Las flores del lino, los azahares y los claveles: vídeo
En el día XX del mes de mayo, quiero ofrecer al Corazón de María, un ramo de flores con los colores de cada tiempo litúrgico. En su seno, al hacerse hombre el mismo Dios, fue hecho sacerdote Nuestro Señor. Quiera la Santísima Virgen, en el molde divino de su Inmaculado Corazón, hacer de nosotros sacerdotes a la altura de tan santa vocación.
De las flores blancas, elegimos jazmines y azahares, por ser del color del tiempo pascual y de Navidad, fiestas de la Virgen y Nuestro Señor; de los ángeles y de los santos que no fueron mártires; expresándole a María las alegrías espirituales y la inocencia de sus santos y ángeles. Y como fieles, nos recuerda la necesidad de conservar pura la candidez del bautismo, para poder participar en el banquete del Cordero en el cielo y, en la tierra, de la comunión sacramental.
El ramo de claveles rojos, de los mismos tonos que representan la ardiente caridad del Espíritu Santo en Pentecostés, nos anuncia la Pasión, el domingo de Ramos y las fiestas de los Apóstoles y mártires, quienes rubricaron su testimonio con la propia sangre. El rojo nos recuerda que, a su ejemplo, a impulsos de la Caridad y en aras de la fe, seamos capaces, si es preciso, de morir por ella y dar testimonio cotidianamente.
Unas ramas de hierbabuena, verdes como el tiempo de Pentecostés, que simboliza la esperanza teologal de alcanzar una vida nueva, perfecta y eterna; virtud que, en tiempos lúgubres, es fundamental.
Unas violetas pequeñas, del mismo color que el tiempo de Cuaresma, Pasión y Adviento. Símbolo de penitencia y austeridad, que, con la humildad y la modestia, deben ser el alimento de las virtudes cristianas.
Pondremos a sus pies muchas rosas, aunque la liturgia sólo utilice su color dos veces, en los domingos de Laetare y de Gaudete, los cuales nos señalan que aquí abajo toda alegría es efímera y pasajera. Subraya el gozo por la cercanía del Salvador el Tercer Domingo de Adviento, e indica una pausa en el rigor penitencial el Cuarto Domingo de Cuaresma. Es símbolo de alegría, pero de una alegría breve. Debemos revestirnos de rosa solo de vez en cuando, pues todo gozo humano es efímero y pasajero.
No faltarán las flores del lino, nubes de cielo florecidas en el campo; ese color celestial de los ornamentos en la fiesta de la Inmaculada, cuyo azul eleva nuestro espíritu, aunque tengamos los pies en la tierra.
Completaremos nuestro ramo con dorados azafranes, que es el color al que recurren los misioneros cuando van con una maleta ligera y que, como la caridad, que todo lo engloba, remplaza a todos los demás colores, salvo el morado y negro, que evocan el pecado y la muerte.
Cuando los ornamentos son negros, expresan el luto, y en el altar no hay flores.
Al depositar estas flores, pidamos a la Santísima Virgen que revista a sus sacerdotes con las virtudes que esos colores representan. El blanco de la pureza en su doctrina y costumbres; el morado de la mortificación y la penitencia; el verde de la esperanza contra toda esperanza; el rojo del testimonio de la caridad hasta el martirio.
Para ilustrar el aprecio de Nuestra Señora por los sacerdotes, iremos hasta Toledo. La tradición nos refiere el milagro de la imposición de la casulla al obispo Ildefonso, prelado de la diócesis primada de España entre los años 657 y 667 de nuestra era. Ildefonso había consagrado su vida a la salvación de su grey y, para su edificación, escribió muchas obras sobre Nuestra Señora.
Una noche, el obispo Ildefonso se dirigía junto con unos clérigos a la iglesia mayor de Toledo. Tras abrir el pesado portón y acceder a la oscura nave, vieron una intensa luz que venía del altar, sobre la sede del Obispo. Ildefonso, sin sentir miedo, se aproximó y pudo observar que la luz provenía de la Virgen María, acompañada de un nutrido grupo de ángeles que entonaban cantos celestiales.
La Virgen hizo una señal a Ildefonso para que se aproximara y éste, de rodillas ante Ella, escuchó que le decía:
«Tú eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla, la cual mi Hijo te envía de su tesorería». Y, tras haber pronunciado estas palabras, fue la misma Virgen quien impuso la casulla a Ildefonso, dejándole el encargo de utilizar esta prenda sólo en sus festividades.
Esta casulla milagrosa al ser reconocida en Oviedo, donde los cristianos ponían a salvo del Islam las más preciosas reliquias, un cronista nos cuenta como era:
Había un cofrecito muy pequeño, como de un palmo de largo, que tenía un rótulo que decía: «la casulla que Nuestra Señora dio a San Ildefonso». Mucho les espantó, por parecerles casi imposible que allí cupiese una casulla. Abrieron el cofrecillo con muy gran dificultad; tanto, que casi estuvieron desahuciados de poderlo abrir, y dentro hallaron un cendal de color de cielo en forma de capuz portugués, tan grande que pudiera cubrir al hombre más alto que hay en España, sin textura ni costura, como una tela de cebolla, tan delicado y sutil que con solo el aliento que respiraban se hinchaba como una vela cuando le da recio el viento. Y volviéndola a doblar como estaba, la recogieron en su cofrecito.”
Y Ella, que siempre revistió a su Hijo, desde los pañales de Belén hasta la Túnica que le arrancaron en el Calvario, dígnese revestir de virtudes necesarias a todos los sacerdotes, como revistió a san Ildefonso de Toledo, con aquella casulla milagrosa, Nuestra Señora, que quiso agradecer al arzobispo sus desvelos por Ella, manifestó también su amor por la Sagrada Liturgia, mediante la cual la Iglesia sigue ofreciendo a su Hijo Jesucristo al Eterno Padre para el rescate de muchos.
Así como la Iglesia los reviste, así los revista María Santísima con el amito, que, como yelmo, es un casco que les protege en el combate espiritual, guardando sus mentes de toda incursión diabólica.
Con el alba, para que se revistan del hombre nuevo creado en pureza y en verdad, y así puedan seguir al Divino Cordero en las eternas bodas de la Jerusalén celestial.
Como buena Madre que es, no se olvidará de ceñirlos con el cíngulo de la castidad. Y, atados a la columna como el Divino Cordero, lleven con resignación cristiana la flagelación de tantas lenguas desatadas.
La estola, atributo del poder y dignidad sacerdotal, reivindica la potestad de atar y desatar, bendecir y predicar, exclusiva del sacramento del orden, y así restablecer su autoridad frente a esta sociedad neopagana.
Sea tu Corazón el manípulo consolador de sus lagrimas, el pañuelo que seque el sudor de sus trabajos. Manípulo de la compunción y la paciencia, por tu mediación puedan cosechar con gozo en el cielo aquello que siembran en la tierra.
Te rogamos, Madre de los sacerdotes, que los acojas a todos bajo el amparo de tu Corazón Inmaculado, como hiciste aquel frío mes de diciembre del año 667 con el Obispo Ildefonso, pues eso y no otra cosa significa la palabra casulla: casita. Reina y Señora nuestra, no nos dejes sin sacerdotes que administren dignamente los sacramentos y prediquen la sana doctrina con verdad y valentía.
Y muy pronto podamos volver a ofrecerte esas flores tan hermosas, de tan variados colores que son la expresión de una fe florecida, en ceremonias litúrgicas que con una belleza sin igual acrecientan la dignidad el culto que le debemos al Dios uno, bueno y verdadero
Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, dadnos muchos sacerdotes según tu Corazón.
Ave Cor Mariæ.
Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas
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