Helen y sus dos nacionalidades

«Ahora Helen es ciudadana de dos países. (Estados Unidos y el Vaticano) … Si Helen es buena católica, su principal lealtad estará con el Vaticano (Iglesia católica)».

En medio de la polémica que generó el cambio de la jurisprudencia fijada en el fallo de «Roe vs Wade» por parte de la Corte Suprema de los Estados Unidos, fue un tanto interesante toparme con esta imagen que describe bien el sentimiento anticatólico estadounidense, especialmente el pensamiento nativista del siglo XIX. Aunque hoy en día izquierdistas estadounidenses no se lo piensan dos veces a la hora de atacar nuestras iglesias, estatuas y símbolos para «protestar» contra las «tradiciones opresoras» de su nación (que de católica no tiene nada), lo cierto es que los católicos fueron parte de esas «minorías despreciadas» que la misma izquierda dice defender.

A lo largo de la historia estadounidense, los católicos fueron blanco del odio anglosajón protestante, que muchas veces escaló hasta llegar a los linchamientos y la quema de monasterios. Ya en el siglo XIX, los nativistas hacían todo lo posible para excluir a los inmigrantes católicos de la acción política, ya fuera vetándoles el voto o por lo menos evitando que ocuparan puestos políticos. Esto se debía no sólo a motivos xenófobos, sino al temor de que estos católicos actuaran como «agentes del Vaticano», el cual conspiraría para expandir su imperio. (Un privilegio expansionista reservado a los estadounidenses, al parecer).

El espíritu anticatólico estadounidense no era otro que el espíritu liberal que nació del protestantismo, que comenzó con la «sola Scriptura» y tuvo como resultado el relativismo moral y luego político. Nacido en el protestantismo, amamantado con el relativismo político de Locke, y reforzado luego con el pensamiento masónico de muchos los «padres fundadores», fue plasmado en la Constitución de los Estados Unidos. El americanista comprendía al hombre libre como aquel que no depende de ninguna autoridad religiosa para decidir en materias morales, o que al menos puede prescindir de ésta y sus veredictos en los asuntos públicos. Siguiendo la moral cristiana y bajo el arbitrio de una autoridad religiosa (el Papa), al buen católico le era imposible hacer política al margen de la religión, lo que los americanistas no veían sino como un fanatismo que lograría esclavizar a los estadounidenses.

Hoy en día el liberalismo estadounidense y su doctrina de relegar la fe a la esfera privada ha triunfado entre los mismos católicos, tanto estadounidenses como hispanos. Respecto a la élite política estadounidense, no deja de sorprender que un grupo prominente de políticos católicos se han destacados por su fanatismo abortista, so capa de «seguir, pero no imponer la doctrina católica». Por su parte, innumerables feligreses católicos esconden la fe en el bolsillo, y apoyan tales partidos a pesar de, cuando no a causa de, su postura abortista. Y en el caso de que algunos católicos en puestos influyentes se atrevan a dar pasos importantes contra este crimen, encuentran hostilidad entre sus correligionarios, quienes los tachen de «fanáticos», haciendo eco de las voces anticatólicas de los nativistas del siglo XIX.

Hispanoamérica, tristemente, parece moverse en la misma dirección. En una encuesta publicada en 2014, el Pew Research Center llega a afirmar que es más común que los protestantes hispanoamericanos se opongan a el aborto antes que los católicos, que tienden a ser «menos conservadores». El anticatolicismo se ha visto claramente reflejado en la quema de iglesias y destrucción de imágenes en países como Chile, Méjico y Argentina. Y es que el liberalismo y el anticatolicismo están unidos por lazos de nacimiento, como bien vemos tanto en la historia estadounidense, como en la propia Revolución Francesa.

Dividir al católico en dos «patrias», «almas», «corazones», o como le quieran decir, es más una ilusión del liberalismo que una realidad concreta. Tal división no se concreta sino en el católico liberal, que pretende conciliar el espíritu revolucionario con la doctrina católica. No pudiendo conciliar ambas, se contenta con relegar la fe a un rincón escondido de su alma y ser liberal en la práctica. Ya la disonancia cognitiva se encargará de expulsar a la fe poco a poco.

María Fernanda Sánchez, Círculo de Lectura «Tradición»