Mes de María. Día 12: los lirios morados

El mayor dolor de su Corazón de Madre es ver que, sus hijos, que tanto la necesitan, no acuden a Ella

Unos lirios morados para Nuestra Señora de las Espadas (Zamora, España)

Los lirios morados: vídeo

Don José María Pemán ha expresado su compasión a Nuestra Señora en una meditación poética dedicada a la soledad de María, con una rara hondura y belleza. Por eso quiero poner estos dos versos suyos, como dos lirios morados, ante la augusta presencia de Nuestra Madre del cielo:

Maestra de soledades,

enséñame a estar contigo.

Estoy seguro de que la Gratia Plena no siente tanta pena estos días por la inminente ascensión de su Hijo al cielo; Ella sabe que va del seno de su Madre al Seno del Padre y que pronto, en Pentecostés, llegará el Esposo Divino que nunca le dejará sola.

El mayor dolor de su Corazón de Madre es ver que, a pesar de la dificultad del combate espiritual en esta época de la historia, sus hijos, que tanto la necesitan, no acuden a Ella. Se sienten solos, pero no buscan su compañía; se sienten tristes, pero no buscan su alegría; se sienten pecadores, pero no buscan la gracia; viven como incrédulos, pero no buscan la Fe; se sienten desesperados, pero no aceptan su esperanza; débiles, y rechazan su fortaleza.

Algunos incluso sienten que son arrastrados por un torbellino de penas sin saber su causa, lo que contribuye a aumentar su tristeza.

María sufre el abandono, desprecio y olvido de sus hijos aquí en la tierra, que llega hasta querer alejar de su cariño maternal a los más pequeños, al impedir que las almas cándidas e inocentes de los niños vayan a Jesús por María. ¡Ay!, si ellos conocieran el don de Dios, no estarían como están, ni se sentirían como se sienten.

Quienes hablamos castellano sabemos que hay una distinción muy profunda entre los verbos ser y estar. Podemos hacer una analogía similar entre sentirse solos y estar solos.

Hay quienes se sienten muy solos, pero, ¿realmente lo están? Si lo están es porque el espíritu no trasciende más allá de la sociedad humana y de la inmanencia de este mundo. Si nos sentimos solos, deberíamos quitarle las cadenas físicas y sensibles a las potencias del alma, liberar el alma de tantas pasiones que la tienen esclava, de manera que, con las alas de la inteligencia y la voluntad, podamos volar espiritualmente hasta los pies de Nuestra Señora.

Como bien nos dice el libro del Eclesiastés: «¡Ay del hombre solo!» y el Génesis, «No es bueno que el hombre esté solo», simplemente porque la naturaleza del hombre es política y social; porque, en esa aparente soledad, nuestra alma comienza a sentir ese soplo gélido y triste, tórrido y siniestro, que solo puede venir del infierno, y que nos conduce al desánimo, pues la naturaleza aborrece el vacío y ese espacio lo quiere ocupar el espíritu malo, ese Ángel solo que quiere arrastrarnos a su eterna soledad.

Si bien el desánimo no es una falta grave, es un pecado muy peligroso. Podemos llegar a sentir en nuestra mente de manera constante, y como un eco machacón, esas palabras que nos empujan al abatimiento y la rendición:

«Estás solo, te han abandonado, te traicionaron, te mintieron y engañaron, te estafaron y robaron, nadie te quiere, nadie te espera, nadie te cree. Eres un fracasado, no sirves para nada, no vales nada, tu vida no tiene sentido, y todo va a seguir siendo así».

Es el peso de los absolutos: jamás, nunca, siempre, todos, nadie, nada, que terminan siendo una lápida para el ánimo y nos hunden cada vez más profundamente. A los que se suman los condicionales, esgrimidos por el sofista infernal, que siembran la duda y desestabilizan, para terminar por tumbar a quienes aun permanecen en pie. Hasta que se logra hacer una oración, «de profundis clamavi ad te, Domina» y del cielo llega el socorro para el alma fiel.

Solo así huirán esos ángeles malos de nuestra vera, como huyeron y  dejaron en paz a  Jesús cuando estuvo cuarenta días confinado en el desierto. El Ángel mentiroso es un ladrón asesino. No es preciso utilizar balas de plomo: una sola gota de agua bendita será suficiente para poner en fuga a este matón infernal con el rabo entre las patas.

También basta una ferviente jaculatoria a la Virgen María, ¡pues le tiene terror!,  y volverá a zambullirse en las profundidades de donde salió. Entonces retornarán los ángeles buenos para servirte y acompañarte, porque la misión de cuidarte les ha sido confiada por quien es Madre de los Hombres y Reina de los Ángeles.

Tu Ángel de la guarda es ese amigo que jamás deja de custodiarte, a pesar de que tú ignores su cercanía y amistad fiel. Pídele que te acompañe hasta los pies de María Santísima, dile que deseas que los dos lirios morados que nacen de tu corazón y brotan en tus labios le expresen a Ella tus súplicas, tus ruegos, tu amor y gratitud; que todas y cada una de esas flores las ponga en su presencia.

Ruégale a este leal y fiel mensajero que te traiga una palabra de consuelo de sus labios virginales, y el cariño de su Corazón. Pídele también esa gracia que tal vez no merezcas, pero que tanto necesitas. Ella, que pudo darte lo máximo: al mismo Dios, te dará lo menos, pues todo a Él es inferior, y quien da lo más puede dar lo menos, si te conviene.

Sobre todo, no olvides que la mayor soledad es la del vacío infinito que deja Dios cuando se va del alma, porque, en definitiva, el espacio del alma solo lo puede llenar Dios.

No hay nada mejor contra la soledad que acompañar; nada más consolador que consolar. Soledad es la que sufren aquellos que estarán de verdad solos donde el tiempo ya no pasa. Esto es lo que angustia a nuestra Señora: que puedas quedarte tú solo en el infierno por toda la eternidad, en lugar de estar con Ella en el Cielo. Acércate con flores a María, ahora que aún es tiempo; comienza a vivir en ese Cielo y refugio que es su Inmaculado Corazón.

Llévale los dos lirios morados y dile: Maestra de soledades, enséñame a estar contigo.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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