La valiente y decidida intervención de una de nuestras más destacadas margaritas, la queridísima y conocidísima Mónica Caruncho, me ha terminado de decidir y, venciendo una buena cantidad de buenas reticencias, acepto hoy comenzar una columna, más o menos regular, aunque espero que de calidad algo más que regular, en nombre de las Margaritas de la Comunión Tradicionalista.
Sobre todo, porque parece que, por una parte, las mujeres no tengamos mucho que decir en asuntos de tanta gravedad y de tan elevado interés para el bien común como los que normalmente se tratan en La Esperanza. Coincido en que es probablemente así en circunstancias normales. Pero en circunstancias normales tampoco hay que escribir libros sesudos y gordísimos para explicar cosas tan elementales como que en la sociedad debe reinar Cristo Nuestro Señor. Ni tampoco hay que batirse en cuatro guerras (y lo que te rondaré morena) para devolverle al Rey su trono. En circunstancias normales la ilustrísima doña María Teresa de Braganza no se habría visto en la obligación de «desheredar» a Juan III, como nos recordaba últimamente un artículo de Gildo García-Vao; y doña Urraca Pastor no se habría convertido en la cara visible de la Causa. En circunstancias normales, lo reconozco, no habría habido ni Princesa de Beira ni Miss Cavernícola. Y Lucía de Medrano y Beatriz Galindo no habrían destacado, como dos nuevos astros, en el firmamento de las humanidades castellanas. Y Sofonisba Anguissola no habría sido pintora de cámara del Rey D. Felipe II y la Roldana no habría esculpido nada. Ni doña Isabel de Barreto habría sido la primera almirante de la Historia, ni en la gobernación de los Países Bajos españoles se habrían sucedido nada menos que cuatro mujeres, a saber: Margarita de Austria; María de Austria, reina de Hungría; Margarita de Parma e Isabel Clara Eugenia. En fin, en circunstancias normales, Isabel de Trastámara no habría sido reina de Castilla y de León, porque habría reinado su hermano Alfonso. Así que, gracias a Dios por las circunstancias anormales que atraviesa tan a menudo la Santa Causa.
Por otro lado, tampoco se vayan a esperar una tesis semanal de filosofía escolástica ni un finísimo análisis jurídico o geopolítico de la situación internacional. Mis miras son muchísimo más modestas. Nuestra guerra contra la posmodernidad se libra en todos los frentes, desde el de las ideas hasta el de los pequeños gestos cotidianos. Cada uno con sus armas y con sus fines bien diferentes, aquí contribuimos a la Santa Causa unos con debates de altura y otros (otrora) con fusiles y bayonetas; unos con libros de doctrina y otros con recetas de cocina. Algunas, con poemas y libros humorísticos y otras, entre las que pretendo contarme, con historias y anécdotas, si no siempre ejemplares, al menos de las que se podrá sacar alguna enseñanza.
Es curioso cómo las fábulas y los mitos están a la orden del día y, quien más quien menos, casi todos nuestros contemporáneos se administran una dosis cotidiana de anestesia de la sórdida realidad ambiente en forma de películas, series y novelas fantasiosas y más o menos absurdas; pero ninguna de ellas tiene nunca moraleja, que eso suena demasiado a abuelas y consejas en torno de una mesa-camilla. Soy de las que piensa que todos los acontecimientos de nuestra vida encierran alguna enseñanza, incluso los más sombríos. Porque soy de las que piensa (porque soy católica), que si Dios permite el mal es para hacer salir el bien de él. ¿Consuelo de tontos? Tal vez. No pretendo ser otra cosa.
Guadalupe Cordero, Margaritas Hispánicas