«Tal parece que Dios es español» (Almirante Holak)

«La Virgen de Empel», por Augusto Ferrer-Dalmau

En la víspera de la festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, adelantamos el «Saluda del Capellán» del segundo número de la Revista Pelayos, que se publica mañana, Dios mediante. Su autor es don José Ramón García Gallardo, consiliario de la Comunión Tradicionalista  quien lee el texto que puede escucharse en este vídeo del Canal Youtube de La Esperanza

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Mis queridos Pelayos:

En vuestra revista habéis leído la historia de la milagrosa intervención de la Inmaculada en la batalla de Empel. Tanto vosotros como yo hemos quedado admirados ante un portento semejante al de Moisés separando con su vara las aguas del Mar Rojo. La Sagrada Escritura nos cuenta que se abrió un ancho camino surcando el abismo, flanqueado por ambos lados con altísimos muros de agua. Para que el pueblo elegido pudiera atravesarlo a pie enjuto, durante toda la noche sopló con fuerza el viento dejando el lecho marino bien seco. De esta manera, los israelitas escaparon de la persecución del Faraón y de todo su ejército, que había salido de Egipto detrás de ellos para capturarlos.

De la misma forma en que Nuestro Dios asistió a Moisés, accedió también en su divina Providencia al modo divino, a la suplica de Josué, pues detuvo el curso del sol durante toda una jornada en el cenit del cielo de Gabaón y su pueblo alcanzó la victoria total sobre los cinco reyes Amorreos. La derrota del enemigo fue completa y prueba contundente de que el Señor combatía en favor de su pueblo.

Así como el Señor escuchó benignamente la oración de hombres como Moisés y Josué, con mayor razón escuchó la plegaria que por medio de su Madre Santísima, «la Omnipotencia Suplicante», elevaron hasta lo más alto del cielo desde el lodazal de una trinchera en la colina de Empel, unos heroicos infantes de los tercios de Flandes que mientras cavaban la zanja, encontraron enterrada la tabla de salvación, una Inmaculada de vivos colores, que parecía recién pintada. Nos relata el cronista Famiano Estrada que: «En procesión la llevan a la ermita y la colocan escoltada por las banderas de las legiones, la adoran pecho por tierra todos; y ruegan a la Madre de los Ejércitos, pues es Ella la que solo podía hacerlo, quiera librar a sus soldados de aquellas asechanzas de elementos y enemigos».

A los pies de la Inmaculada polícroma, el Padre Fray García de Santiesteban confiesa y da la comunión a soldados y capitanes; la invocan y cantan con tanto fervor la Salve que hasta se olvidan del frío y el hambre.

En Empel Nuestra Señora se manifiesta como una Reina más poderosa que un ejército formado en orden de batalla, pues Ella, congelando las aguas que los ahogaban, sacó a la infantería del atolladero donde estaban apiñados y famélicos. Gracias a su intervención, de madrugada pudieron salir al ataque de las tropas y las barcazas enemigas que los asediaban. Sobre el hielo de la mar congelada, corren aquellos soldados de fuerzas menguadas y corazones ardientes de amor a Dios y a su Madre tres veces santa. Con sus antorchas van incendiando galeotas y pleytas; entre las sombras de la noche y las neblinas de la mañana van dejando sin vida a aquellos que daban la batalla por ganada.

Batalla de Empel, por Jordi Bru

Entre las brumas blancas y el humo negro se distinguen apenas las llamas rojizas. El olor de las explosiones de pólvora y el fuego inflamando el alquitrán de las barcazas quiere asfixiar los pulmones, pero no alcanza para ahogar la furia de la infantería enardecida. Toda la inundación no logra mojar la pólvora que llevaban en unos cuernos para cargar sus armas, ni tampoco consigue apagar el entusiasmo explosivo de sus almas. Se oyen los gritos sordos de los que caen bajo el fuego de los arcabuces y mosquetes, o tocados por picas y espadas; los herejes blasfeman, los católicos invocan a María Inmaculada. Mientras tanto los gallos de las granjas vecinas anuncian que llega un nuevo día, un día glorioso de heroísmo y bravura hispana, aquel 8 de diciembre de 1585 que quedará para siempre escrito con letras de oro en las páginas de la historia: Fe y Esperanza.

Y es así como Nuestro Dios se mostró solícito a las súplicas de quienes combatían por el honor de su Madre, pura y sin mancha, por la libertad de su Iglesia, a la sazón amenazada por los protestantes; y respondió a las plegarias de los soldados que defendían con denuedo la magnífica Cristiandad de herejes y musulmanes.

Pero quiero, sobre todo, que prestéis atención a un suceso muy importante, anterior al milagro, que es el prólogo necesario para recibir la ayuda de Dios. Fue cuando el tercio español se encontraba en una trampa sin salida, apiñado sobre una leve colina, rodeado de agua por doquier. Los soldados ya se habían quedado sin alimentos ni vituallas, con los andrajos mojados y ateridos de frío, porque ni disponían de leña para hacer fogatas. Entonces, con las provisiones exhaustas y habiendo sacrificado todos sus corceles para saciar el hambre, el almirante protestante Holak, Felipe van Hohenlohe-Neuenstein pensó:

− «Ya los tengo. Le enviaré una embajada para que se rindan, así mi victoria será aún más sonada».

Habiendo reflexionado esto, despachó emisarios para negociar la rendición de Don Francisco Arias de Bobadilla. Cabalgan con la bandera de parlamento desplegada, chapaleando barro o nadando a trechos por el agua, vienen a proponerle una rendición honrosa antes que una muerte inexorable. A esta propuesta respondió el Maestre de Campo Arias de Bobadilla:

− «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos».

Deseo subrayarlo, porque esta es la respuesta que solo puede dar un católico de verdad, porque solo está en los labios de aquellos que son héroes para su patria, mártires para la gloria y santos para el cielo. En efecto, San Juan nos narra lo que Nuestro Señor nos enseña: «El que ama su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna». (XII-25)

«El milagro de Empel», por Augusto Ferrer-Dalmau

¡Que claro tenían estos héroes cuán grande era el ideal por el que luchaban!: Despreciaban el mundo y sus vanidades por un lugar eterno en el reino de los cielos. Estaban dispuestos a pagar el precio, y aún les parecía barato si tenían que dar la vida por ello. Comprendían muy bien el infinito valor de la gloria eterna. Eran hombres resueltos a morir por, con y en Nuestro Señor Jesucristo, y esperarán el día del juicio final para sentarse a «negociar».

Hoy los valientes Pelayos lleváis una boina colorada sobre vuestra frente −con el mismo orgullo y coraje con que ellos se calaban el morrión o ponían el chambergo− porque no queréis camuflaros por cobardía; estáis animados con la misma fe de vuestros padres, con el mismo fervor de los héroes que estuvieron en la isla de Bommel rodeados por las heladas aguas de los ríos Mosa y Vaal. Hoy, que el infierno ha abierto las compuertas de todos los diques, las herejías modernistas e ideologías liberales y el comunismo extienden sus errores por todas partes, y vosotros estáis ahora asediados por una inundación de iniquidad, rodeados por la cruel maldad que acecha todo bien, no solamente vuestra vida natural, sino también la vida del alma, el estado de gracia.

Como aquel 8 de diciembre en la isla de Bommel sobre la colina de Empel, cuando estés asediado por las tentaciones, saca del barro de tu corazón esa imagen que te devolverá el valor, murmura, reza, canta o grita con toda tu voz, tu corazón y tu alma, la Salve a tu Reina y Señora. Ella te llevará a la victoria, porque como no tuvo más remedio que reconocer hasta el mismo Almirante hereje Holak al constatar su derrota: «¡Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro!». 

Cuando el realismo prudente te muestre que ya naturalmente no hay esperanza; cuando por cobardía veas desertar a los tibios; cuando por el miedo al furor enemigo  −que todos los ánimos avasalla−, sufras la traición del camarada; cuando los que deben ser buenos hacen cosas malas y los que deben ser nobles hacen canalladas; cuando te veas solo, porque tus amigos cayeron y otros tienen muerta el alma; cuando pongan cadenas en tus manos porque quieren apresar tu espíritu; cuando sobre tu boca pongan la mordaza porque quieran acallar tu voz;  cuando el terror −que no es otra cosa que la falta de confianza en el auxilio divino−, anegue tu alma; cuando te propongan la deserción o la apostasía, justo en ese momento antes de rendirte y darte por vencido recuerda estas palabras: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos».

Permaneced leales a la Santa Tradición, que engloba todos estos ideales, tan bien simbolizados por la bandera blanca con la cruz de san Andrés, que flameó victoriosa en Empel y otras tantas batallas, y en cuyos pliegues resuena el eco fervoroso y entusiasta de «¡Santiago y cierra España!». Perseverad, como los infantes del Tercio que no tenían miedo de «aquellos que pueden matar el cuerpo y que no pueden matar el alma, sino de aquellos que pueden enviar a la muerte eterna del infierno cuerpo y alma» (Mt X-28).

El mismo Dios que abrió un camino por el Mar Rojo, que detuvo el curso del sol y la luna en el cielo de Gabaón, en Empel congeló las aguas hasta convertirlas en hielo y en Lepanto dispuso que los vientos soplaran a favor de su Armada. Él ha dado pruebas más que evidentes de que lucha con su pueblo y ¿si Dios está con nosotros? Respondamos con San Miguel ¡¿Quién como Dios?! Es evidente que el Altísimo quiere darle la victoria suprema, hoy como ayer, a la que es Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo: «Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará». Ella es toda la razón de nuestra Esperanza.

No quiero despedirme, querido Pelayo, sin antes desearos a ti y a tu familia una santa y feliz Navidad. Reza y medita ante el nacimiento de tu casa sobre este santo misterio y contemplarás la forma admirable con que Dios nos viene a salvar del lamentable estado de condenación eterna en que nos había dejado el pecado original. Ya ves, ante situaciones humanamente insolubles, desde siempre, la Santísima Virgen nos ha alcanzado soluciones divinas. Lo único importante es que guardes en tu alma la gracia y el amor de Dios y luego de un año 2022, malo o bueno, solo Dios lo sabe, podamos merecer la eterna bienaventuranza.

Sé valiente y devoto de su Inmaculado Corazón y no serás jamás confundido.

Te bendice de corazón,

Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de la Comunión Tradicionalista.