El dinero y el sistema de precios (IV)

El monopolio del control del sistema dinerario, es el gran y primordial monopolio del mundo

Douglas en Loch Tay Perthshire, Escocia

Cuarto día en la publicación del discurso pronunciado por C. H. Douglas en Oslo, el 14 de febrero de 1935, a S. M. el Rey de Noruega, S. E. el Ministro Británico, el Presidente y Miembros del Oslo Handelsstands Forening (Club de Comerciantes). La segunda parte puede leerse aquí y en este otro enlace, la tercera.

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En el mundo moderno resulta posible arreglárselas sin alguna cosa material singular. Resulta posible arreglárselas sin pimienta; resulta posible arreglárselas sin un considerable número de cosas; pero es prácticamente imposible para ninguno de nosotros pasar veinticuatro horas ya sea sin dinero, ya sin «crédito» que conlleve la creencia de que tendremos dinero disponible tarde o temprano. El monopolio del control del sistema dinerario, es el gran y primordial monopolio del mundo tal como se lo hace funcionar hoy día. Y, con sólo que se den cuenta ustedes –como se darán cuenta al tratar con este problema– de que éste no tiene simplemente un lado económico o matemático, sino también un lado que penetra en la más alta política, dejaré al instante ese lado político, al que, no obstante, quise simplemente referirme.

¿Podría llevarles al obvio lado matemático o mecánico? Para decirlo muy brevemente: el núcleo del defecto en este sistema dinerario y de precios bajo el cual operamos hoy día, es que éste no puede, sin la ayuda de los bancos, liquidar «costes» a medida que se producen; o poniéndolo de otra forma: está bajo la inevitable necesidad de ir apilando deuda a un ritmo creciente. La cura perfectamente simple de esta situación es crear dinero al ritmo al que se crea la deuda. Y tomando, digamos, la muy simple declaración del Sr. McKenna de que todo préstamo crea un depósito y la devolución de todo préstamo destruye un depósito, es del todo obvio que, si tú creas dinero incluso al astronómico ritmo al que se están creando las deudas, tú puedes aplicar el dinero así creado a la liquidación de la deuda, y tanto el dinero como la deuda dejarán de existir al mismo tiempo. De esa forma el proceso se volverá –como no lo ha sido durante muchos cientos de años anteriores– un proceso autoliquidante que pueda proseguirse indefinidamente.

Ahora bien, hay dos formas mediante las cuales el poder adquisitivo puede ser incrementado. En Noruega, no muy lejana tanto de Rusia como de Alemania, tengo la sensación de que la idea de lo que se llama inflación es una que podría muy fácilmente tener grandes terrores para ustedes. Esta palabra inflación es una que siempre es izada por los banqueros y por aquéllos cuyos intereses están con los banqueros, cuando se eleva cualquier cuestión de modificación en el sistema dinerario. Es una especie de coco, que desafortunadamente asusta en seguida a todo el mundo, y ha habido buena razón por la que debieran asustarse.

Lo primero que hay que entender es el verdadero significado de inflación. Inflación no es un incremento del poder adquisitivo; es un incremento en el número o cantidad de fichas de dinero –ya sean en papel o de otra forma– acompañado por un incremento en los precios, de tal manera que tanto el lado del dinero-para-gastar –en cifras– se eleva, como el lado de los precios –en cifras– también se eleva. Ésta es la verdadera inflación. Es simplemente una multiplicación de cifras, sin alterar la relación entre el dinero-para-gastar y los precios; y, por supuesto, es un impuesto sobre los ahorros.

Un incremento del dinero-para-gastar no es inflación a menos que eleve los precios. Por otro lado, con una cantidad dada de dinero-para-gastar –un total dado de fichas de dinero– y una caída en los precios, hay un incremento en el poder adquisitivo. Tú puedes obtener un incremento del poder adquisitivo con uno de estos dos métodos. Tú puedes, o bien mantener constantes los precios y elevar la cantidad de fichas de dinero –asumiendo que eso sea posible hacerlo–, o bien tú puedes mantener constantes las fichas de dinero y rebajar los precios; o, por supuesto, tú puedes hacer ambas cosas al mismo tiempo.

Ahora bien, hablando en sentido amplio, a lo que estamos apuntando en el Movimiento del Crédito Social es, en primer lugar, simplemente a incrementar el poder adquisitivo, de tal manera que el sistema dinerario se vuelva autoliquidante; y, en segundo lugar, estamos apuntando a atender aquella condición –que recién indiqué al comienzo de mi charla– de que cada vez menos y menos operarios son requeridos para teclear las máquinas de la producción industrial.

Aquí en Noruega, como en otros lugares, están ustedes familiarizados con el cuadro de la presente crisis como la de una crisis de desempleo. Ahora bien, ésa es una frase de la misma naturaleza que aquélla de que «el Sr. Jones está realizando dinero». Nos da un cuadro engañoso de lo que está pasando. Tendrán que reconocer ustedes que algunos de los mejores cerebros (científicos y otros), se han estado esforzando durante 150 años o más en dejar al mundo sin trabajo… y han tenido éxito. Producción, producción industrial, es en sí un abuso de términos: no existe, para ser exactos, eso que se llama producción. La ley de conservación de la energía y la materia, prohíbe el uso de la palabra producción en ningún sentido exacto en esa conexión. Lo que tú haces es cambiar la materia desde una forma en la que no es útil para los seres humanos a otra forma en que es útil, y esa transformación siempre requiere energía. Hasta hace 150 años, proporcionábamos esa energía comiendo tantos alimentos como podíamos obtener, y empleando la energía de los músculos de nuestros brazos. Cuando la primera máquina de vapor fue realizada, aquel proceso se volvió obsoleto. La energía que se requiere para esta transformación de materia desde una forma a otra, ahora se suministra a partir del sol más directamente y en forma de energía hidráulica, turbinas de agua motrices, dinamos, motores de talleres de trabajo, y demás.

Permítanme darles un ejemplo de mi propia experiencia. En 1921, el coche americano Buick –con el cual están ustedes del todo familiarizados en Oslo, pienso yo– necesitaba 1.100 horas-hombre para producirse en las fábricas Buick. En 1931, diez años después, un coche mucho mejor con muchos mayores refinamientos, necesitaba 90 horas-hombre para producirse. La caída en las horas-hombre de producción en diez años fue de más del 80 por ciento, y, si bien éste puede ser un ejemplo extremo, cosas similares están pasando en todas partes. Un amigo mío, un constructor de aeronaves, acercándose a esta materia desde un ángulo totalmente diferente, me dijo que, si continuábamos de la misma manera en Gran Bretaña que como lo estamos haciendo, para 1940 habríamos de tener 8.000.000 de desempleados. Se dice que hay 12.000.000 de gente empleable en Gran Bretaña, pero todos los bienes necesarios podrían ser producidos por aproximadamente 3.000.000 millones de gente. A este estado de cosas –el resultado del esfuerzo que en todas partes se ha realizado por nuestros mejores cerebros durante ciento cincuenta años–, siempre se le refiere como un problema de desempleo, ¡como si fuese una catástrofe!

El que sea una catástrofe o un magnífico logro, depende puramente de cómo lo consideremos, pues, en la medida en que la gente nos exija que debamos resolver el problema de desempleo –mientras nuestros mejores cerebros se están, de hecho, esforzando en incrementar el problema de desempleo–, es obvio que no llegaremos a ninguna parte. Desde nuestro punto de vista –el punto de vista de aquéllos que comparten mis opiniones–, decimos que esto es un magnífico logro. El llamado problema de desempleo es en realidad un problema de ocio; y la única cosa que me diferencia –digamos– a mí de un desempleado, es que resulta que yo soy lo suficientemente afortunado de tener una cierta cantidad de poder adquisitivo, mientras que el desafortunado desempleado no la tiene.

(Continuará)

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