Hoy, 26 de abril de 2023, es el CLXXXVIII aniversario de la proclama hecha por el Cardenal Canónigo Francisco María de Gorostidi en la localidad de Cotobade, en apoyo de S.M.C. Carlos V.
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Habitantes del Reino de Galicia:
Mucho tiempo hace que el resto de España tiene fija la vista en vuestro valor, esperando empuñéis las armas para acabar de coronar la grandiosa obra comenzada, colocando en Trono de San Fernando al sucesor legítimo el Sr. D. Carlos V de Borbón (Q.D.G.); mas como una cobarde y criminal apatía se ha apoderado de vosotros, fue causa de que la facción impía y devastadora de 1820 osase entronizarse de nuevo en este suelo clásico del cristianismo, haciendo tomar vecindad a las doctrinas de herejía y libertinaje con que pretendieron sumergiros en aquella época calamitosa.
Valientes gallegos: los que hoy tiranizan a nuestra amada Patria bajo el espacioso pretexto de defender el Trono de Isabel II son los mismo que en 1814 y en 1823 lo separaron de nosotros sus crímenes detestables; marchando fugitivos a países extranjeros, dejaron a esta heroica nación por triunfo de su iniquidad empapada en la sangre de sus valientes hijos. Decretos execrables salidos de aquella tribulenta asamblea autorizaron la muerte y la rapiña, y estas fueron las virtudes con que aquel gobierno anticatólico proclamó los principios animosos de libertad, igualdad y felicidad para mejor alucinaros y asiros al carro fatal de la Revolución.
Ahora como entonces no creáis pretenden otra cosa con sus planes maquiavélicos que perpetuar, si les fuera posible, las sectas del masonismo, del ateísmo y del deísmo, erigiéndolas un santuario y arrancando para cumplimento de su victoria, la Diadema Real de las sienes de un Príncipe virtuoso, que nadie más que la facción ha osado disputarle, contra el voto general de los españoles y el de las grandes potencias de Europa que no han dudado reconocerle.
Amados compatriotas: vuestra Junta de Gobierno, al contemplar los males que afligen a muchas de las provincias de la católica España y los que diariamente se ensayan en la nuestra sobre los pacíficos habitantes de los partidos de Arzúa y Melide por las hordas de jacobinos conocidos bajo el nombre de urbanos y cristinos, no puede menos de enternecerse en el fondo de su corazón y llorar con vosotros sobre la tumba de tanto hombre honrado y virtuoso sacrificado en el patíbulo por la impiedad del republicanismo. Y, ¿a quién no causará lástima e indignación al ver con esto tantas familias constituidas en el estado de orfandad y de luto? Y, ¿qué diremos de la torpe violación ejercitada en infinitas doncellas, hasta en el seno de sus mismas madres con el saqueo de cuanto tienen para su precisa subsistencia? ¡Mas no son estos los solos crímenes con que la nueva secta de judíos trata de afligir al cristianismo! Los templos del Señor ya no están seguros de su profanación: sus ministros vilipendiados y hechos la mofa y escarnio, sufren la muerte en medio de sus gritos furibundos con que los atormentan; tampoco las vírgenes retiradas al sagrado asilo y los que han abrazado una vida austera y religiosa, están libres de su saña y furor. ¡Dígalo sino Madrid, capital de la Monarquía, cuando fue testigo en los días 16 y 17 de julio de los sucesos más horrendos que la Historia no presenta y la posteridad reusará creer!
Este es, amados compatriotas, el cuadro más triste y lastimoso que vuestra Junta puede ofreceros, a vista de las catástrofes que pasan dentro y fuera de la fidelísima Galicia y esto los males de que bien pronto va a resentirse toda ella. Porque en vano pretenderemos huir sino les presentamos nuestros robustos pechos para derribar ese monstruoso edificio levantado por la furia revolucionaria que tan de cerca nos amenaza. ¿Y será posible nos dejemos tratar de un modo tan cruel y espantoso por esa hora de bandidos, bisoños en las armas y cobardes adonde quiera que hallan resistencia? ¿Será posible, repito, os mantengáis aún pasivos cuando la Religión Santa de nuestros padres se halla tan atrozmente ultrajada? ¿Podréis ocultar por más tiempo la ira que os debe causar viéndoos bárbaramente tiranizados y envilecidos por esa facción de hijos desnaturalizados e indignos del nombre español? ¿No veis como porfía se empeñan en plantar el árbol de la herejía y disolución en esta nación católica por excelencia? ¿Dónde está aquel denodado valor y ardimiento de que tantas pruebas habéis dado al mundo y con el que supisteis aniquilar, en menos de seis meses, ochenta mil franceses que osaron pisar estas provincias heroicas? ¿No corre aún por vuestras venas la sangre que heredasteis de aquellos campeones que en Cotobade, Puente Sampayo, Valdeorras, Burón y otros puntos fueron el terror del enemigo común de la Europa? Y vosotros tan valientes como los que os han precedido ¿bajaréis la cerviz a la infame coyunda de ese pretendido gobierno que, so pretexto de libertad, tiende a sepultaros en la más fea y degradante esclavitud? No, ilustres y valerosos gallegos; vuestra Junta no lo espera de vosotros y no duda que fijando la vista al Norte de esta malhadada Península; al suelo clásico de la lealtad española; a la Navarra y las provincias adonde está el ídolo de nuestra fidelidad y cariño al legítimo sucesor del Trono de San Fernando, que parece haber heredado las virtudes y el valor que tanto distinguieron al celebrado Emperador que llevó su nombre; correréis presurosos a alistaros bajo sus banderas reales jurando mil veces no dejar las armas de vuestras manos hasta haber purificado el genio del cristianismo con que le emponzoñó la facción impía enemiga del género humano. Sean pues nuestros últimos acentos desde las más escarpadas montañas de la Segundyra hasta las extremidades de Hércules y de Finisterre. Viva la Religión, viva la Patria, viva el Rey N.Sr.D. Carlos V de Borbón.
Campo de la fidelidad, 26 de abril de 1835, 3.er año del reinado católico.
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