Joseph de Maistre, adalid del iluminismo «católico» (y III)

Estatua de Joseph y Xavier de Maistre, en Chamberí.

Quizá su obra más conocida sean Las Veladas de San Petersburgo, elaboradas y terminadas prácticamente durante su estancia como Embajador del Reino de Cerdeña ante la Corte del Zar (Julio 1803-Mayo 1817), aunque sólo publicadas poco después de su muerte. En ella podemos ver sus ideas sobre el iluminismo, principalmente en el undécimo (y último) de sus Diálogos entre los personajes del Senador (que representa al martinista Senador ruso Tamara) y el Conde (que representa al propio J. de Maistre). Conviene tener en cuenta que la mentalidad del diplomático saboyano no se aleja mucho de la del Senador, ni tampoco se identifica del todo con la del Conde: conclusión que se basa en la lectura de otros escritos en los que Maistre toca este mismo tema tan decisivo (e informante) de su ideología. En este sentido, debemos mencionar, a su vez, como documentos iluminadores (nunca mejor dicho), la Carta de 2 de Febrero (fecha probable) de 1816 sobre el iluminismo (de corte martinista) subyacente al curioso texto del Convenio de París de 26 de Septiembre de 1815, más conocido como la Santa Alianza; la Carta de 24 de Febrero de 1816, que adjunta un Informe específico sobre el susodicho Convenio; y otra Carta de 7 de Mayo de 1816, que complementa a la anterior. Todas ellas dirigidas al Conde de Vallaise (Ministro de Exteriores del Rey de Cerdeña).

Pero creemos que el más clarificador de todos es el opúsculo titulado Cuatro Capítulos sobre Rusia, que data de 1811, aunque publicado por primera vez en 1859. El Capítulo que nos interesa es el Cuarto, titulado «Del Iluminismo», en donde se resumen bien las mismas ideas que podemos ver repetidas ad nauseam en los demás escritos citados. En él Maistre distingue tres grupos a los cuales el común de la gente da el nombre de iluminismo: Primero, los iluminados de Weishaupt: es a éstos a los que Maistre reserva todas las culpas de los acontecimientos revolucionarios, y siempre se opone a ellos en tanto que conspicuos representantes de la vertiente racionalista-antiespiritualista tan denostada por él. Segundo, la Masonería ordinaria, de la cual afirma que «se puede asegurar que esta Masonería pura y simple, tal como todavía existe en Inglaterra –donde las instituciones de cualquier tipo son menos propensas a la corrupción–, no tiene nada de malo en sí misma, y que no puede alarmar ni a la religión ni al Estado. El que esto escribe la siguió muy exactamente durante mucho tiempo; añadió a su experiencia, la de sus amigos; jamás vio nada malo en esta asociación». Tercero, los comprendidos bajo los nombres de martinistas y pietistas. En primer lugar, hay que aclarar que, cuando se habla de martinistas, se hace alusión a los seguidores del teósofo L. C. Saint-Martin (el Filósofo Desconocido), y no a Martínez de Pascualis. El propio Saint-Martin se separó del martinecista Willermoz, descontento de la primacía que éste daba a las prácticas teúrgicas, y enfocó su camino hacia una vía «especulativo-contemplativa». El propio Maistre también rechazó a Willermoz (superior suyo de Lyon), y acogió la doctrina de Saint-Martin, pero sin adoptar su punto de vista de oposición «contra el orden sacerdotal y contra toda jerarquía» de la Iglesia, razón por la cual suele motejar a los martinistas de «cristianos exaltados». Lo mismo hizo con los pietistas, sostenedores de un llamado «Cristianismo Trascendental» consistente en una supuesta revelación primitiva «cristiana» que la jerarquía eclesiástica «oficial» habría perdido (o, en todo caso, su función se habría reducido a sólo enseñar una doctrina exotérica apropiada para católicos «legos»), y que únicamente la preservarían los «místicos» defensores de un íntimo «reino del interior», al margen «de los dogmas nacionales y del culto recibido».

Maistre describe la doctrina de estos martinistas-pietistas como «una mezcla de platonismo, de origenismo y de filosofía hermética, sobre una base cristiana». Dice que a ellos les son queridos «los escritores místicos de la Iglesia Romana» (y mezcla entre éstos a Sta. Teresa y S. Francisco de Sales, junto con los quietistas Fenelon y Mme. Guyon condenados por la Iglesia). Afirma que este iluminismo puede tener peligro en los países católicos: ¿porque es herético? No, sino sólo porque «este sistema socava el principio de unidad y autoridad, que son las bases [?] de la creencia católica». En cambio, en los otros países «produce dos grandes bienes», a saber, «tiende a sofocar las disensiones religiosas y a unir a los cristianos por la indiferencia misma de los iniciados acerca de muchos puntos que en el pasado agitaban los espíritus», y «se opone a la incredulidad general que amenaza a los países, porque, en fin, es cristiano en todas sus raíces; acostumbra a los hombres a dogmas e ideas espirituales; los preserva de un tipo de materialismo práctico muy notable en la época que vivimos». En verdad, no es extraño que Maistre considere todo esto como algo «cristiano», si él mismo pone a Pascal o a Orígenes como ejemplos de «hombres ilustres» defensores del cristianismo. A este último incluso le llegó a designar como «uno de los más sublimes teólogos que jamás haya ilustrado a la Iglesia» (1797; Registros, Misceláneas B).

Félix M.ª Martín Antoniano