Confieso que en ocasiones me asalta la duda de cómo un rito tan sublime como el codificado por S. Pío V pudo ser reemplazado tan despóticamente sin que el pueblo católico ofreciera una verdadera resistencia −amén de las honradas excepciones−. Pero más incertidumbre me genera que, a pesar del ostensible fracaso de esta imposición, el pueblo cristiano no haya dicho basta. Si atendemos a unas causas puramente naturales −que lógicamente no son las causas últimas− podemos encontrar posibles motivos que expliquen la dificultad existente para restaurar el viejo rito. Y es que la Misa de siempre goza de una serie de rasgos que son realmente insoportables para el hombre moderno, incluso desde un punto de vista puramente natural.
En primer lugar, el silencio. El hombre moderno necesita ruido, acción. No puede estar en silencio, pues el ritmo acelerado de su vida le invita a lo contrario. En el coche escucha la radio, cuando sale a la calle necesita auriculares y, cuando llega a casa, qué mejor que ver la televisión. En la vida cotidiana del hombre moderno no cabe la contemplación. Qué contraste con el ritmo pausado y silencioso del viejo rito, que invita al recogimiento y a detenernos en lugar de realizar actividades frenéticas.
La sumisión. La Misa muestra que existe algo a lo que el hombre moderno ha de someterse. Dios está por encima del hombre, y esto, para el hombre moderno, es inadmisible. Toda la atención tiene que estar centrada en el hombre. Cómo va a reconocer su inferioridad el hombre moderno, si le han dicho desde pequeño que es soberano. Además, observa que le han relegado a un segundo plano cuando el celebrante se encuentra de espaldas a él, mostrando que lo importante en la ceremonia no es el hombre, sino Aquel a quien se dirige la ofrenda. No soporta que le den la espalda, porque no hay nada más importante que el hombre moderno.
El Misterio. El hombre moderno no puede admitir que haya algo que le sobrepasa y que no podrá captar nunca del todo. En la época en la que la ciencia ofrece respuestas para todo, es inconcebible que exista algo que no podamos abarcar. La Misa es inseparable del Misterio, de aquello que sobrepasa por completo al hombre. Este Misterio resulta aburrido para el hombre moderno, que prefiere no pensar en él para abordar cuestiones que pueda entender mejor. El hombre moderno necesita que le acerquen al Misterio, pero, si se le acerca demasiado, deja de ser un Misterio.
El latín. Relacionado con lo anterior: el hombre moderno tiene que entenderlo todo; si no, lo que hace no cobra sentido. Si no entiende aquello que se está diciendo, se desespera. Su soberbia le impide admitir que haya realidades que no está capacitado para comprender. Necesita la lengua vulgar, necesita acercarse lo máximo al Misterio que está presenciando. Sin embargo, el querer acercarse demasiado supone, en última instancia, querer abarcar lo inabarcable y una profunda falta de fe.
Podrían alargarse indefinidamente los contrastes entre la Misa de siempre y el hombre moderno. Desde mi punto de vista, la oposición ante la Misa no viene necesariamente precedida por una mala intención de querer acabar con ella. En ocasiones, para muchas personas acostumbradas a «otro tipo de misas», la Misa tradicional se hace verdaderamente insoportable. No obstante, es preciso centrar el punto del problema. Si se hace insoportable para ciertas personas, no es por defecto de la Misa, sino por una educación equivocada de quien asiste a ella, la cual habrá que corregir para entender lo que verdaderamente es el Sacrificio de la Misa.
Antonio de Jaso, Navarra