Caos en San Marcos (y II)

Universidad San Marcos, en Lima. Foto: archivo de la Universidad

En la concepción clásica de la Universidad, universitas, ésta era un cuerpo intermedio, gremial por naturaleza pues representaba el interés de un grupo particular de la sociedad como lo son aquellos que tiene por oficio el conocimiento. Representaban tal importancia que reyes y Papas, tal como con los municipios, les concedían privilegios y jurisdicción propia (siendo esto precedente de la autonomía universitaria), pero todavía más profundamente, era la defensa jurídica de la naturaleza humana, en la forma de nuestras ansias por el conocimiento. Actualmente los que conforman el gremio universitario, supuestamente en defensa de la universidad abierta al conocimiento primero, llamado filosófico, no defienden más la naturaleza humana, pues tercos, consideran que ésta no existe.

Estancados en sus diferencias ideológicas, utilizando términos extraídos de los más cercanos diccionarios soviéticos, a pesar de que tal representatividad se legitima aparentemente por los votos y la discusión, lo cierto es que no representa nada, pues no reconoce a la política como parte esencial del ser humano en su sentido clásico (entendiendo propiamente el zoon politikón, al ser seres gregarios con palabra, es decir, capaces de expresarnos sobre el mal y el bien, la justicia e injusticia, posicionándonos sobre ello dentro de la ciudad), sino como la mera aplicación reglada del poder.

Ante esta crisis que yace en la identidad misma de la universidad, he visto, no obstante, esperanza. El alumnado, ignorante de las lúgubres recepciones que deciden posiciones universitarias, busca más que nada la consecución del bien verdaderamente pensado en común, reconociendo la esencia y fin de cada cosa. No es de su interés la eterna deliberación, pero la concreción de bienes que puedan compartirse fraternalmente por todos.

La respuesta del político universitario, creyéndose combativo, es un hombre de paja: ¡Ustedes proponen al estudiante callado ante la injusticia y el mal, aunque la universidad sea de formación integral, no solo académica!. Como bien se sabe, el saber contemplativo no se queda externo a la realidad, pues las acciones informadas con virtud y prudencia, encaminadas al bien común, son más significativas que las rencillas ideológicas que definen al final la amarga política universitaria.

Lo combativo se diluye no en la genuina reflexión de la injusticia, sino en la afirmación del ajusticiamiento ideológico; acaban siendo serviles a sectores de su mismo color o a las conspiraciones que, en detrimento del alumnado, manipulan y engañan para obtener más poder, acaban propiciando el ambiente mismo para que la injusticia se reproduzca.

Aún así, estos pretendidos subversivos, fieles a su terquedad, se presentan apropiadamente como enemigos de la justicia, propiciando un enfrentamiento adecuado, y evitando el envenenamiento progresivo causado por aquellos que son lobos con piel de oveja. Gran favor nos hacen.

Plasmar todo lo dicho en la coyuntura es imposible por el objeto del artículo, y tal vez más adelante haya oportunidad de hacerlo, pero personalmente, me quedo con lo dicho por el Señor en Mateo 12, 25: «Todo reino dividido contra sí mismo es asolado y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no se mantendrá en pie». Que la verdad vuelva a las aulas, por la gracia de Dios.

Vicente Evangelista, Círculo Blas de Ostolaza