Hijos de la ira

La expulsión de Adán y Eva del Paraíso por Benjamin West

Hace varios días el titular del Juzgado de Instrucción nº 15 de Valencia, Vicente Ríos, solicitaba al TSJ de la Comunidad Autónoma valenciana la imputación de Mónica Oltra Jarque, vicepresidenta del Consejo de la Generalidad y Consejera de Igualdad y Políticas Inclusivas de la Generalidad, por encubrir los abusos sexuales que cometió su marido contra una menor tutelada de 14 años.

Mónica Oltra es fiel a los inmorales principios que fundamentan el sistema liberal y es ingenuo pensar que de esta clase política beligerante contra el sentido común y el orden natural pueda salir algo bueno. Es extraño, sin embargo, ver el escándalo que provoca en la adormecida sociedad conservadora, que de vez en cuando se rasga las vestiduras ante tamañas «violaciones de la ley». Como si el aplauso a una democracia liberal no tuviera nefastas consecuencias. Si no respetan la ley de Dios, ¿Cómo van a respetar la arbitraria ley de los hombres?

Esta noticia puede conducirnos a reflexionar acerca de los abusos cometidos por sacerdotes católicos en las últimas décadas y en el encubrimiento por parte de tantos eclesiásticos, que al conocer la ley de Dios y tener todos los medios para acatarla, han incurrido en una mayor culpabilidad. Porque no sólo han pecado, abusando y encubriendo los delitos, sino que han atacado directamente las entrañas y el corazón de la misma Iglesia, desfigurándola y haciéndola irreconocible. Y no contentos con ello la han expuesto a las risas y a las burlas del mundo permitiendo que periodistas, abogados, políticos y cualquier enemigo declarado de la Iglesia la ataque sin ningún pudor.

Estas abominaciones sólo caben explicarse desde la mundanización de los eclesiásticos, la relajación moral y el desprecio de la castidad. Y también desde ese optimismo pelagiano que invadió a la Iglesia y la desposeyó de todas las armas necesarias para combatir el mal que dentro de sus murallas se forjaba.

«Por naturaleza, somos árboles silvestres que dan frutos ásperos y amargos, y así seguiríamos si no nos hubiéramos injertado en Cristo, el olivo bueno, y hecho miembros de Cristo». «No es sino la Cruz de Cristo, lo que nos transforma (podríamos decir) de ser un demonio en un ángel. Por nacimiento todos somos hijos de la ira». Cardenal Newman.

Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas