Parlamento pronunciado por Daniel Herrán en la comida de los actos centrales de la fiesta de los Mártires de la Tradición en Madrid.
Reverendos padres, miembros de la Secretaría Política de Su Alteza Real, presidentes de Círculos, correligionarios todos:
Cuando Santo Tomás explica la segunda petición del Padre Nuestro (venga a nos el Tu Reino), nos enseña que en ocasiones un rey «tiene sólo el derecho del reino o del señorío», aunque de facto no gobierne en él. Sucede esto ya que todavía «no se proclama el dominio de ese reino porque la gente del reino aún no se le sujeta. Su reinado, dice el santo, se proclamará cuando la gente del reino se le sujete».
En la colación política de este comentario apreciamos algunos de los principios de la Santa Causa. Todo gobierno supone dos elementos: el dominio activo y la adhesión. Es decir, el derecho de la autoridad para regir y el deber tributado en justicia a obedecer.
El santo no habla de pretendientes ni de candidatos: es el rey en justicia, como don Sixto Enrique. Nosotros, que le somos sujetos, luchamos porque prevalezca su derecho. Aunque esta época sólo habla de derechos, no conoce que estos van más allá del individuo. Porque el hombre natural y católico no sólo sabe que son relativos a los deberes, sino que el deber prima sobre el derecho en el orden de nuestras acciones, en lo que nos toca.
Ahora bien, con el derecho del rey pasa algo análogo a lo que sucede con el bien común. En el bien común están contenidos todos los bienes particulares de aquellos que pertenecen a una comunidad. Pues bien: en el derecho del rey están todos los derechos de la patria, todos los de los súbditos. El derecho del padre; el derecho del alcalde; el derecho del jefe; el derecho del señor; el derecho del maestro; el derecho del juez. Todos.
He aprovechado que nos encontramos en la octava de Santo Tomás para recordarle. Me acordaré ahora a un mártir insigne. Si bien no lo fue cruento en cuanto al derramamiento de sangre, fue mártir en persecuciones, en desprecios, en ostracismos, en padecimientos de muchas injusticias. Hostigamientos sufridos heroicamente por haber defendido la fe verdadera y los derechos de España.
Don Rafael Gambra constata que España es uno de los países más castigados por la desolación revolucionaria. Nos cuenta que esto es debido a la diligencia nefasta del Franquismo y del régimen subsiguiente del 78. Pero don Rafael Gambra también señala dónde están las fuentes de su restauración.
Si hemos dicho que en lo relativo a nuestra acción prima nuestro deber, ¿cómo vamos a procurar que los que no se sujetan al rey le acaten? ¿Qué se debe hacer? La restauración pasa necesariamente por revigorizar la familia, empezando por la nuestra, con la patria potestad; con la restauración de su patrimonio. Pasa por edificar relaciones vecinales, juntas de familias, sin caer en el error comunitarista. Pasa por tratar de solidificar las relaciones profesionales, y tantas otras labores políticas y prepolíticas que se pueden ir preparando.
¿Cómo hacerlo? Bien, resulta posible empujar en este sentido pese a las dificultades del presente. Pero no sin dos requisitos: En primer lugar, que nos adhiramos a la dirección netamente política, regia, para que estas iniciativas no se disuelvan en el particularismo; y para que no sean depredadas. En segundo: es preciso que cada uno pongamos el empeño a esta obra común en todo lo posible: cada cual en su lugar según le toque, en sus deberes de estado y en su puesto leal en la Comunión.
La sangre de nuestros mártires se ha derramado para regar estas tareas. El martirio no pide sólo memoria, sólo homenajes: exige frutos. Nosotros tenemos que recibir y poner ese denuedo martirial para cimentar e inundar estas familias, nuestras familias, esas relaciones vecinales, esos trabajos. Así es como obraremos para la restauración católica y monárquica de España.
Muchas gracias.
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