Buñuel, un genio del arte contemporáneo, se declaraba ateo, incluso anticlerical, pero era un profundo conocedor y admirador de la iconografía cristiana y de la liturgia tradicional de la Iglesia Romana, incluso de las tradiciones populares de la Semana Santa de su Calanda natal, que introdujo en sus películas. Entre estas, Simón del desierto nos servirá, ya lo hemos hecho en la entrega anterior, para hacer unas reflexiones sobre el cartel anunciador de la Semana Santa de Sevilla de este año o, más bien, sobre la polémica que ha suscitado entre los católicos, pues como dijimos en la primera entrega, no nos interesan tanto las manifestaciones circunstanciales del mal que nos aqueja cuanto sus raíces.
Simón vive en una columna entregado a la continencia, la oración, la caridad y la humildad. El Demonio, interpretado por la bella actriz mexicana Silvia Pinal, se le presentará hasta tres veces con la intención de tentarle y hacerle bajar de la columna. La primera vez en la forma de una niña, que inmediatamente mostrará unos atributos fuertemente sexualizados, de un erotismo perturbador. «¿Quién eres?». «Soy una niña inocente, Simón». «Mira que piernas tan inocentes. Mira mi lengua, ¡qué larga!». «No temo, Satán», dice Simón y el Demonio se va derrotado.
También el autor del cartel dice haber presentado una figura inocente y acusa a los católicos que la rechazan de que el mal no está la imagen sino en la suciedad interior de sus mentes. El Demonio de Buñuel sabe en cambio que la sexualización y el afeminamiento son objetivos, que son obra suya, no de Simón y quizá por haber sido derrotado la primera vez ha recurrido a otro ardid, hacer creer al hombre que la realidad visible e invisible no tiene entidad propia, que es un constructo subjetivo. Así, si el propio Cristo no tiene materia y forma propia, el artista puede interpretar la imagen del Salvador según sus deseos y sentimientos, construyendo con creatividad un Cristo propio. aunque, en una muestra de soberbia, no admita que gran parte del público al que va dirigida la reciba, según su propia forma mentis, con desagrado.
El arte sacro, por su finalidad catequética y devocional, siempre se atuvo a reglas estrictas, en la que sin embargo había cabida para la creación original, y ahí radica la genialidad de los artistas que atentos a una iconografía precisa supieron crear imágenes nuevas sujetas a la Revelación y la Tradición transmitidas por la Iglesia. No parece este el caso del cartel, cuyos fundamentos iconográficos, puesto que la Iglesia ha hecho dejación de funciones, corresponde a los del Mundo.
Precisamente en la segunda tentación, el Diablo se presenta a Simón bajo la apariencia de Cristo, del Buen Pastor, con el pelo rizado, barba y un cordero entre sus brazos, pero sin poder ocultar del todo su figura feminoide. Halaga a Simón por sus penitencias y oraciones, pero le invita a gozar y saciarse de los placeres del Mundo y la Carne para que pueda rechazarlos con conocimiento de causa. Simón se percata del engaño y rechaza una vez más al Demonio, que descubierto, se ofende, lanza una piedra e hiere al Estilita en la frente.
El placer, hasta la saciedad, sobre todo de la Carne, como un requisito para la realización plena de la condición humana. La imitación de Cristo, sufriente y mortificado, como su principal impedimento. Estas son las proposiciones de Satanás. Las del cartel no llegan a tanto, se quedan solo en la exaltación de un cuerpo joven, en exceso atildado y de posturas afectadas, un simulacro acorde al culto que el hombre occidental rinde a su propia carne, que intenta preservar inútilmente de la degeneración y la corrupción. No es el Cristo que ha vencido a la Muerte sino un hombre que, porque le tiene pavor, la esconde.
En la tercera tentación Satán, con un pecho al descubierto, se presenta en un ataúd, sembrado la duda en Simón de si no estará consumiendo de forma inútil sus días en secas y tristes mortificaciones. Declara creer en Dios, puesto que ha gozado de su presencia, y parece sugerir que al Padre le complace que el hombre disfrute, el problema es el Hijo, al que odia, y cuyo ejemplo se empeña en seguir Simón. El Demonio propone llevar a Simón al Sabbat, «allí podrás ver brillar las lenguas y las heridas rojas de la carne». Simón sucumbe y es transportado a un antro en la gran ciudad sin Dios, Nueva York siglo XX, a la fiesta perpetua de la eterna juventud donde unos jóvenes bailan compulsivamente al son de una música frenética. «¿Qué música es esta?», pregunta hastiado Simón. «Carne radioactiva», contesta Satán. «Vade retro», dice Simón con fastidio. «Vade ultra», responde imperativa Satán. Simón desengañado, quiere volver a casa, a su columna, pero no hay vuelta atrás, «tendrás que aguantarte aquí hasta el fin», le dice riendo la mujer antes de proferir su demoniaca carcajada.
La propuesta de Satanás es de nuevo el cumplimiento pleno de la naturaleza humana en su propio cuerpo, acorde con un dios inmanente y no cognoscible de forma objetiva pues no puede salir de los límites de la mente del hombre, que lo crea y recrea según sus deseos y limitaciones. La principal tentación es negar la evidencia de que la corrupción de la Carne y la Muerte impiden lo anterior. La invitación de Satán es el Sabbat, el tiempo sin Dios. ¿Qué tiempo anuncia el cartel del Consejo de Hermandes y Cofradía? ¿Un tiempo de arrepentimiento y conversión? ¿Un tiempo sabático de sensualismo después del cual no hay nada? Esta es la fiesta de los descreídos, de los paganos, a la que la confusión introducida por Satanás ha llevado ya a muchos cristianos. Muchos han sido también entre los católicos los que, huyendo de la muerte política, se han bajado de la columna y se han adentrado en la fiesta pagana del liberalismo. Como Simón, solo hallan fastidio y frustración. Allí el lema es el «vade ultra» revolucionario como fin en sí mismo. Que no nos pase como a ellos y podamos perseverar solos, pacientes y mortificados sobre la columna de la Tradición.
Fin.
Javier Quintana, Círculo Hispalense
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