El nacionalismo como vía de inserción de los católicos en el liberalismo

El líder político católico irlandés Daniel O´Connell.

El pasado 6 de agosto de 2022 se celebró el aniversario del nacimiento de Daniel O´Connell, The Liberator. Se trataba de una importante efeméride para los católicos en general y los irlandeses en particular. Con ese motivo, LA ESPERANZA publicó un artículo transcrito por Manuel Sanjuán que puede leerse en este enlace. Dicho artículo se presentó con una advertencia sobre un determinado tipo de militancia católica, aguardando la próxima entrega del artículo de nuestro correligionario Félix Mª Martín Antoniano, que precisamente les ofrecemos a continuación. 

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Normalmente los errores ideológicos liberales no penetran de manera directa en el espíritu de los católicos, sino que requieren del uso de recorridos indirectos que allanen el camino a su absorción: éste es el fin del nacionalismo. No nos referiremos aquí a la vertiente romántico-historicista, que fuerza a la Historia a traer «argumentos» desvirtuados y tergiversados en auxilio de las nuevas ideas jurídicas y políticas liberales, sino a su vertiente sociológica como elemento «vertebrador» de una determinada comunidad sociopolítica. En este último sentido, podemos distinguir aquellos procesos en donde el nacionalismo sirve para la unificación de varios pueblos (casos italiano o alemán), o para la independencia de una población respecto de una estructura política más general que lo integra. En este último caso, puede ocurrir incluso que el factor religioso goce de una preponderancia decisiva o esencial en el proceso político emancipador.

La pregunta que se nos plantea es si es posible que un proceso de independencia católica respecto de un poder político acatólico puede servir de cauce mediato para la asimilación de ideologías precisamente contrarias a la Religión verdadera. Éste es el principal problema que surge cuando se analizan los varios casos de emancipación nacidos al calor de los procesos revolucionarios del año 1830. Previamente, muchos intelectuales católicos europeos habían quedado prendados de la «lucha legal» del líder político Daniel O´Connell en pro de una nación irlandesa que sufría, ciertamente, poco menos que el Infierno en la Tierra a manos de una oligarquía opresora que tenía como rasgo esencial de su Constitución política la total proscripción de los católicos, no ya sólo de la vida social, sino del ejercicio de acciones de simple derecho natural. La cuestión radicaba en si podía tener sentido para un católico fundamentar su liberación de ese yugo en base a los principios liberales. Balmes lo planteaba cuando, en su biografía de «El Libertador», al tiempo que alababa su táctica, le echaba en cara su peligrosa desviación doctrinal, pues «proclama la libertad civil y religiosa con una exageración que no podría ser de provecho ni a la misma Irlanda». Lamennais y sus seguidores, por el contrario, veían en la llamada «Ley de Emancipación de los católicos» de 1829 un ejemplo en favor del sistema liberal como ideal para la libertad de la Iglesia y de los católicos, saludando con entusiasmo el nuevo régimen civil nacido de la Revolución juliana de 1830. Similar situación podemos encontrar en el caso de la independencia de Bélgica, en donde los católicos belgas tenían que sufrir las imposiciones del poder calvinista de las Provincias Unidas del Norte, a las cuales había quedado incorporada en virtud del Congreso de Viena de 1815. Al compás de la Revolución francesa de Julio, los belgas se levantaron contra los holandeses en Septiembre, logrando su independencia efectiva al año siguiente. Tuvieron muy importante influjo en el movimiento las ideas de Lamennais.

Con fecha 5 de Diciembre, el Conde de Mérode y el Marqués de Beaufort enviaron a L´Avenir y Le Correspondant un documento titulado A los católicos franceses sobre la Revolución de Bélgica, en donde decían, entre otras cosas: «Hoy estamos entrando en una cuarta época en la que el reinado de Cristo comienza a desaparecer en la sociedad europea, las ideas religiosas se borran en las almas, y, sin embargo, la influencia de la religión ha mantenido en el derecho social ideas que aseguran, tanto a los católicos como a los partidarios de todas las creencias, la libertad religiosa, la igualdad de derechos civiles y políticos, y hacen odiosas la violencia y la persecución. Bajo el imperio de estos principios […] esta situación social los aleja [a los católicos] de la dura necesidad de una sumisión ilimitada, que para ellos hoy no sería más que una abyecta servidumbre». Así quedó plasmado en su Constitución de Febrero de 1831, fruto del movimiento unionista de los liberales de la región valona con los católicos de la región flamenca, estrenando en Europa el liberalismo de tipo americanista.

También cabe mencionar el levantamiento de los católicos polacos de Noviembre de 1830 contra el poder acatólico del Zar de Rusia, aunque en este caso finalizó con la derrota de la sublevación en la Batalla de Varsovia de Septiembre del año siguiente. Incluso el Papa Gregorio XVI instó a los polacos a acatar el poder constituido ruso en su Encíclica Cum Primum, publicada dos meses antes de la condenación de las ideas liberal-católicas de L´Avenir en Agosto de 1832 (Mirari vos). Parece ser que esa actitud del Papa para con los polacos sería la chispa definitiva para la ruptura de Lamennais con la Iglesia. Pero, en todo caso, todos estos movimientos nacionalistas-católicos sí facilitaron la inauguración de una nueva era que había de forjar un nuevo lema: «La Iglesia en el Derecho común (liberal)». Que ese slogan catolicista se entendiera sólo como simple táctica (posición ultramontana, y vaticanista preconciliar), o como ideal a seguir (posición liberal-católica, y vaticanista conciliar), es indiferente a efectos prácticos.

Félix M.ª Martín Antoniano