Aproximación a la enseñanza política pontificia – crónica de la 6ª reunión del Círculo Alberto Ruiz de Galarreta

YA EN EL TURNO DE COLOQUIO FUERON MUCHOS E INTERESANTES LOS TEMAS QUE COMPARECIERON, DESTACANDO SOBRE TODO LA RELACIÓN DEL CARLISMO CON LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

El domingo 25 de febrero, en la ciudad de Valencia, el Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta celebró la que fue su sexta sesión de este segundo curso de formación política, que viene desarrollando ininterrumpidamente desde hace casi medio año. Y en la que nos acompañó con ejemplar lealtad y constancia un consolidado grupo de correligionarios y amigos, junto a algunas caras nuevas que mostraron simpatía e interés por nuestro apostolado. Impetrando la ayuda del Espíritu Santo, comenzó la sesión.

En esta ocasión nos convocaba un tema inmenso: el corpus politicum pontificio. Pero sería abordado de modo introductorio y panorámico. Las intervenciones se dividieron en tres bloques diferenciados: en una primera parte se ofrecieron algunas claves conceptuales e históricas relevantes para entender a qué llamamos «doctrina social de la Iglesia» (stricto sensu); en la segunda, siguiendo un célebre discurso de Pío XII, se explicitaron y desarrollaron brevemente sus características fundamentales; en la tercera, en fin, se sintetizaron los principios más nucleares de la enseñanza política del Magisterio, espigándolos de los documentos más destacados de León XIII y San Pío X. El contenido de las exposiciones fue muy rico y matizado al tiempo, por lo que en el abrochado espacio de una crónica es forzoso que nos limitemos a dar solamente algunas pinceladas.

El primer expositor, nuestro correligionario Juan Oltra, comenzó considerando cuál es el estatuto magisterial de la «doctrina social de la Iglesia», como una concreción de la divina misión que Nuestro Señor encomendó a los Apóstoles: Id y enseñad. Y ello en su doble dimensión especulativa y práctica: lo que hay que profesar y lo que hay que obrar. Aclaró que el núcleo de la doctrina social católica pertenece al conjunto de verdades enseñadas por la Iglesia para custodiar santamente la Revelación, sin las cuales no se puede realizar adecuadamente el acto de fe ni la vida conforme a la misma. Remachó añadiendo algunas razones más por las cuales es parte inseparable de la misión de la Iglesia la predicación de esta doctrina, cuyo olvido, emborronamiento o menosprecio conduce a una gran pérdida de eficacia en su obra esencial de salvación. De un lado, la salvación de las almas se lleva a cabo en el concreto clima social en el que se vive y, de otro, para lograr la salvación eterna es preciso respetar el orden de la naturaleza, incluyendo de modo eminente el orden político.

Seguidamente hizo algunas precisiones sobre el encuadre cronológico de este corpus doctrinal, aceptando como cierta su aparición en el siglo XIX, pero refutando las insidias de quienes ponen el énfasis en esta habitual datación para insinuar que su génesis fue algo meramente epidérmico, temporal y transitorio, sin raíces profundas: una mera elaboración interesada por parte de un rancio tradicionalismo clerical, asustado ante su pérdida de poder terreno. Por el contrario, el ponente aclaró que la doctrina política católica es tan antigua como la Iglesia, y que la novedad radica en el modo de su presentación: como un cuerpo doctrinal sistemáticamente expuesto, orgánicamente articulado y desarrollado, completo, reiterado —pontífice tras pontífice— y muy preciso, con un alto valor magisterial.

Pero su aparición en un tal contexto histórico, por supuesto, no fue fortuita ni contingente. Antes bien, dice relación con su significación profunda, que siguiendo a Miguel Ayuso y a Jean Madiran se puede quintaesenciar en una frase: la contestación cristiana del mundo moderno. Éste es el neto sentido histórico que signó a la «doctrina social de la Iglesia»; y no es casual que la difuminación de esta nítida oposición a la Modernidad (axiológicamente entendida), ocurrida tras el II Concilio del Vaticano y de modo cada vez más preocupante en los últimos decenios, explique en gran medida las dificultades que encontramos hoy —a pesar de que siga campante la retórica de la «doctrina social»— para recuperar todo su espesor doctrinal auténtico.

Este punto fue ilustrado a través de una amplia gavilla de citas extraídas de diversos documentos dados desde Pío VI (1775) hasta Pío XII (1958), que mostraron esa profunda y homogénea consideración pontificia del mundo moderno, de su ejército de errores, falsas libertades y derechos, como esencialmente contrarios no sólo al orden sobrenatural de la gracia, sino también a la naturaleza que la gracia sana, eleva y perfecciona. Como importante precisión, eso sí, se recordó que la doctrina social no es puramente negativa o anti, pues en realidad fue el mundo moderno el que combatió primeramente a la civilización cristiana o Cristiandad, cuyos principios fundamentales expuso el Magisterio.

Se dio paso así al segundo bloque, en el que, con Pío XII, se elucidaron las características fundamentales de esta doctrina social: existe, es clara, es obligatoria, es definitiva en sus principios y en sus condenas doctrinales, y tiene un fundamento: la ley natural. La explanación de estas características llevó cierto tiempo, por lo que ahora nos centraremos únicamente en el último de los puntos mencionados. Y es que, en efecto, pese a ciertas retóricas confusionarias introducidas por un difuso y omnipresente personalismo —indiscutiblemente en el lenguaje, aunque también con un cierto impacto doctrinal innegable— la doctrina social de la Iglesia (en sus aspectos políticos y en todos los demás), se desenvuelve iure proprio en el ámbito del orden natural. Su fundamento no es, pues, un vago humanismo cristiano, una abstracta solidaridad vaciada del sentido preciso que tenía en el acervo clásico, la «suprema dignidad de la persona humana», el respeto a la libertad de conciencia, la construcción de sociedades democráticas… Ni tampoco lo es, simpliciter, la caridad: ésta podría serlo en tanto perfectiva de las virtudes naturales. Pero sin este matiz, se correría el riesgo de difuminar los contornos de esta doctrina, de desviar la atención de la vigencia práctica del orden natural y de emborronar sus exigencias.

Por tanto, la doctrina política católica parte de la política natural, cuyos principios asume íntegramente, iluminando y robusteciendo su conocimiento, preservándolo de errores. Pero también, es cierto, gracias al dato revelado, eleva y perfecciona esta política natural coronándola con una teología política (en el único sentido ortodoxo del término) que a su vez enlaza con toda una teología de la historia: la unión —que no unidad— de la Ciudad y la Iglesia, del trono y el altar, al servicio de la Realeza de Cristo.

Llegamos de este modo al tercer y último tramo de las exposiciones, en que se sintetizaron algunos principios básicos de la doctrina política católica, extraídos de varios documentos de León XIII y de San Pío X. Del primero, cuyo magisterio es desbordante, se comentaron especialmente sus encíclicas Inscrutabili Dei, Diuturnum illud, Inmortale Dei, Libertas y Annum ingresi. Entre otras lecciones del Pontífice se destacaron: la naturaleza, bondad y necesidad de la política, la relativa significación religiosa (sacral) del poder político, cuyo origen es divino-natural, la conexión íntima entre las libertades modernas y el desaforado expansionismo estatal, así como la integración de liberalismo y socialismo en el mismo proceso secularizador de matriz protestante, cuyo fruto no es sólo la separación del orden político y el religioso, sino la construcción artificial, convencional, de un pseudo orden antinatural y anticrístico. Terminó con una sucinta formulación de los principios del «derecho público cristiano» frente al «derecho nuevo».

De San Pío X se ocupó el P. Juan Retamar, quien ofreció una breve pero completa síntesis de su magisterio, destacando su profunda continuidad con León XIII: el propio pontífice era consciente de que se había hecho oídos sordos a su predecesor, como insinúa en Pascendi, por lo que a las armas de la «persuasión» debía añadir las de «gobierno». Subrayó que la médula de su pontificado fue el combate contra el modernismo, y específicamente contra el modernismo político y social que representó, v.gr., Le Sillon (la prehistoria de la democracia cristiana, en palabras del ponente). Negó, pues, cualquier dicotomía entre su «espiritualidad» (la de un santo) y su «pastoral» (la de un gran reformador) respecto de su magisterio antimoderno. Y terminó con unas lúcidas y actualísimas glosas a Notre charge apostolique y a Vehementer nos.

Ya en el turno de coloquio fueron muchos e interesantes los temas que comparecieron, destacando sobre todo la relación del carlismo con la doctrina social de la Iglesia y —a propósito del Ralliement— la importancia de evitar el clericalismo para no confundir el magisterio político (que no es facultativo), con la diplomacia vaticana (que no es infalible sino, a menudo, demasiado falible).

Con una oración final pusimos el broche al encuentro, en el que repartimos una selección de citas junto a algunas referencias bibliográficas (destacando los nombres de Juan Fernando Segovia y Estanislao Cantero), y quedamos convocados el viernes 8 de marzo para la próxima reunión de nuestro Círculo, en que tendremos el honor de recibir la visita del presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, Profesor Miguel Ayuso.

Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)

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