Narciso descompuesto

Caricatura de Pedro Sánchez. Composición editorial vía IA

La sensatez acompaña a los que pasean, a quienes descansan un rato en la sombra de los caminos. Como aspiramos a ser sensatos, parémonos a ver la triste andanza del gobierno nacional.

Sánchez vuelve a salirse con la suya, y adelanta las nocivas leyes y decretos del Ejecutivo regando de prebendas el apoyo de los sediciosos. Moncloa nos tiene acostumbrados a este descaro tan explícito desde hace ya ¡cuatro años!

Con las formas del zoco, todo avanza a golpe de pujas y componendas arteras, por interés crudo y manifiesto. Es difícil encontrar en la vida del régimen del 78 precedentes tan groseros de este mercadeo sobre medidas que regirán el país, o lo que queda de él. Esto es signo de crisis, pero también de la naturaleza íntima de toda democracia.

Sin duda, también es firma del timonel de este bajel desvencijado. Muchas veces dijeron que Sánchez está dispuesto a conceder cuanto haga falta por mantenerse a la cabeza del Ejecutivo. Esto lo caracteriza como un dirigente débil, pero también como político implacable. Del mismo modo que las tiranías tienen hebras democráticas, también los gobernantes de ambos regímenes son débiles en sus pasiones y orden; y, pese a eso, derriban sanguinariamente a sus rivales. ¿A cuántos competidores ha tumbado ya Sánchez?

Como tipo de Dorian Gray, Pedro Sánchez aparece descompuesto. A la vista de todos, amasijo de jirones, colgajos sobre una osamenta. Sin embargo, como erigido por un ensalmo nigromante, entierra a todos sus enemigos hasta la fecha, y no le hacen mella los reveses sufridos. Al igual que todo demócrata es un cadáver político, pero sólo caerá cuando caiga.

Supone un dolor grande saber que el presidente y el Parlamento son un cierto reflejo de la España actual. Todo Sánchez proclama unidad, pero es dispersión; toda la cámara grita armonía, y es conflagración. También hoy España, aunque se predique una, está tristemente debilitada y tironeada de mil demarcaciones distintas.

Desaparecida la falsa calma del bipartidismo, desde 2016 se esfumó la ilusión de travesía serena que infundían los gobiernos de partido único. Aquí está el quicio donde la democracia muestra a las claras cómo es, sin ambages donde se resguarden los cándidos.

También antes era un régimen de exacción a costa del común de España, montado sobre negociaciones sórdidas y frívolas. Simplemente, ahora murió incluso el cuidado por un mínimo disfraz de decencia.

La evolución del régimen del 78 destaca que la democracia no es signo de unidad, sino requisito para la división. Cuando la unidad desaparece del gobierno y del cuerpo político el poder se torna gratuito. Y cuantos menos grandes apoyos abriguen a un Ejecutivo, y más dispersa esté la comunidad política, más arbitrario será el dominio de los dirigentes.

Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo de Madrid