La Navidad y su sustituto revolucionario (y II)

Centro comercial con decoración «navideña». 123RF

Quizás pueda parecer, a ojos del ingenuo lector, un esquema de exagerados tintes apocalípticos. Si es así, invito a los escandalizados a acompañarme en nuestro análisis sobre lo que hoy es la Navidad.

a) Las reuniones lejos de festejar el nacimiento de Dios, festejan los principios de la nueva ideología que ahora las sustenta. Las cenas familiares han dejado de dar gracias a Dios por su venida, para cantar las maravillas de la tolerancia de opiniones, que hace que todos estén sentados en paz alrededor de la mesa. Donde antes estaba la paz de Cristo, ahora está la paz del consenso, ilusoria y superficial.

b) Los regalos, antes símbolo de la salida de uno mismo para abrirse a los demás, son ahora motivos de histeria frenética de los más bajos impulsos. Lo que antes era ocasión para olvidarse de uno mismo se ha convertido en momento de introspección propia para analizar las necesidades personales que cristalizarán en los regalos anhelados. Donde antes estaba en prójimo, ahora se entroniza al yo.

c) La eliminación de todo factor religioso, en pos de una voluntad de «paz familiar» vacía de contenido. Esto es patente incluso en los símbolos, quedando la Navidad personificada en Papá Noel (cuyo parecido con san Nicolás es pura coincidencia), personaje que representa a la sociedad emergente tras la Segunda Guerra Mundial: el bloque capitalista en su máximo apogeo. El Niño Jesús, san Esteban, los Santos Inocentes… Todos quedan relegados al ámbito particular. Sólo se mantienen los Reyes Magos, pues son ocasión de nuevos eventos de consumo.

d) La celebración de la fiesta pasa del ámbito familiar al individual. Lo que antes era la sobremesa de la cena de Navidad, son ahora las prisas por subir en el autobús que conduce a las fiestas de fin de año o «navidad». Donde antes estaba la familia aparece ahora el bienestar individual.

«La negación de la finalidad teocéntrica de todas las criaturas conduce a la autonomía de los valores mundanos, y elude la soberanía teleológica y protológica del ser divino, que restringe cualquier autonomía».

Como conclusión, me gustaría referirme a la imposibilidad, por parte del sistema antropocéntrico moderno, de devolverle el sentido a la Navidad. Sólo la Tradición acumula dicho sentido, que fue arrebatado por el liberalismo.

Ni el hombre ni el mundo pueden ser el fin del hombre, porque ni uno ni otro fueron el fin que tuvo Dios al crearlos: Dios se tuvo como fin a sí mismo. Teología y sentido religioso pensaron siempre en los bienes temporales corno súbditos que sirven instrumentalmente a la virtud.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense