Símbolos monárquicos en la Catedral de Puebla, Méjico (y IV)

LOS SÍMBOLOS DE LA MONARQUÍA ESTÁN AHÍ. SON LO QUE SON Y REPRESENTAN LO QUE REPRESENTAN

Altar de los Reyes / Andrés Muñoz

Llegando al final de esta visita literaria monárquica a la catedral de la Pue­bla de los Ángeles, sólo nos falta reparar en pequeños detalles que casi pasarían desapercibidos y que sorprende sobremanera que se conserven, dado que des­pués de las revoluciones políticas y religiosas de los últimos siglos bien pudiera parecer que ya no queda nada más por destruir. Pero incluso las ruinas y los va­cíos gritan su ausencia.

Los primeros muebles que veremos se encuentran en el Altar de los Reyes. ¡Vaya nombre y vaya lugar! La cabecera del edificio está dedicada a los reyes.  Entre las esculturas de los gloriosos san Fernando, Santa Elena, Santa Isabel y San Luis hay arrumbadas un par de águilas bicéfalas doradas con un corazón en la parte del pecho. Otras dos águilas similares se pueden ver en el Museo Ampa­ro de la misma ciudad. Mis pesquisas no han podido llegar a una conclusión de cuál fue su origen, pero supongo que pudieron ser parte de un mueble, posible­mente un catafalco, que se usaba para decorar las pompas fúnebres de la familia real. El tema y el trabajo de escultura no me hacen dudar que se trata de piezas del siglo XVII, pero que no he visto en ninguna otra catedral novohispana.

Volviendo a la «puerta de San Cristóbal» que por fuera ostenta los medallo­nes con las efigies reales, por dentro no deja de manifestarse la realeza en los de­talles ornamentales. Ahora volviendo la cara hacia el cancel, podremos observar casi en la cúspide del mueble barroco tallado en cedro rojo un medallón con evi­dencias de una raspadura y nada en medio. A quien haya llegado hasta aquí no va a sorprenderle que ese medallón fuera, una vez más, el escudo de Castilla. ¿Cómo asegurarlo? Basta ver la disposición de las tablas, las líneas del tallado y la ubicación del relieve. No hay duda que las armas reales también coronaban la puerta por dentro. Hay una foto fechada en 1910 en que se ve que sobre el escu­do colocaron una cartela para ocultar el raspado, pero que la calidad de la foto no permite leer.

Fue hasta 1824 que la «catoliquísima república mexicana» en su intento de crearse una nueva identidad, ordenó «un nuevo símbolo para una nueva nación» y, como toda revolución necesita destruir lo anterior, los escudos y símbolos rea­les no fueron la excepción. La república mexicana quiso imitar a la francesa que derribó la galería de los reyes de Notre-Dame de París. Se decretó que todas las representaciones de la monarquía hispánica fueran destruidas. Por toda la Nue­va España se eliminaron escudos que tuvieran relación con el antiguo régimen. La «damnatio memoriae» no podía sostenerse con semejantes símbolos osten­tando majestad y orgullo. Felizmente los revolucionarios ni siquiera la revolu­ción pueden hacer bien. La falta de recursos y el poco interés en cumplir el de­creto salvó de la destrucción muchísimos símbolos por todos lados. Así se salva­ron los emblemas que hemos descrito en estos artículos.

La sociedad poblana hoy día se puede catalogar como conservadora, es de­cir, que conserva la Revolución, y siempre ha sido una sociedad anclada en sus tradiciones y con pocas aperturas a lo novedoso. Ese espíritu conservador se re­flejó durante el decreto de 1824 que, en vez de raspar el escudo del rey de la fa­chada principal, solo lo cubrió con yeso y dibujó encima el monograma de la vir­gen María. Así quedó hasta bien entrado el siglo XX en que se descubrió el origi­nal y, a pesar de las protestas, sigue coronando la fachada. La conservación de los bustos de los reyes no me lo explico, salvo que el desconocimiento de sus identi­dades los hayan hecho pasar por alto. Lo mismo habrá pasado con el Patrocinio de San José que, siendo un santo tan venerado en la ciudad, no podían quitar su imagen.

Los símbolos de la monarquía están ahí. Son lo que son y representan lo que representan. No estamos buscándole tres pies al gato ni acabamos de descubrir el hilo negro. Solamente he intentado exponer en estos artículos que esos símbo­los tienen una razón de estar ahí y, por último, quisiera invitar a que siempre que entremos en la Catedral Basílica de la Inmaculada Concepción de la Puebla de los Ángeles, elevemos una plegaria por aquellos que en su tiempo nos levantaron tales monumentos, y también por aquel puñado de hombres que en la actualidad mantienen la política tradicional, católica y monárquica.

Ángel D. Reyes Rosas, Círculo Tradicionalista de Nuestra Señora de los Re­medios.

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