Los símbolos monárquicos no dejan de aparecer en el interior de la catedral poblana ante quien tiene los ojos abiertos. No bastó la iconoclastia decimonónica, que en su afán de «alumbrar» los rincones oscurantistas de la mística religiosa destruyó los retablos dorados, para borrar la presencia del rey con su legado y su enseñanza.
En esta tercera parte iremos a la entrada sur, llamada Puerta de San José, que se abría hacia el Seminario diocesano con su majestuosa Biblioteca Palafoxiana. La Puerta de San José debe su nombre a un inmenso lienzo obra del vecino angelopolitano Miguel Jerónimo Zendejas y firmado 1796 que presenta al Patriarca de la Iglesia a la manera acostumbrada en sus patrocinios: la obra se divide en dos planos, terrenal y celestial. En el plano celestial, sobre el santo titular, un rompimiento de gloria presenta la figura del Padre y del Espíritu Santo en orden vertical rodeados por ángeles talares y pequeños querubes en adoración con los atributos del castísimo esposo. El plano terrenal se encuadra con una amplia capa extendida a ambos lados sostenida por ángeles. Bajo esa capa, a la diestra del «pater putatibus» con el Divino Niño en los brazos se encuentra un Papa vestido de pontifical con capa y el triregno en las manos, un obispo en traje coral, un canónigo y dos clérigos más; posiblemente todos contemporáneos. Del lado izquierdo se encuentra el detalle que queremos traer a consideración, el otro filo de la espada: el Rey.
Este rey presenta los rasgos característicos de la imagen oficial de don Carlos III: perfil borbónico, peluca y traje sobresalientemente celeste. El perfil nos anuncia la nueva casa reinante, la peluca nos modela la nueva moda heredada del Rey Sol y el traje celeste declara la marcada devoción a la Inmaculada. El rey arrodillado sobre un cojín ha dejado su corona y con postura humilde le entrega el cetro a san José. Detrás del rey hay otros personajes seculares, entre ellos un indio entregando un montón de corazones al glorioso patriarca.
Cuadros con la presencia del mismo rey fueron abundantísimos en toda la Nueva España. Este autor no puede dejar de recordar un gigantesco medio punto en la capital novohispana con el mismo monarca a lado de muchos Papas llevando un carro triunfal con la Inmaculada Concepción y seguido de santos inmaculistas. Los tres poderes: el político, el religioso y el intelectual al servicio del dogma. «¡Ay qué tiempos señor don Simón!»
Volviendo a la catedral angelopolitana nuevamente nos formulamos las mismas preguntas que al principio: ¿Qué hace el rey (don Carlos III) postrado ante san José? ¿Por qué esto se representó en la catedral poblana? Para no ser redundantes en el tema del Regio Patronato Indiano y la labor del rey por la expansión del Reino de Cristo, daremos la vuelta a la tortilla y formularemos una serie de preguntas para nuestros contemporáneos: ¿Nuestros gobernantes tendrían la osadía de representarse así? ¿Es que nuestras instituciones están puestas a los pies del paterfamilias de Nazareth? ¿Acaso el político moderno puede siquiera considerar arrodillarse ante algo o alguien?
Qué gran lección nos deja don Carlos III «el Político» en la catedral poblana, pero como se dijo al principio de esta tercera parte, para quien tiene los ojos abiertos.
Ángel D. Reyes Rosas, Círculo Tradicionalista de Nuestra Señora de los Remedios.
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