Consideraciones sobre el cartel de Semana Santa del Consejo de Cofradías de Sevilla 2024 (II)

ES UN CARTEL INNOVADOR Y RUPTURISTA

Fotograma de Simón del Desierto (Luis Buñuel, 1965)

Decíamos en la entrega anterior, que las procesiones de Semana Santa se han convertido en un espectáculo destinado a un público amplio y variado que busca la satisfacción sensorial, la reafirmación identitaria o la atracción turística y añadimos que los católicos que hacen penitencia u oración ante las imágenes de su devoción han venido a ser considerados no los actores principales de la función, sino meros figurantes no pocas veces molestos. No es por tanto ajeno a esta consideración de fiestas típicas que se recurra al cartelismo como medio de anuncio y propaganda, pues es el género artístico propio de la sociedad de masas, del espectáculo, el consumismo, la lucha de banderías políticas o directamente la llamada a las barricadas, produciendo en cada uno de los casos estimables obras del arte.

El cartelismo cofrade surge por tanto en el caldo de cultivo del arte contemporáneo, de sus técnicas gráficas y estilos, no en la tradición del arte sacro sevillano, por más que haga uso de sus elementos iconográficos. Desde sus orígenes, en las primeras décadas del XX, quizá un poco antes, se movió entre el tipismo folclórico, las innovaciones vanguardistas poco transgresoras y las regresiones barroquizantes. Parece que es en las últimas décadas del XX cuando algunos autores ensayan técnicas y fórmulas compositivas y expresivas propiamente rupturistas, ligadas fundamentalmente a al Pop-Art, lo que en los ambientes un poco pacatos y ayunos de formación artística del mundillo cofrade no dejaba de causar polémica, por considerarlas poco tradicionales estéticamente, aunque no se dejara de hacer uso en esta cartelería de la iconografía propia del acervo imaginero de la Semana Santa sevillana. Algún autor y conocido cofrade, llego a dar un paso más largo al incluir en su cartel, creo que para un Via Crucis organizado por el Consejo de Cofradías, no la imagen del Cristo titular de una cofradía sino una reiteración ordenada de llaveritos o insignias de solapa (pines les dicen) con la que la cofradía comercializaba la imagen del Cristo, quizá siendo su intención denunciar veladamente la sinuosa línea tras la que la imagen devoción se convertía en un objeto de merchandising.

El cartel de este año, el de Salustiano García, es un cartel innovador y rupturista, aunque de un figurativismo formal fotográfico que bebe lejanamente de modelos renacentistas y el propio autor ha declarado que no ha querido ser “revolucionario”. Sobre un contundente fondo rojo inglés, presenta un Cristo resucitado con escasos signos de la Pasión, muy atenuados, y solo dos elementos reconocibles de la iconografía cofrade, el paño de pureza del Cristo de la Expiración (el Cachorro) y las potencias del Cristo del Amor. Pero estos elementos referenciales para el espectador cofrade sevillano casi desaparecen, son secundarios, ya que la atención, todo el peso visual de la composición, recae en la anatomía y la expresión juvenil del Cristo, que no es una imagen reconocible de la Semana Santa sevillana sino una imagen nueva y es en esto precisamente donde el artista ha venido a ser si no “revolucionario”, sí rupturista.  

El autor, fiel a su estilo, ha creado con la libertad que le han otorgado los comitentes del encargo, que sin duda han buscado el prestigio de su firma. Para la anatomía, los rasgos y la expresión facial de la nueva imagen, el artista ha usado como modelo a su propio hijo y, parece ser, el recuerdo de un hermano fallecido en edad también juvenil. Junto a estos referentes materiales y corpóreos, en la configuración formal de la nueva imagen ha debido recurrir también a su propio mundo de creencias y sentimientos religiosos en torno a Jesucristo, su Pasión, Muerte y Resurrección que, de algún modo, debe relacionar con la redención del género humano al precio de la Sangre del Redentor y, por tanto, también con sus creencias o tal vez sentimientos a cerca de la naturaleza del género humano. Sobre el resultado, ampliamente difundido ya, manifiesta el autor no haber tenido intención de ofender ni provocar. No dudamos de su palabra, pues sería temerario hacer juicios sobre personas e intenciones que no conocemos. El caso es que ha generado polémica entre los que han acogido la nueva imagen con agrado y entusiasmo y los que se han sentido agraviados y ofendidos.   

El caso no es nuevo en la historia del arte. No sabemos si quisieron provocar, pero escandalizaron en su época Leonardo con sus sanjuanes andróginos, Miguel Ángel con la primera versión para el Cristo de la Minerva, totalmente desnudo, o Caravaggio con su Virgen del Tránsito, para la que dicen que eligió como modelo el cadáver de una prostituta ahogada en el Tíber, por citar algunos ejemplos célebres. Todas son consideras obras de arte de primerísimo nivel, ninguna ha suscitado la devoción de los cristianos. Consideramos que este es otro de los puntos de vista desde los que debe ser analizada la polémica. ¿Ha creado Salustiano García una imagen dotada de unción sacra en la que se trasluce la Belleza de Dios y, por tanto, mueve al fervor devoto o una imagen profana con atributos iconográficos cristológicos, idealizada según los cánones de belleza humana imperantes en la sociedad actual?  Si es lo primero, deberán surgir nuevos devotos que le dirijan sus oraciones y, quizá, se sientan llamados a la conversión; si es lo segundo, resultará una buena obra de arte contemporáneo admirada y alabada por los entendidos, pero, como arte sacro, será una caricatura. 

Veamos las reacciones suscitadas que, concentradas en polos extremos, muestran sin embargo una abigarrada confusión que nos recuerda ciertas escenas de la memorable película Simón de desierto de Buñuel (1965). Recordemos; Simón el Estilita hace penitencia sobre una columna y a su alrededor se forma una comunidad de monjes; uno de ellos, el monje Trifón, poseído por Satanás, discute con sus compañeros sobre la naturaleza de Cristo, su Resurrección y la obra de la Redención logrando introducir confusión entre sus compañeros al degenerar el debate en un cruce de gritos e improperios. “¡Muera la sagrada hipóstasis!”, a lo que responden los monjes “¡Viva!”. “¡Muera la anástasis!”, y responden los otros “¡Viva!”. “¡Viva la apocatástasis!”, y responden “¡Muera!”. Finalmente grita “¡Viva Jesucristo!” y los otros, confundidos y enfrascados en decir lo contrario que Trifón gritan finalmente “¡Muera!”.

Mucho de esto observamos en las discusiones en tono al cartel y como los peregrinos que acudían a los pies de la columna de Simón en busca de edificación, nos lamentamos de haber encontrado también en la polémica suscitada motivo de escándalo. Oímos al propio autor delimitando de forma confusa la naturaleza de Cristo, como si la Resurrección eliminara su humanidad y tras ella solo permaneciera su divinidad y representa la Belleza de la divinidad en base a los gustos y los cánones de belleza humana, a la que a su forma diviniza, propios del mundo occidental hodierno, un mundo decadente en el que las criaturas pretenden autodeterminar su propia naturaleza en función de sus deseos, negando y rechazando la obra del Creador. Oímos a otros que se reflejan en ese canon y hacen bandera identitaria del cartel, reclamando el derecho a ver reconocida su condición dentro de la Iglesia no como efecto de su propia naturaleza humana caída y necesitada de la Gracia sino atribuyéndola a obra y deseo del propio Dios. Oímos a otros que, con efusión identitaria castiza y cantonal, se ofenden porque la imagen no representa a Sevilla, que es la diosa pagana que adoran. Oímos a otros que se desgarran las vestiduras porque ven ultrajada la imagen de Cristo, piden la retirada del cartel, la dimisión del presidente del Consejo de Hermandades y Cofradía, esperan en vano que sus pastores se pronuncien, pero no gritan fuerte ¡Viva Cristo Rey! Oímos en fin a muchos trifones y rufianes que, enemigos declarados de la fe cristiana, azuzan el virus de la confusión para mantener viva la confrontación de la que viven y así mientras unos se agravian otros les injurian porque su indignación les ofende. En medio de esta confusión algunos se mantienen serenos sabedores de que las imágenes les pueden acercar a Dios como representaciones figuradas si están ungidas de sacralidad o ser simples muñecos bonitos que quizá merezcan ser expuestos en un museo, pero no en un templo; saben que Cristo es Dios y Hombre verdadero, que tiene Cuerpo, que de su presencia real pueden tener experiencia diaria en el Santísimo Sacramento.

(continuará…)

Javier Quintana, Círculo Hispalense

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