Los malos pensamientos de Pascal

Blaise Pascal, retratado por Philippe de Champaigne

Con frecuencia se aduce la idea de que Blaise Pascal sólo fue jansenista una parte de su vida, pero que al final de la misma poco menos que abandonó sus errores y se reconcilió con la Iglesia, presentándose como prueba el carácter sano y edificante de algunos de sus famosos Pensamientos. No negamos que en varios de ellos puedan manifestarse chispas de una intuición ingeniosa surgidas del esprit del escritor francés; pero la tónica general que impera en ellos sigue siendo la del ponzoñoso espíritu jansenista que dominó en la segunda mitad de su existencia y que le acompañó hasta su muerte.

Había sido educado por su padre conforme a los dictados de un humanismo modelador del ideal burgués del honnette homme propio de la Francia clasicista, y en donde la Religión brillaba por su ausencia. De inteligencia precoz (sobre todo para el dominio de las matemáticas), arrastró siempre una mala salud física, incluyendo episodios de una eventual tendencia neurótica. Su vida daría un vuelco en 1646 a raíz de una especie de primera «conversión» religiosa fruto de sus primeros contactos con los «solitarios» del Convento de Port-Royal, cuartel general de la secta jansenista a las afueras de París. Y quedó definitivamente ganado para el partido jansenista a raíz de una supuesta «experiencia mística» que dijo haber tenido en uno de sus retiros espirituales en el susodicho Convento en Noviembre de 1654. Por entonces ya corrían malos tiempos para la causa jansenista, debido a la condenación de cinco tesis extraídas del libro Augustinus de Cornelio Jansenio mediante la Constitución de Inocencio X Cum occasione, de 31 de Mayo de 1653.

Los cabecillas de la herejía replicaron con su conocida distinción entre error de derecho y error de hecho, aseverando que las tesis presentadas eran, en efecto, erróneas, pero que éstas no aparecían realmente en la mencionada obra condenada. Es entonces cuando Pascal redacta, bajo pseudónimo, sus llamadas Cartas Provinciales, que sumarán un total de 18, entre Enero de 1656 y Marzo de 1657, y que tanta popularidad alcanzaron entre la población general de París. Lo que en un principio tenía sólo la finalidad de defender la causa jansenista, se convertiría casi desde el inicio en un craso y burdo ataque contra el principal enemigo de la secta: la Compañía de Jesús, sobre la cual se descargarían todas las acusaciones imaginables. No sin razón subraya el P. Ricardo García-Villoslada S. J., al relatar este asunto en el Capítulo dedicado al Jansenismo en el Tomo IV de la Historia de la Iglesia Católica (ed. BAC), que «Pascal fue el que dio forma a la leyenda negra del jesuitismo. Todos los errores, todos los absurdos que corren entre el vulgo desde entonces, y que han sido creídos y propalados aun por literatos de gran cultura y aun por eclesiásticos […], todos esos tópicos denigrantes […] se derivan de las Provinciales de Pascal». (Y buen ejemplo de ello lo encontramos en los espurios pretextos que aparecen en la Consulta del Consejo Extraordinario de 30 de Abril de 1767 con ocasión del Real Decreto de expulsión que ciertos desleales Ministros consiguieron arrancar engañosamente del Rey Carlos III, y convenientemente refutados en el excelente Dictamen del Fiscal del Consejo Real, Francisco Gutiérrez de la Huerta, de 21 de Octubre de 1815, con ocasión de la restitución de la Compañía por Fernando VII con su Real Decreto de 29 de Mayo del mismo año, reparando el error de su abuelo).

En los mismos días en que aparecía la 18ª Carta, se promulgaba en París la Constitución Ad sacram beati Petri Sedem, de 16 de Octubre de 1656, que confirmaba que la condena de las cinco tesis se había hecho «en el sentido intentado por el mismo Cornelio». A su vez, las Cartas fueron insertadas en el Index por Decreto de Alejandro VII de 6 de Septiembre de 1657. Es en este contexto donde Pascal anota, p. ej., en su Pensamiento nº 677 (según la edición de L. Lafuma, la más completa, traducida por Mario Parajón): «El Papa odia y teme a los sabios que no le están sometidos por voto [de obediencia]»; y en el nº 916: «Ahora bien, después que Roma ha hablado y se piensa que ha condenado la verdad, y que esto ha sido escrito, y que los libros que afirman lo contario están censurados, es necesario gritar tanto más alto cuanto más injusta es la censura, y cuanto con mayor violencia se pretende sofocar la palabra […]. La Inquisición y la Compañía [de Jesús], los dos azotes de la verdad […]. Si mis Cartas son condenadas en Roma, lo que yo condeno en ellas es condenado en el Cielo». La impenitencia de Pascal y su pertinacia en la herejía jansenista fue total y absoluta hasta su muerte. En el Pensamiento nº 1002 se recopila esta aserción que su sobrina Marguerite Périer recogió en una narración manuscrita suya (transcrita después por el P. Pierre Guerrier en su Tercer Tomo de Colección de Manuscritos) tras oírsela decir a su tío en conversación con sus amigos en 1662, es decir, poco tiempo antes del fallecimiento del publicista: «Se me pregunta si no me arrepiento de haber escrito las Provinciales. Respondo que, muy lejos de arrepentirme, si las tuviera que escribir de nuevo, las haría todavía más fuertes».

Félix M.ª Martín Antoniano