Luis Infante: ortodoxia católica y lealtad monárquica (II)

Defendemos lo que las Españas representan en la Historia, que no es más que la supervivencia de la antigua Cristiandad

Siguiendo la primera parte del artículo, transcribimos seguidamente, a modo de Anexo, el Discurso que D. Luis Infante pronunció en la tradicional Cena de Cristo Rey celebrada en Madrid en el año 2008.

Discurso de D. Luis Infante en la Cena matritense de Cristo Rey del año 2008

Reverendo Señor, queridos correligionarios.

La magnífica entrada que me ha dado Juan Manuel Rozas, me hace un poco difícil encarar mi intervención de la forma que planeaba. Puesto que estamos más bien en familia, más que un discurso había pensado hacer casi una conversación, aunque sea un puro monólogo; compartir con vosotros algunas cosas que se me han ido ocurriendo a costa de esta celebración y de los años que llevamos haciéndola conmigo participando.

Así que, tanto para darle más ese tono informal y distendido, como por el gesto que resulta políticamente incorrecto y por tanto siempre grato, voy a encenderme un pitillo mientras hablo, que además me ayuda a colocar las manos, y continúo.

Me vais a perdonar que empiece con una nota que al principio va a sonar tan sentimental –los que me conocen saben que además sentimental soy bastante–, aunque luego procuraré hilvanarlo con el sentido de nuestra celebración de hoy. Hace tres años, en la madrugada que siguió a la celebración de Cristo Rey aquí en Madrid, me despertó una llamada telefónica diciéndome que había muerto mi padre. Perdón por el bajón que esto supone, que ahora continúo explicando por qué lo menciono. Durante tres años y pico, antes de aquella fecha, yo había estado principalmente cuidando de mi padre. Y esa forma de vida, y esa circunstancia, había hecho mella en mi ánimo, y mella también en mi militancia. Esa circunstancia había hecho que con mucha frecuencia –es verdad que estaba bastante limitado en tiempo y medios– eso sirviera para que me excusara de asistir a actos, me excusara de participar en reuniones, me excusara de militar como creo que era debido hacerlo.

¿Por qué esto tiene relación con nuestra celebración de hoy? Pues, voy a intentar expresarlo con una cita de las Sagradas Escrituras de todos bien conocida: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura». Y el Reino de Dios, los que también llevamos –que somos todos aquí– años padeciendo la retirada constante de la Iglesia oficial, de la que nos ha hablado Juan Manuel Rozas, ha terminado siendo pues «el Reino de Dios en nuestros corazones», «el Reino de Dios en nuestra familia», «el Reino de Dios en nuestra vida», y nos olvidamos, o nos han hecho olvidar –no tanto a los presentes, pero sí nos han amortiguado un poco el entusiasmo en este sentido– que el Reino de Dios es un Reino político, y que el catolicismo es una Religión, en el sentido antiguo, que tiene una implicación política directa. Y eso es exactamente lo que nos recordó Pío XI cuando instituyó la Fiesta de Cristo Rey.

¿Qué significa esa implicación política? Pues significa exactamente lo contrario de lo que llevamos sufriendo por parte de la Santa, de la Santa Sede, por ponerle una fecha, poco más o menos desde hace unos doscientos años, cuando Pío VII andaba en el bosque de Fontainebleau con Napoleón negociando la coronación de Napoleón, en aquel sustituto de «laicidad positiva» que era el nuevo Imperio que Napoleón venía a fundar. Y poco más o menos desde entonces, la Iglesia, renunciando al régimen de Cristiandad, en una política de suicidio… pero un suicidio muy interesante, porque representó en gran medida un suicidio que fue primero homicidio, que fue homicidio de los católicos leales al régimen de Cristiandad, y que tiene muchas fases, pero que probablemente tal vez la más ejemplar sea precisamente aquella de la que tomamos los carlistas el grito de «Viva Cristo Rey», que fue la resistencia de los cristeros mejicanos, cuando la Iglesia oficial dejó tranquilamente a los cristeros en manos del Gobierno masónico, pactó con el Gobierno masónico, y permitió que los mataran tranquilamente.

La Iglesia se ha suicidado en sus defensores. Y ese suicidio, que habría probablemente acabado con la Causa de la Contrarrevolución, con la Causa que defiende el régimen de Cristiandad, lo hemos detenido nosotros. ¿Y a quién me refiero con nosotros? A los carlistas. Porque los carlistas, como todos sabéis, no somos más que los españoles consecuentes, somos los españoles en plenitud, es decir, aquellos que defendemos lo que las Españas representan en la Historia, que no es más que la supervivencia de la antigua Cristiandad. Y aunque hoy seamos el pequeño, el pequeñísimo rebaño, seguimos manteniendo eso, y debemos creérnoslo. Porque si no nos lo creemos, acabaremos sometidos, envueltos, y desesperados, en este régimen cada vez más satánico que nos rodea.

No sé vosotros, pero cuando… no diré que ya me asomo a los medios, cuando salgo a la calle todos los días no puedo evitar acordarme de un artículo, de una carta, de D. Rafael Gambra al director del Siempre P´alante [1], de hace ya bastantes años, en que D. Rafael hablaba de una nueva modalidad de posesión diabólica, que era la posesión colectiva, que no representaba la posesión de todos los miembros de la colectividad, sino la posesión de la colectividad como tal, y que la hacía incapaz de actuar conforme a la voluntad de Dios, y de actuar siquiera conforme a una cierta decencia.

Volviendo al encuentro de Fontainebleau de hace unos doscientos años, y a la continuidad histórica de esto, todos sabéis –pero no está de más recordarlo– que, si bien en general la doctrina que hemos recibido de la Santa Sede hasta la década de 1950 –y hasta un Radiomensaje de los años cuarenta, pero bueno– era bastante conforme a la doctrina de Cristiandad, pero la práctica política de la Santa Sede y de los Episcopados encajaba muy bien en aquellos versos, creo que de Castellani, que eran algo así como: «Vino el Monseñor de Roma/ Cándido como serpiente/ Y astuto como paloma». Y es esto exactamente, exactamente, lo que los carlistas llevamos sufriendo durante doscientos años, empeñados en defender el régimen de Cristiandad contra la política y en favor de la doctrina que nos vienen de Roma.

Pero claro, de Roma, en los últimos años, nos han venido señales más que equívocas, y la última precisamente es un cierto encuentro de Benedicto XVI –o XVII– con Sarkozy, que no puede menos de recordar el encuentro de Fontainebleau, con el añadido de ver casi con luz positiva las leyes laicistas de la República francesa de principios de siglo: provocaron entonces una gran movilización católica contra las leyes, y una gran reacción por parte de la Santa Sede; pero que ahora parece que son el ideal de convivencia política entre los… católicos, los católicos que han renunciado por completo a la presencia católica en la vida pública, aunque luego algunos de esos que renuncian utilicen esa expresión, pero precisamente con la idea de la concurrencia libre al lado de otros hombres de buena voluntad, como si fuera posible la buena voluntad al margen de la voluntad de Dios, cosa evidentemente imposible.

 

[1] Seguramente Luis Infante se refiera al artículo «La posesión diabólica en nuestros días», impreso en el nº 135 del quincenal Siempre P´alante, de 1 de Diciembre de 1987, página 8.   

Félix M.ª Martín Antoniano

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