La luz del nácar: enconchados mejicanos en Madrid

Detalles de una de las piezas de la muestra. Foto: Museo de América

La conspiración del silencio en torno a todo aquello que pueda servir para combatir la odiosa leyenda negra antiespañola y anticatólica se ha cernido en estas últimas semanas sobre una estupenda exposición que alberga, hasta el mes de mayo próximo, el madrileño Museo de América.

Para gloria de este periódico, La Esperanza es el primer medio generalista en informar sobre la apertura de esta exposición, ya que por motivos que escapan a este periodista, ni siquiera los medios comúnmente considerados como «de derechas» (o sea, el ABC y La Razón), se han hecho eco. Quizá ello se deba al tradicional abandono al que los poderes públicos someten a todo «lo de América» que no se convierta, automáticamente en «lo anti-España». Por supuesto, todas las marquesinas de la capital ostentan la siniestra y perturbadora –tanto más, en estas fechas– publicidad del musical Malinche, que firma Nacho Cano, pero que podría firmar Guillermo de Orange.

Para quienes no lo conozcan, el Museo de América, además de una china en el zapato de las izquierdas patrias, es una de las mejores colecciones de arte de Hispanoamérica del mundo. Por supuesto, cualquier museo local alberga mejores colecciones de arte local, pero el madrileño tiene la rara cualidad de estar razonablemente bien surtido en piezas de todas las provincias transatlánticas de la Monarquía Católica. Sólo la colección permanente merece la visita, pero hoy no se trata de ella.

El pasado miércoles 28 acudí al citado museo que está algo alejado de la ruta museística habitual, por encontrarse en el distrito de Moncloa, en lo que antaño era la parroquia de Santo Tomás de Aquino de la Ciudad Universitaria, para visitar la exposición La luz del nácar: reflejos de Oriente en México.

El eje de la exposición son los llamados enconchados, pinturas al óleo con incrustaciones de nácar y decoraciones (en marcos y reversos) en laca. En particular, tres series que narran la Conquista de Méjico y que proceden, la una, de los propios fondos del Museo (encargo de la Real Audiencia de Méjico, en su día); otra, de Palacio, regalo a D. Carlos II; la tercera, de la colección privada de los descendientes de los virreyes duques de Moctezuma.

Si hay una idea que vertebra la exposición son los intercambios culturales y artísticos entre el Lejano Oriente, el corazón del Imperio (es decir, América) y la Vieja Europa, que se plasman de manera extraordinaria en la singular combinación de temas y técnicas que nos muestran las piezas escogidas: lacas, nácares y motivos lacustres, de procedencia e inspiración china y japonesa; la historia de la Conquista de Méjico y la propia elaboración de las obras, en los talleres de la capital novohispana; la pintura al óleo, la herencia española y, sobre todo, la presencia dominadora de la Santa Fe.

Los enconchados novohispanos no fueron, sin embargo, concebidos como una suerte de campaña de prensa de exaltación ciega del «imperialismo» castellano. Muy al contrario, esta nueva narrativa de la Conquista fue activamente promovida por la intelectualidad criolla, que se veía heredera, tanto del glorioso Imperio Español, paladín de la fe católica en el Nuevo Mundo, como del no menos glorioso Imperio Mexica, creador de las florecientes urbes del valle de Méjico. La propia elección de las fuentes históricas que sirven de hilo conductor a los enconchados muestra a las claras que no se trataba en absoluto de denigrar a los aztecas y de exaltar cándidamente a los castellanos: los sacrificios humanos y la antropofagia ritual no ocupan un lugar preponderante en las escenas, al tiempo que la llegada de Cortés a Tenochtitlán y su entrevista con Moctezuma se presenta como un ejemplo pacífico y natural de translatio imperii. Concepción de la conquista (tanto de la Nueva España como del Perú) que, por cierto, fue común y aceptada hasta la invasión de unas y otras tierras por las deletéreas doctrinas liberales.

Imagen de una de las salas de la exposición

Vayan a ver los hermosísimos enconchados. La Historia hispana se cuenta sola y sus nacarados resplandores no pueden ser acallados por los rebuznos de un revisionismo histórico que pretende atribuir a España todas las sombras y a los «pueblos originarios» todas las luces. Porque no hay apenas pueblos originarios con «estatuto de limpieza de sangre» en la América Española. Si ya no hay mexicas ni tlaxcaltecas, como tampoco hay, allá, extremeños ni andaluces, es porque hay mejicanos. Si el arte virreinal (que no «colonial») americano no produjo riberas, murillos ni quevedos, como tampoco produjo ya calendarios en piedra ni penachos de quetzal ni obras de los tlacuilos, fue porque dio lugar a algo nuevo, distinto y, sin embargo, bien anclado en ambas tradiciones. Porque la Monarquía Hispánica no fue un imperio depredador, sino creador. Creador de mundos y de obras de arte, como nuestros enconchados.

Disfruten de la visita.

Agencia FARO