Los astutos hijos de las tinieblas, que desde hace tiempo se revindican orgullosamente como «libre pensadores», pretenden tener en exclusiva el monopolio de esta facultad de la razón. Nos aplican sin piedad sus decisiones, negándonos la capacidad de ejercer ese derecho, al que hemos renunciado a cambio de un plato de lentejas mal aderezado. Restringen nuestras libertades, dictaminando con arbitrariedad, aquello que es necesario y aquello que no lo es, porque hemos dejado que piensen y decidan por nosotros.
Los parámetros de la vanidad condicionaron el diario vivir donde el parecer prevalecía sobre el ser
La «nueva normalidad» se va estableciendo mediante concreciones prácticas de una «nueva filosofía» que no tiene nada de nueva, como tampoco lo son los debates entre lo esencial y lo accidental, lo substancial y lo accesorio, sobre los que discurrían Heráclito y Parménides en la Antigüedad.
Hemos estado muy distraídos en estos tiempos, obsesionados con mil vanidades, por eso se supone que tendríamos que agradecer ahora a estos «filántropos» y benefactores desalmados de la humanidad, que nos impongan con todo el rigor de la ley el acceso a lo necesario y la abstención de lo accesorio. Podremos entrar en un comercio a comprar un kilo de pan, pero no podremos pasar a comprar una corbata o a escoger un libro.
Los parámetros de la vanidad condicionaron el diario vivir donde el parecer prevalecía sobre el ser. Las etiquetas en la ropa de moda eran tan importantes como la marca del coche que se conducía, los lugares de vacaciones tan fundamentales como los restaurantes donde se acudía a degustar las especialidades recomendadas por revistas especializadas, sin olvidar que en las redes sociales aparecían los menús, donde la etiqueta de la botella debía causar admiración y en la medida de lo posible, mucha envidia. El barrio de residencia otorgaba un estatus.
Parece que ahora sólo son necesarios los alimentos del cuerpo, pero no los del alma
¿Cuántas necesidades superfluas tenían rango de prioritarias? los espectáculos exclusivos y tantos otros gastos se consideraban indispensables para aparentar un tren de vida de alto nivel, pese a que su precio fuera el de hipotecas y deudas que ya no avergonzaban a nadie, pues la voraz vanidad había impuesto sus parámetros en la sociedad mundana imbuida de sus derechos a vivir en el estado de bienestar.
Parece que ahora sólo son necesarios los alimentos del cuerpo, pero no los del alma. Son imprescindibles ciertos oficios que garantizan el alimento y eventualmente la salud de los individuos, y, sin embargo, las necesidades trascendentes del hombre, sean intelectuales o espirituales, han sido suprimidas por decreto. Las amenazas para la salud física han sido la excusa para aniquilar las necesidades espirituales.
Nuestra sociedad, alejándose de su Padre, ha dilapidado su herencia en vicios y vanidades y ahora mira los animales con envidia
Así pues, eliminada de un plumazo la dimensión espiritual y trascendente del alma, hoy se está empujando al hombre a traspasar los umbrales de la cordura. La causa es la nueva filosofía que nos imponen que elimina de la definición del ser humano su carácter racional, reduciéndolo sólo a una condición animal, un sujeto donde a lo sumo bullen instintos y pulsiones.
Una sociedad, que en su mayoría es urbanita, espera no verse privada de la pitanza que les aporta el sistema, que para colmo tantas veces se muestra deficiente y debe ser suplido por la solidaridad parroquial, a la que se permite alimentar con fideos y alubias, mientras que no puede repartir el Pan de los Ángeles, y mucho menos si se da en la boca.
Las necesidades fisiológicas pueden ser atenuantes, incluso eximentes, de crímenes contra la moral, por lo que se facilitará el acceso gratis a la dimensión virtual de la civilización artificial, donde sin riesgo de acrecentar fecundamente la sociedad, se consuman egoísta y estérilmente. No sea que por un exceso de testosterona se produzca una rebelión en la granja que ponga en peligro la opresión tiránica de los dueños del cotarro, que se esmeran en alimentar en un lodazal una sociedad cochina que entre gruñidos espera que le llegue su San Martin.
«Pero una sola cosa es necesaria» (Lc X-42). Deseo para cada uno de nosotros en esta Navidad la gracia de gozarnos en el misterio del amor de nuestro Dios Encarnado
¿Nos permitirá la necesidad entrar en nosotros mismos? Dios lo quiera. Nuestra sociedad, alejándose de su Padre, ha dilapidado su herencia, su vigor, su tiempo y salud en vicios y vanidades y ahora mira los animales con envidia, pues ellos tienen derechos de los que ya no puede gozar, pues a ella le han sido negados.
Disfrutaban los cerdos que cuidaba el hijo pródigo de la pitanza de bellotas que a él no se le permitía ni siquiera tocar. Hoy las mascotas se pasean orondas pues tienen las croquetas garantizadas, y ellas pueden disfrutar el derecho de pasear sin riesgo de ser molestadas. Ojalá que esta tribulación que oprime a la sociedad le sirva para que vuelva a rezar, regresando contrita a casa de su Padre donde el más pequeño de los siervos puede saciar su hambre.
«Buscad primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt VI- 33) esto era lo esencial y nosotros lo considerábamos accesorio, porque lo olvidamos muy pronto y no meditamos lo que, a Marta, hacendosa e inquieta, le dijo el Señor: «Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas cosas estás turbada: Pero una sola cosa es necesaria». (Lc X-42)
Deseo para cada uno de nosotros en esta Navidad la gracia de gozarnos en el misterio del amor de nuestro Dios Encarnado. Que durante el año que comienza su gracia nos sostenga en la brega cotidiana, y así al final del camino entremos en la plena posesión del Único esencial e imprescindible.
P. José Ramón García Gallardo, Círculo sacerdotal Cura Santa Cruz.