquietud. No ha sido fácil responder porque mucho no se sabe. Más claramente dicho: conocemos al personaje, no tanto a la persona.

Tratando de saber quién es Milei, me acordé del viejo mandato aristotélico: para conocer algo debemos ir de lo conocido a lo desconocido. Lo que conocemos de Milei es el personaje: el protagonista de un papel que se ha hecho celebridad a fuerza de su interpretación. No quiero decir que la persona Milei no crea en lo que dice y hace el personaje Milei; tampoco que sean distintos. Presiento que el personaje y la persona tienen en común más de lo que pudiera creerse.

¿Qué conocemos del personaje? Anoto cómo se nos presenta el fenómeno.

Ante todo, es de un elaborado histrionismo que hizo su aparición en la televisión y luego en las redes sociales, caracterizado por la exagerada expresión de sus ideas. El histriónico Milei -que algo se ha aplacado desde la campaña presidencial- es gritón, pendenciero, boca sucia, agresivo, incontinente. Gritón por expresarse a los gritos. Pendenciero por buscar siempre con quien pelearse. Boca sucia por no escatimar dicterios para con sus enemigos. Agresivo por no aceptar nunca una derrota o descrédito y pasar siempre al ataque como estrategia. E incontinente, verbal se entiende, por verborreico, al extremo de no saber o querer callarse; al extremo también de la injuria.

¿Qué más? Creo que podemos inferir de lo anterior que Milei, en segundo término, es un irrespetuoso y por ello un provocador. El personaje no respeta las reglas, repudia las formas convenidas y desconoce límites a las cuestiones de fondo. Un caso que ganó popularidad lo muestra por entero: cuando insultó al Papa Francisco de arriba abajo por estar en desacuerdo con sus ideas económicas. Un católico hubiera disentido pero nunca insultado, hubiera cuestionado el pensamiento del Papa pero jamás injuriado. La conducta de Milei es la común a los herejes: atacan a la persona y a lo que ella representa.

Eso mismo lo hace provocador: en la medida que excede los límites formales y materiales, quien provoca descentra al agredido y se coloca a sí mismo en el centro de la escena. Milei lo ha hecho muy bien una y mil veces. Conoce a la perfección ese rol. Por caso, cuando comenzó a vincular a los políticos a la «casta», se dio cuenta del efecto y lo aplicó más tarde a los sindicalistas, luego a los periodistas, etc. Y gracias al oficio de provocar y no respetar se convirtió en el tan temido «outsider» político: el extraño que escupe el asado y patea la mesa, ocupando así el centro del tablado y se devora los restos.

Un cuarto aspecto del personaje es que no le teme al ridículo: no solamente cuando chilla y patalea en público, o cuando exagera maneras y posiciones hasta el insulto; también cuando en pleno verano se viste con una campera de cuero; o cuando se toma unas fotos levantando el dedo pulgar (como hiciera recientemente con Kristalina Gueorguieva en Davos); o cuando hace grabar en el pomo del bastón presidencial las imágenes de sus perros, a los que llama sus hijos; o cuando acaba sus peroratas, oficiales o no, con el grito de guerra: «¡viva la libertad carajo!». Todo ello, aunque parezca grotesco, lo hizo popular al punto tal de ganar las elecciones presidenciales. Forma parte del personaje que aún hoy sigue actuando para sus seguidores en las redes sociales y no para el soberano pueblo de la democracia. En las redes pareciera no haber castas.

Acoto una nueva nota: el personaje Milei es espiritual, incluso religioso. Entendámonos, de esa religiosidad líquida de estos tiempos, que es la que uno mismo cree e inventa, la religión acomodada a las propias creencias e intereses, por lo general no revelados ni sobrenaturales. Por eso no hay obstáculo en su vida para reivindicar «las fuerzas del cielo», el sexo tántrico o sus relaciones con una mujer casada.

¿De qué religión es Milei? A ciencia cierta no lo sabemos. Se dijo que era católico, pero nadie ha mostrado el acta de bautismo. Si vamos de lo conocido a lo desconocido, como prescribe el Estagirita, habría que decir que el personaje se caracteriza como judío de una forma cada vez más nítida: lee la Torah, insulta sin piedad al Pontífice Romano, reconoce como maestro al rabino Axel Wahnish, y tiene admiración por otro rabino: el rebe de Lubavitch, Menajem Mendel Schneerson.

Por esto mismo, que haya participado de la ceremonia en la Catedral de Buenos Aires cuando la asunción presidencial no tiene valor alguno para sindicar de católico al personaje. Primero porque es un acto protocolar -al que se prestan todos los nuevos presidentes- y segundo porque el sentido religioso de ese episodio es nulo para el catolicismo, ya que el clero porteño se prestó a una vergonzosa ceremonia intercultural. La religiosidad del personaje Milei es un amasijo de convicciones espirituales subjetivas que confirmarían sus creencias políticas.

Y caemos en el anteúltimo dato que observamos: Milei es un ideólogo y un ideologizado. Ideólogo libertario. Ideologizado liberal radical. Como ideólogo se ha ganado el pan -y bastante más- repitiendo consignas de cuadernito aprendidas en páginas de M. Rothbard y F. Hayek, en la Escuela Austríaca y en las bobadas de nuestro Juan Bautista Alberdi. Como ideologizado quiere aplicar en la Argentina esas recetas y está haciendo temblar el país con sus «nuevas bases y puntos de partida».

Como ideologizado ha llevado al mundo su pasión por la libertad económica anunciando el peligro del socialismo que se filtra entre las grietas de la libertad de mercado hoy como otrora. Lo ha hecho hace unos días en Davos. La ideología de Milei reduce la religión a la libre elección de las creencias; la moral a la libertad sin cortapisas; la política al mercado; y la vida al materialismo economicista. 

Pero el personaje es político y victorioso, dato final de nuestra observación. Y como político ha hecho lo que hacen todos los políticos. Apenas llegado al poder, subió los impuestos y tomó medidas que aumentaron la inflación y empobrecieron a las gentes, engrosando las arcas de su vituperado Estado. Es eso lo que hacen y han hecho todos los políticos, ¿argentinos nada más?, cualquiera fuese su bandería e ideología. Como si dijéramos: el personaje vuelto político asume el personaje de un político y actúa como ellos.

Milei personaje político no tiene problemas en buscar acuerdos con la casta política tantas veces denostada. Tampoco ve inconvenientes en hacer netamente lo contrario de lo prometido: imponer impuestos y no cortarse el brazo, dar vigor a un Estado moribundo en lugar de comenzar a cavar su tumba.

Es posible que estemos asistiendo al nacimiento de un nuevo Milei, un nuevo personaje suyo, el político, que no pareciera estar en contradicción -tampoco- con el Milei persona.

Juan Fernando Segovia

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