***Esta es la quinta entrega del ensayo titulado «Hacia una Filosofía del Carlismo» «Towards a Philosophy of Carlism» traducido al inglés por el Círculo Carlista Camino Real de Tejas. La Esperanza ha publicado los sábados precedentes las partes primera, segunda, tercera y cuarta.***
English Version
Tradition demands something more than intellectual deliberation, it demands decisions. If the modern German existentialism can teach anything to the philosophical world it will be, without a doubt, the following: history has meaning to everyman insofar as he incorporates it into his life and realizes in it: moreover, the history that he incorporates must be that which is most adequate to the type of man he is. Voltaire aimed to find his goddess, the unencumbered reason, in history. Yet, as he didn’t find her in it, he condemned history as a desert of superstition and mystery. The liberal ideology searched in the Christian tradition for something that cannot be found in it, to that end, it was unable to see what it really is. As a consequence, liberalism wrote a new history in its image. By doing this, it obeys the basic lay of history; the future is the fundamental category of time, and every man organizes its past to embrace its future. This may seem a contradiction in a man that declares himself a traditionalist, and that therefore, has a compromise with the inheritance of our Christian past and all of its consequences. But, although it’s a paradox, it’s not a contradiction. I do not use the word «future» as a distant and nebulous gnostic paradise, as that «heaven» on earth by which liberals have always seduced their followers, that spawns from the pathological hatred they have towards everything that our history has transmitted, as a treasure that must be preserved, enriched and passed on. By ‘future’ I understand the directional intention of the life of a man, the impulse of his very existence. In other words, the answer to the question: Where am I going? It is not something remote, far from man, but rather the very structure of a moral life, that seals its intimate being for its perfection or destruction.The past of any man is only intelligible in light of this compromise, which is the only being that the future possesses at any moment in time.
An analysis of existence would tell us that any man who lacks any kind of future would be unable to organize its past. It would be a chaos of events, maybe even remembered with precision, or not, but missing any meaning or direction. We need not, to prove it, appeal to psychiatric clinics, where this discovery was first made. That is the life of the typical victim of modern society: fleeting from one moment to another without a past or future, only with a mechanic present, where he becomes a toy for the technical and anonymous forces that govern his subconscious, making him a docile slave for mass propaganda. For this man, deprived of hope and void of personality, Tradition cannot mean anything, because he’s not going anywhere nor does he have something to pass on, as a father bestows his patrimony to his son.
I believe that there is no clearer example of this, than that of religious conversion. For that which before was chaos of circumstances and events – this lump of ashes that the liberal mind sees in the past – is suddenly forged and unified when a man receives the blessed gifts of faith. A fruitful encounter at the streets corner; a faced glimpsed at in the dark; a trade chosen randomly; a husband or wife chosen for amusement; all of it, now gathers a new meaning, that in a mysterious manner, I feel but don’t’ understand, has carried to this supreme moment where I have received the grace of God. And this Grace is one called to perfection, and therefore, my future, which gives meaning to my past, making my life a whole. Now I am a man that is adequate to know the meaning of the Saintly Tradition.
These psychological truths rooted in the very ontology of human time, have been denied by the Revolution, yet have been known, albeit in an unarticulated manner, by the Tradition, because truth be spoken, in life, we remember the light of a future freely choose. (TO BE CONTINUED)
Frederick D. Wilhelmsen
Texto original en castellano
Pero la Tradición exige algo más que penetración intelectual, exige decisión. Si el moderno existencialismo alemán puede enseñar algo a la comunidad filosófica occidental, será, sin duda, lo siguiente: la historia tiene sentido para cada hombre dado, en la medida en que él la incorpore a su vida y la realice en ella; más aún, esa historia que se incorpora ha de ser estrictamente adecuada a la clase de hombre que él es. Voltaire quiso buscar en la historia a su diosa, la Razón Desnuda. Y como no la halló en ella, condenó a la historia como un desierto de superstición y de miseria. La ideología liberal buscaba en la tradición cristiana algo que no hay en ella, y por ello no supo ver lo que realmente hay. Como consecuencia, el liberalismo escribió una nueva historia a su imagen y semejanza. Al hacer esto, obedecía a la ley básica del tiempo histórico: el futuro es la categoría temporal fundamental y cada hombre organiza su propio pasado en torno a su futuro. Esto puede parecer una contradicción en un hombre que se declara tradicionalista y que, por lo tanto, está comprometido con la herencia de nuestro pasado cristiano y con todas sus consecuencias. Pero aunque es una paradoja, no es una contradicción. Yo no uso la palabra «futuro» en el sentido de un distante y nebuloso paraíso gnóstico, como ese cielo en la tierra mediante el cual los liberales han seducido siempre a sus seguidores, que procede del odio patológico que sienten por todo aquello que nuestra historia ha transmitido como un tesoro que debe ser conservado, enriquecido y sucesivamente legado. Por «futuro» entiendo la dirección intencional de la vida de un hombre, el impulso proyector de su existencia. Es decir, la respuesta a esta pregunta «¿A dónde voy?» Y esta no es algo remoto, alejado del hombre, sino que es la misma estructura de su vida moral, que sella su ser íntimo para perfeccionarle o para destruirle. El pasado de un hombre sólo tiene inteligibilidad a la luz de este compromiso, que es el único ser que el futuro posee en cualquier momento del tiempo.
El análisis existencial nos dice que un hombre que careciera de toda especie de futuro no podría organizar su pasado. Este sería un caos de acontecimientos, tal vez recordados con perfecta exactitud, tal vez no, pero carente de toda dirección o sentido. No necesitamos para comprobarlo, recurrir a las clínicas psiquiátricas, que fue donde se hizo por primera vez este descubrimiento. Eso es la vida de la típica víctima de la civilización moderna; pasa de un momento a otro sin tener pasado ni futuro, sino sólo un presente mecánico, en el cual es juguete de fuerzas anónimas y técnicas que gobiernan su subconsciente y le convierten en un esclavo dócil de la propaganda masiva. Para este hombre, privado de esperanza y vacío de personalidad propia, la Tradición no puede significar nada, porque él no va a ninguna parte ni tiene nada que transmitir, a la manera como un padre transmite a su hijo su patrimonio.
Creo que no hay para esto ilustración más clara que el milagro de la conversión religiosa. Lo que antes de ella era poco más que un caos de circunstancias y acontecimientos -ese montón de cenizas que la mentalidad liberal ve en el pasado- súbitamente fragua y se unifica cuando el hombre recibe el don bendito de la Fe. Un encuentro fortuito en la esquina de una calle; un rostro entrevisto en la oscuridad; una carrera escogida al azar; una esposa o un marido elegidos caprichosamente; todo ello forma ahora un nuevo sentido, porque todo ello, de un modo misterioso, que siento, pero no comprendo, me ha conducido hasta este supremo momento en que he recibido la Gracia de Dios. Y esta gracia de Dios es una llamada a la perfección y es, por consiguiente, mi futuro, el cual da sentido a mi pasado y hace de mi vida un conjunto. Y ya soy hombre que está en condiciones de conocer el sentido de la Santa Tradición.
Estas visiones psicológicas, enraizadas en la misma ontología del tiempo humano, han sido negadas por la Revolución, pero han sido conocidas, aunque a menudo de manera inarticulada, por la Tradición, porque es cierto que, en la vida, recordamos a la luz de nuestro futuro libremente elegido. (CONTINUARÁ)
Frederick D. Wilhelmsen