La Virgen de los Remedios: Conquistadora, Veterana y Generala

Foto: Bárbara Hernández

A pocas leguas al poniente de la Muy Noble y Leal Ciudad de Méji­co se levanta una basílica que acogió la devo­ción mariana más grande de la ciudad y que hoy día nos recuerda que nuestra historia ha estado marcada por la presencia de la santísima Virgen María y que nuestro destino no lleva buen rumbo si no la tiene a Ella como lucero y guía. 

En la Basílica de Nuestra Señora de los Remedios en Naucalpan se venera una pequeña imagen tallada en madera del siglo XIV o XV, que fue traída al Nuevo Mundo por Juan Rodríguez Villafuerte, capitán de las tropas de Cortés. Esta bendita imagen de Nuestra Señora con el Di­vino Niño estuvo presente en la expedición y campaña de conquista siendo Ella la que era colocada en los altares donde antes se adoraban con sangre a demonios. Estuvo también en el Templo Mayor junto con una cruz que Cortés ordenó colocar en lugar del ídolo Huitzilopochtli mientras las tropas cristianas tuvieron el control de la ciudad. Era Ella la que, siguiendo el Génesis, aplastaba la cabeza de la serpiente diabóli­ca que tenía sometidas en la idolatría a las almas de todos los naturales del Anáhuac.

Fue tras los trágicos eventos de la Noche Triste (1520) en Totolte­pec, hoy Naucalpan, donde la Virgen mostró su bondad ante las tropas cristianas vencidas y expulsadas de la ciudad, dándoles consuelo y mos­trando su bondadoso amparo y «remedio» diciéndoles que recobraran los ánimos y que del cielo no les faltaría la ayuda para dar buen fin a la campaña. La imagen rescatada por el capitán Villafuerte fue escondida en el lugar para evitar su profanación y la tropa se dirigió a reagruparse con sus aliados en Tlaxcala. Vencida la ciudad (1521), los cristianos vol­vieron a Totoltepec y levantaron una pequeña ermita llamada «de la Virgen de la Victoria» en memoria del consuelo que la Virgen Santísi­ma les había dado en aquel lugar.

No obstante lo anterior, no fue hasta 1540 cuando el cacique Juan Ce Cuauhtli, guiado por la Providencia, encontró la bendita imagen de Nuestra Se­ñora escondida en un maguey y la llevó a su casa, le curó una dolencia y empezó a rendirle culto privado; pero la imagen «caminaba» a la ermita de la Victoria para ser venerada públicamente donde se ha quedado hasta nuestros días. La ermita pasó a ser santuario y basílica en los últi­mos años.

Durante el Virreinato la devoción a la Virgen de los Remedios au­mentó sobremanera cuando no había llovido y los indios culparon a los cristianos por haber destruido a los ídolos que les mandaban la lluvia.  Cortés les indicó que le pidieran el agua a la Virgen Santísima y enton­ces llovió tanto que las calles se encharcaron de tal manera que los in­dios quedaron maravillados con tal prodigio. Eventualmente se la juró patrona de la ciudad, se le hacían fiestas, peregrinaciones y grandes ro­merías y se volvió parte de la identidad de la Ciudad de Méjico.

Durante la guerra de revolución de 1810, los rebeldes tomaron im­píamente un estandarte de la Virgen de Guadalupe y la usaron en favor de la afrancesada «libertad». Por su parte, el Virrey Francisco Xavier Venegas tomó como estandarte de las tropas realistas a la Virgen de los Remedios por ser Conquistadora y Veterana de guerra y le dio el grado de Generala, fue vestida para la ocasión con los blasones correspon­dientes a su rango, y recorrió la Ciudad de Méjico mostrándose lista y dispuesta para enfrentar a las fuerzas rebeldes.

Los eventos subsiguientes a la revolución dieron pie a la hispanofobia, luego a la leyenda negra y por último a la descristianiza­ción de nuestra sociedad y como consecuencia, el culto a la Virgen de los Remedios se ha venido abajo en las últimas décadas siendo celebra­da aún con pompa por los vecinos de Naucalpan y algunos devotos de la ciudad. Pero su figura y presencia en la vida de la ciudad se ha difu­minado gracias a que la propaganda nacionalista de los siglos XIX y XX tachó esta devoción de «gachupina», «invasora» o «virgen de los espa­ñoles» y puesta en una ridícula rivalidad con la Virgen de Guadalupe.

Finalmente, no queda más que recordar que Madre de Dios solo hay una y que desde el inicio de nuestra historia ha estado presente y se nos ha mostrado como Madre y Señora de todos nosotros. Ella es quien nos dio la luz de su Divino Hijo y es bajo su amparo que podremos tra­bajar para dignificar nuestra patria y que, cuando nos veamos derro­tados o vencidos por el enemigo, recordemos que Ella es el «remedio» que nos alcanzará la victoria.

Ángel Daniel Reyes Rosas, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.