Lo prometido es deuda: por la presente, me dispongo a embarcarme en la ardua, ingrata y solitaria tarea de realizar una apología razonable del futuro de subjuntivo, patrimonio exclusivo, salvo error por mi parte, de las lenguas íbero-romances (sí, el portugués también tiene un futuro de subjuntivo). Causa perdida; causa poco útil para la gran Causa del Progreso de la Humanidad; causa sin duda con menos resonancias morales que la lucha contra el aborto y la eutanasia. Pero yo también tengo, supongo, derecho a mis manías y a mis ideas extravagantes. Algún lector (quizás alguna lectora), dirá que mis extravagancias son muchas y que ya han sido suficientemente puestas de manifiesto. Imaginen ahora una risa estentórea y siniestra: ¡esto no ha hecho más que empezar!
Existen tres formas de utilizar el futuro de subjuntivo: bien, mal y a la manera de Tierno Galván. No obstante, el buen uso del futuro de subjuntivo puede hallarse, con sobrados ejemplos, en la literatura (sobremanera en el Quijote) pero, también, con cada vez menos ejemplos, en nuestras leyes. En particular en el Código Penal. Y, por otra parte, la manera de Tierno Galván es gramaticalmente correcta pero sociolingüísticamente una pedantería aún mayor que la palabra «sociolingüísticamente». Porque el mal uso puro y simple del futuro del subjuntivo es no hacer uso de él. ¿Les parece que desvarío? Citando a la Locura de Erasmo: «aún veréis cosas mayores…».
Hay un célebre discurso de Tierno Galván, de cuando era Alcalde de la Villa y ex Corte, en el que aparece mi tiempo verbal predilecto. Es de la época en la que Madrid estaba siendo diezmada por todo género de drogas, porque la idea de los socialdemócratas de «modernizar España» era introducir la heroína y el porno en todas las casas que se las pudiesen permitir. Pero otro día hablamos de la Movida madrileña, como el fenómeno sociocultural más sobrevalorado de la historia de España.
La cita, muy del gusto de los 80, dice algo así como: «si de colocarse se tratare, ¡a colocarse y al loro!». Y hoy sólo vamos a hablar de gramática, que conste.
El futuro de subjuntivo es un tiempo verbal culto; muy culto, no lo niego. No lo escucharán Vds. en una conversación informal con sus vecinos. Por eso, utilizarlo correctamente exige tomar en consideración el medio en el que se habla. Al igual que no deberían utilizarse expresiones vulgares en una recepción real en Lignières (ni siquiera en una recepción regioconstitucional en Zarzuela), no deberían utilizarse tampoco vocablos gongorinos ni cultismos extemporáneos hablando con infantes de 5 años o con diputados. Si Tierno Galván se dirigiese a los miembros de la corporación municipal, podría ser aceptable un futuro de subjuntivo bien colocado, pero no la vulgar expresión «¡al loro!». En el referido discurso, dirigido seguramente a alguna de las hordas de rockeros yonquis que poblaban Madrid en aquellos entonces, es justo al revés. La cuestión de los registros lingüísticos (es decir, la sociolingüística, para que vean que no me invento las palabras), también tiene su importancia, sobre todo cuando uno quiere comunicarse de manera eficiente, sin quedar, ni como un pedante presuntuoso, ni como un analfabeto funcional.
Por otro lado, la peor manera de utilizar nuestro subjuntivo es no utilizarlo o, como tenemos la feísima costumbre de hacer, reemplazarlo sistemáticamente por un imperfecto:
Si mañana Pedro dimitiese, ¿Yolanda sería la «Presidenta»?
Puesto que fantaseamos con la futura (e improbable) dimisión de Pedro, lo que habríamos de decir (lo que diría Don Quijote) es, más bien:
Si mañana Pedro dimitiere, ¿Yolanda sería la Presidente?
El ejemplo propuesto quizá no les resulte demasiado chocante porque, como digo, tenemos la costumbre, bien asentada, de privarnos del insospechado placer de hablar correctamente. Veamos otro:
El artículo 485 del Código Penal dice: «El que matare al Rey…». Otras lenguas menos afortunadas que la nuestra, como el francés, debe contentarse con definiciones o referencias del hecho delictivo con meros sustantivos. Si los franceses no hubiesen ya matado a su Rey, su Código Penal diría algo así como «el asesinato del rey está penado con…».
Volvamos a nuestro Código: no dice «el que matase al Rey», porque es gramaticalmente incorrecto, no parece ocioso insistir, utilizar un tiempo pasado para referirse a algo que podría o no suceder en el futuro. Tampoco dice «el que mate al Rey», porque eso parece suponer que alguien va a matarle necesaria o muy probablemente. Y como no estamos en Francia, esta afirmación no parece ser muy razonable.
El Código Penal español podría hablar español mal pero de manera inteligible como los españoles y decir «el que matase al rey». Estoy de acuerdo. Como en muchas otras ocasiones, el mundo jurídico sigue siendo una reserva natural de arcaísmos lingüísticos. Recuerdo un interesante alegato, escuchado en una Facultad de Derecho, contra el uso de expresiones anticuadas en los textos jurídicos, del estilo de «otrosí» y de «suplicar» cosas a los Tribunales. No les sorprenderá demasiado, me imagino, si les digo que mi desacuerdo fue total.
No voy a cometer el error de pensar que, porque haya leyes que todavía están bien escritas (no es el caso de las elaboradas por el PSOE, no se cansen), todos los que trabajan con ellas tienen la suficiente competencia lingüística como para comprender la riqueza, la corrección y, a su modo, la belleza que contienen. Ni tampoco estoy demasiado seguro de que todo abogado que escribe «otrosíes» en sus demandas sabe que no se trata de una fórmula consagrada y que sólo es una manera elegante y añeja de decir «además».
No. Yo lo único que digo es que, si mañana viniere alguien a preguntarles por qué tienen colaboradores tan pedantes en La Esperanza como para perseverar pertinazmente en el uso de tiempos verbales perfectamente pasados de moda, haya quien sepa explicar que un carlista siempre, siempre, debe preferir el peligro de «el que matare al Rey» que la peligrosa certeza de que haya alguien que «mate al Rey».
Y, en fin, por deshacer una última objeción: ¿no es acaso el futuro de subjuntivo un tiempo verbal extraordinariamente limitado en sus usos posibles? Sí. Es como el ornamento azul cielo, que sólo se utiliza en la fiesta de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora y sólo en España e Hispanoamérica. ¿Y si Roma dijere mañana que el privilegio hispánico está, también, pasado de moda…?
G. García-Vao