Hoy en el noveno día de mes de las flores quiero ofrecerle con vosotros a María Santísima una flor diminuta, la flor del trébol, por ser Ella quien es para con la Trinidad; por la relación tan intima que le une con cada una de las tres Personas Divinas.(Yo soy la que soy en la Trinidad).
Cuando San Patricio predicó la fe católica en Irlanda, tomando una hoja de trébol entre sus dedos, les explicó que debían profesar la Fe Católica si querían ir al cielo, creyendo en un solo Dios verdadero y tres personas distintas: un Dios que es Trinidad. Trinidad en la unidad, sin confundir las personas ni separar las sustancias.
Trataba de acercarlos a este misterio utilizando como símbolo una brizna de trébol, donde son tres en una sola hoja. Misterio tan grande solo podríamos entenderlo plenamente si fuéramos nosotros también Dios. Así lo entendió san Agustín cuando, a orillas del mar, trataba de comprender el misterio de la Santísima Trinidad y se le presentó un angelito que iba y venía con una caracola llevando agua de la mar al hoyito que había cavado en la playa, diciéndole que allí quería trasvasar toda la mar: le quedó claro al Santo que no podría jamás contener este misterio divino intelectualmente ni abarcarlo con su amor. Para abarcar y contener un concepto infinito, infinitos deberíamos ser también nosotros, pues, aunque a veces el orgullo nos hinche bastante, somos en realidad creaturas muy pequeñas y limitadas.
Entre las hojas del trébol, de simbología trinitaria, está esa flor que sólo Dios ve, admira y prefiere, la flor humilde y olvidada, aquella que no verás nunca en los bouquets del banquete de bodas, ni en los floreros de un palacio; las cuales representan muy bien aquello que es María Santísima, la flor escondida de Dios, un Dios que prefirió siempre aquello que el mundo despreció.
La flor del trébol representa, por su pequeñez y humildad, a todas aquellas flores que florecen en valles agrestes o entre los peñascos de la montaña. Aquellas que ni siquiera tienen su nombre registrado en los manuales de algún jardín botánico: las que los jardineros arrancan de sus canteros cartesianos, o de una maceta, con mucho desprecio, como si se tratara de una vil roseta; o le dan con el escardillo, porque, indisciplinadas, se salieron del cantero. Flores que se atreven a romper la uniformidad políticamente correcta, y que son arrancadas por el jardinero, muriendo, las más de las veces, secas al sol o consumidas por el fuego. Esas flores silvestres, especies salvajes, cuyas semillas, al impulso de un soplo del viento, fueron a germinar en lugares inciertos, porque así es el Espíritu Divino, que sopla cuando y donde Él quiere, y no precisamente donde nosotros teníamos previsto.
Esas limosnas generosas y discretas, cuando la mano izquierda ni se entera de lo que pudo hacer la derecha; esas jaculatorias nacidas entre zarzas de dolor, oraciones expresadas en medio de los duros peñascos de la tribulación. Esas esperanzas que florecen cuando todo es muy oscuro. Esas oraciones que se hacen en lo más recóndito de la Iglesia, huyendo de la ostentación altanera del primer lugar. Esos actos aromáticos, por su pureza de intención, son los gestos valientes contra las corrientes frívolas de la común opinión: el “perdón Jesús” del agonizante, el “te amo sobre todas las cosas” de un corazón leal. Las flores más pequeñas, las que nadie ve, pero que, escondidas, purifican el ambiente con su aroma de pureza y fe; hoy a todas ellas las pongo, Señora, a tus pies.
Esos tréboles que nutren sus raíces en los manantiales puros y escondidos, que crecen en los valles frescos y fecundos, donde, tupidos y lozanos, son el alimento rico y suculento que las ovejas prefieren: trebolares adonde las llevan los pastores buenos. Quiera Dios que los misioneros vuelvan a apacentar sus rebaños en estos trebolares trinitarios.
Algunos han dicho que una tisana de estas flores cada mañana es buena para el organismo, y estoy persuadido de que una breve meditación cada día sobre estas flores sanaría muchos espíritus de sus constipados y reumatismos, de hipocresías y fariseísmos.
¡Qué sorpresa más grande nos vamos a llevar cuando se recapitule la historia en el juicio universal, y estemos todos reunidos en el valle de Josafat, al ver en las plazas más importantes las flores más despreciadas por la Humanidad! Ocuparán un lugar muy junto al trono de Dios: el que está reservado a las almas cordimarianas, flores que serán exaltadas a lo más alto a causa de su profunda humildad.
Hoy, en este día, pongo a tus pies, María, las oraciones de tantas almas, escondidas y olvidadas, en hogares y claustros, en prisiones u hospitales, a quienes podemos decirles que, ante ti, ¡María Santísima!, jamás serán flores anónimas.
Magnificat anima mea Dominum,
et exultavit spiritus meus in Deo, salutari meo.
Quia respexit humilitatem ancillæ suæ;
ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes.
Quia fecit mihi magna qui potens est,
et sanctum nomen eius.
Et misericordia eius a progenie in progenies
timentibus eum.
Fecit potentiam in bracchio suo,
dispersit superbos mente cordis sui.
Deposuit potentes de sede,
et exaltavit humiles.
Esurientes implevit bonis,
et divites dimisit inanes.
Suscepit Israel, puerum suum,
recordatus misericordiæ suæ,
Sicut locutus est ad patres nostros
Abraham et semini eius in sæcula.
Gloria Patri et Filii et Spiritus Sancti.
Sicut erant in principio et nunc et semper et in sæcula sæculorum. Amen
Ave Cor Mariæ.
Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas
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