Recientemente hemos conocido que China y Brasil han decidido reemplazar el dólar por sus divisas locales en sus operaciones comerciales. También hemos sabido que China ha llevado a cabo, en las últimas semanas, importantes movimientos de venta de deuda pública estadounidense. Por último, a raíz de la reciente crisis bancaria de EE.UU., se informó de que, en tan sólo diez horas, se retiraron 40.000 millones de dólares en depósitos bancarios.
Estos movimientos tienen consecuencias diversas, incluso contrapuestas, y para muchos, no deseadas. Como introducción sumarísima al tema, valga decir que el imperialismo estadounidense siempre ha tenido, en la economía y las finanzas, uno de sus reflejos más palmarios. En este caso, el interés de los poderes de EE.UU. ha sido siempre que el dólar sea la divisa de referencia de la economía mundial. Y es que la circulación de dólares en operaciones en las que no interviene EE.UU. genera una demanda ficticia de divisas, que es el motor para que la Reserva Federal (FED) continúe imprimiendo billetes, que a su vez financian la monstruosa deuda que permite al país seguir creciendo. El problema es que ese crecimiento ha llegado a un escenario post-capitalista donde lo único que importa es llegar a mañana, porque los recursos del mañana se consumieron ayer. En conclusión, la impresión de dólares ad infinitum es una expresión de imperialismo económico, pero con el tiempo ha devenido casi una condición sine qua non, una auténtica droga dura, para mantener con aliento a la que ha sido primera potencia mundial desde 1918.
Así las cosas, si disminuyese significativamente el número de transacciones en dólares, se produciría un exceso de oferta de esta divisa, depreciando su valor en picado e incrementando aún más la inflación, con el consiguiente empobrecimiento, acompañado de una recesión de consecuencias incalculables. Es por ello que la FED ha llevado a cabo una política monetaria tan agresivamente restrictiva, pese a que todo el mundo sabe que la inflación actual, que procede de la oferta, y no de un sobrecalentamiento de la demanda, no se mitiga subiendo los tipos de interés. Así, la verdadera motivación de la vertical subida de tipos es un intento desesperado por mantener el valor del dólar para tratar de sostener su demanda. Lógicamente, la consecuencia directa de esta política es la caída en picado del precio de los títulos de su deuda pública actual, que pagan un interés muy inferior al de mercado. Y eso, como sabemos, ha provocado importantes turbulencias bancarias.
En relación a este último asunto, la solución adoptada ha sido justo la que se quería evitar con la subida de tipos: inyectar más dólares en el sistema, que cada vez serán más difíciles de absorber por el mercado mundial, sobre todo si no se cuenta con la voluntad de las potencias emergentes (los llamados BRIC —Brasil, Rusia, India y China—). Así, la contradicción interna del sistema, que es el signo de los tiempos de la posmodernidad, también es una realidad en el mundo financiero desde hace años.
En definitiva, y en realidad, la economía de EE.UU. pende de un hilo, y lo ha hecho durante décadas. Ese hilo ha sido la emisión de dólares, que se ha empleado para endeudarse sin límite, soportada por una demanda monetaria garantizada en todo momento por la confianza suscitada en los inversores, de que la economía estadounidense crecerá lo suficiente como para absorber esa demanda. En otras palabras, el dólar, como el oro, es valor refugio, con la diferencia de que el segundo tiene sustento físico, y el primero se cimienta en algo tan evanescente y políticamente endeble como la confianza. Pero el post-capitalismo, a fin de no parar la máquina, lo ha querido así. Torturar al sistema para conseguir tener gastado hoy el dinero que se supone que se va a ganar mañana, genera un problema: que se necesita hoy un prestamista de paciencia y optimismo ilimitados para poder pagar las facturas de mañana. Pero es un problema que no se soluciona, sino que se difiere, con más deuda, decisión que siempre es enemiga de restringir la oferta monetaria. Pero, ¿se han planteado qué pasa si, como ahora, a la vez que sube el precio del dinero, se imprimen más divisas para evitar la quiebra de la banca? El resultado de tan peligroso cóctel es la temida estanflación (recesión acompañada de inflación).
No se puede negar que estamos en plena guerra fría económica, con potenciales consecuencias militares. Estados Unidos provoca constantemente las tensiones entre sus enemigos (hasta ahora, con poco éxito), y entre sus enemigos y su colonia, Europa, pero al mismo tiempo depende de ellos para que su maquinaria post-capitalista siga en marcha.
De momento, se trata de avisos. Conociendo la historia de Estados Unidos, es evidente que no se van a dejar robar, por las buenas, su hegemonía. Otra cosa es que lo consigan, y otra aún diferente, el precio que hayamos de pagar los inocentes, sea cual sea el resultado final.
Jesús de la Inmaculada, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia).
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