González Prada, el sintetizador del modernismo (I)

La muerte de sus dos primeros hijos fue posiblemente el evento que mayor mella hizo en lo que quedaba de una devoción ortodoxa

El tratado en cuestión, colerización de su foto de finales del siglo XIX

Entre mediados y finales del siglo XIX y tras el colapso del reino que fue, el Perú experimentó el influjo de diferentes corrientes ideológicas.

Entre las que pretendían ser coherentes con la cosmogonía propia (como nuestra vertiente ultramontana) se hallaban también algunas heterodoxas, pero comprensivas con el pasado y la identidad hispánica; sus defensores conservadores o liberales entendían esos elementos de forma utilitaria.

Enfrente se situaban distintas visiones de «progreso» de los más variopintos grupos de liberales, conservadores y nacientes sindicalistas.

Ese ambiente ya se movía en clave de caudillos y competición entre diferentes intereses quedó marcado por la vívida herida de la guerra fratricida contra Chile la cual mostraría los errores acumulados por malas administraciones embelesadas en las ensoñaciones de bonanza económica temporal, y en el «partisanismo» que, a pesar de los caudillismos, fue una mancha que nunca se pudo lavar.

En ese contexto la figura de González Prada aparece, primero como poeta, luego como agitador y se consolida como ideólogo que presentaremos en este artículo a través de una pequeña selección de sus escritos.

José Manuel González de Prada y Álvarez de Ulloa nació un enero de 1844 en Lima. Su padre fue un antiguo alcalde de la Ciudad de los Reyes y su madre era dama de buena familia criolla.

Cierta ironía hay en el hecho de que uno de sus abuelos paternos, Jerónimo Marrón de Lobera, haya sido general realista combatiente en Vilcapugio, donde humilló al secesionista Belgrano.

Su familia fue desterrada por orden del presidente Castilla en 1855, debido a la afiliación de su padre con el derrocado presidente Echenique, migrando hacia Valparaíso, Chile, donde José Manuel hizo amistades y conoció la obra de Andrés Bello, que le influyó el resto de su vida.

Al volver su familia a Lima en 1857, por influencia de su madre, continuó sus estudios en el Seminario de Santo Toribio, en vez proseguir con la carrera industrial que ambicionaba.

A pesar de sentirse interpelado por el ambiente eclesiástico, que abandonó más tarde convictorio de San Carlos, pero no concluyó sus estudios de derecho tras la muerte de su padre en 1863.

Decide trasladarse a la hacienda familiar en el distrito de Mala donde conoce a los sirvientes indígenas de su familia, con quienes pasa la mayoría de su tiempo en la década de 1870. Muchos de ellos pensaban que era una persona muy devota debido a que pasaba gran parte de su tiempo leyendo.

Al enterarse de las noticias respecto a la guerra contra Chile fue de los primeros en alistarse como voluntario y fomentar cuerpos de civiles para la defensa de Lima. Su batallón fue de los más curtidos en la defensa de Miraflores hasta recibir la orden de replegarse.

La ocupación fue otro de los eventos de la guerra que impactaron profundamente en su pensamiento. Especialmente, cuando encontró a muchos de sus viejos compañeros de estudio en Valparaíso entre las fuerzas de ocupación, se negó a trabar palabras con ellos, viviendo recluido en su hogar.

Allí conoció a su esposa, Adriana Verneuil, con la que se casó. La muerte de sus dos primeros hijos fue posiblemente el evento que mayor mella hizo en lo que quedaba de una devoción ortodoxa.

Comenzó en esa época a escribir ensayos, tanto como crítica literaria a temas sociales, notándose su visión positivista; especialmente al apostar agresivamente por el progreso tecnológico y la juventud. No por nada, pertenece a ese periodo uno de los discursos que lo catapultó a la fama, —que no fue pronunciado por él, debido a que sufría miedo escénico— frente al entonces presidente Cáceres en un evento organizado por el círculo literario que pertenecía en el Teatro Politeama en 1888.

El discurso de González de Prada, a pesar de ser corrosivo, tiene extractos interesantes; como el siguiente criticando los efectos de la secesión en las generaciones actuales:

«En la orgía de la época independiente, vuestros antepasados bebieron el vino generoso y dejaron las heces. Siendo superiores a vuestros padres, tendréis derecho para escribir el bochornoso epitafio de una generación que se va, manchada con la guerra civil de medio siglo, con la quiebra fraudulenta y con la mutilación del territorio nacional».

(Continuará)

Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Blas de Ostolaza

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