El siguiente dodo de nuestra lista, podría ser considerado un pariente lejano de los anteriores. Claro que se trata del pariente imbécil.
Socialdemócratas hay muchos y marxistas también. Pero quizá ninguno tan rabiosamente original como los que nos han caído en suerte a los españoles. Cuando creíamos haber superado los delirios islámico-andalucistas del Califa de Córdoba Julio Anguita; cuando creíamos pasada esa época tan hortera de las cazadoras de pana de Felipe González; cuando la explosión del polvorín del mundo árabe demostró, fuera de toda duda posible, que la Alianza de Civilizaciones de José Luis Rodríguez Zapatero era una de las mayores memeces que se habían oído en este país (aunque ya entonces deberíamos habernos dicho: «¡Virgencita, que me quede como estoy!»); cuando nos habíamos reído a mandíbula batiente con ese socialdemócrata disfrazado, gran maestro del absurdo que fue y que es Mariano Rajoy; cuando, en fin, pensábamos que el culebrón del Partido Socialista había terminado con la elección del Príncipe Encantador también conocido como Pedro Sánchez… Resulta que invitaron a formar parte del Gobierno a los miembros del más singular y hermoso dodo de cuantos se han paseado por este país: Podododemos.
¿Qué simpática escena del dodo de Alicia consideramos representativa de esta formación? No tenemos que movernos de la escena que ya venimos comentando. Les recuerdo que los dodos precedentes se han enfrentado con desigual, ingenio, pero con idéntica y nula fortuna al problema de tener una Alicia descomunal metida en la casa del Conejo Blanco. La solución del dodo dialéctico de quemar casa y gigante es salvaje, brutal pero, a su modo, eficaz. La cooperación necesaria del dodo socialdemócrata, buscando entre los singulares habitantes del País de las Maravillas a algún fumador que le pueda prestar un fósforo, resulta terriblemente infortunada por sus políticas erráticas de disuasión y promoción del tabaquismo. Pero quizás con un golpe de suerte podrían haber funcionado. Las propuestas del dodo Dadá de Podododemos no podrían funcionar de ninguna de las maneras, por ser completamente absurdas.
Si tienen la inmensa fortuna de no tener conocimiento de las grandes corrientes vanguardistas del s. XX, deberían saber, para la mejor inteligencia de estas líneas que el dadaísmo o estilo dadá es una sub corriente del surrealismo que pretende convertir lo absurdo así, sin más, en una forma de arte. Una de las más elocuentes expresiones del dadaísmo (y les juro que no me lo invento) es el cadáver exquisito: una composición supuestamente poética, formada por palabras escogidas al azar. Una de las técnicas recomendadas por los grandes promotores del dadá que, que sepamos, no se inyectaban sustancias psicotrópicas prohibidas, consiste en escribir unas cuantas frases, cortarlas palabra por palabra y, por el sistema generalmente reservado al ámbito administrativo de la insaculación, ir recuperándolas una a una y componer con ellas un poema, según vayan saliendo. Y dirán que esto es probablemente la forma más rematadamente estúpida de hacer poesía. Y estaré completamente de acuerdo con ustedes. El problema es que en el s. XXI parece que hacer política como los dadaístas hacían poesía puede ser aceptable; incluso deseable; e, incluso personas que proponen tal género de sandeces pueden ser admitidas a formar parte de gobiernos de países presuntamente civilizados.
Pero, ¿qué hace de tan absurdo Dadá en la película? Pues verán: mientras cavila sobre la manera más adecuada de hacer salir a la gigantesca Alicia de la casa del Conejo Blanco, pasa por los alrededores silbando y llamando la atención de dodo y conejo, nada menos que una escurridiza lagartija que lleva en sus hombros, una escalera de mano. Dadá, que ha estado muy caviloso hasta entonces, preguntándose qué es lo que conviene hacer, piensa en voz alta mientras espera una iluminación:
«Lo que necesitamos es, lo que necesitamos es… ¡Un lagartijo con escalera!»
Parece una solución llovida del cielo. La parte complicada consiste en persuadir al escurridizo lagartijo de entrar por la chimenea de la casa del Conejo Blanco, agarrar a la gigantesca Alicia de los pelos y sacarla por la chimenea. Nadie parece advertir durante todo este trámite de negociaciones que la gigantesca Alicia quizá no quepa por el agujero de la chimenea. Pero bueno, en la teoría fantástica de los ideólogos dadaístas o de los poetas podemitas, la cosa parece tener mucho sentido.
¿Creen que estoy siendo injusto con los prebostes morados que se encuentran actualmente en el poder? Pues quizás algunos de mis lectores me dirán con total justicia que muchos de los socialdemócratas de hecho y de derecho que también nos gobiernan, tienen ideas bastante peregrinas. Responderé una vez más y, citando mis propias reflexiones vertidas en Adiós a la merkelomina, que yo siempre he pensado y sigo pensando que la principal o por no decir la única idea de los socialdemócratas «tradicionales» es cubrir todo tipo de problemas con montañas de dinero. De dónde salgan esas montañas de dinero es un problema secundario. Esto porque, en el fondo, muy en el fondo, los socialdemócratas, aunque se digan amigos de la clase obrera o se pretendan obreros ellos mismos, se encuentran aquejados de una profunda envidia del modo de vida burgués; pero esta es otra historia.
Volviendo a los ideólogos dadaístas, si no me creen, se me ocurre una larga lista de ejemplos con la que no pretendo aburrirles. Pienso, así de primeras, en ciertas sesudas reflexiones de la Ministra de Trabajo y Vicepresidenta de Trabajo, la Archiduquesa Pontificia del Trabajo, Yolanda Díaz del Reino de Galicia. La querida y admirada Ministra, supongo que para paliar nuestra profunda y justificada preocupación por los datos del paro, por la destrucción de puestos de trabajo debida a la pandemia, etcétera, etcétera, quiso calmar nuestros ánimos con una interesantísima exposición de un término acuñado por ella misma que es ése de la matria: una patria no machista ni patriarcal, sino amorosa, bondadosa y cuidadosa cual una madre. Tiren de hemeroteca, no voy a ahondar en detalles.
El dadaísmo del Ministerio de Igualdad de Irene Montero, daría para toda una serie de artículos, pero supongo que al cabo de unas cuantas líneas hablando, una vez más, del asunto de la Ley Trans, dejaríamos de tener ganas de reírnos. Yo me imagino que, seguramente, uno de los motivos que han llevado al departamento que rige con puño de hierro doña Irene a proponer esta ley de castración masiva de la población es su justa preocupación por la despoblación de España, debida, por una parte, a causas naturales como el envejecimiento de la población y la escasa fertilidad de las mujeres españolas; y, por otra, a causas completamente antinaturales como el infanticidio y el desviejamiento.
Aunque supongo que el mejor de los ejemplos de medidas dadaístas que se han tomado últimamente en este país se lo debemos no a la imaginación de los dodos morados sino, curiosamente, al contagio en las filas socialistas del virus dadaísta que empuja a nuestros políticos a concebir soluciones tan originales como inútiles a los problemas que nos aquejan. Me refiero claro, al gran aquelarre del Valle de los Caídos de hace un par de años. Podemos aún no estaba en el poder, pero supongo que Pedro Sánchez, que ya estaba intentando cortejar a los morados vio su oportunidad y la aprovechó. Como todo el mundo sabe, una hechicera gitana, en el año de gracia de 1975 a la muerte de Franco, echa una terrible maldición sobre España, diciendo que la crisis económica sería persistente, el paro no dejaría de aumentar y no tendríamos en el Gobierno más que especímenes, más o menos espantosos, de socialdemócrata europeo hasta que un aguerrido y hermoso príncipe liberare de su letargo a Francisco Franco en su oscura cripta del Valle de los Caídos y exorcizare el lugar mediante algún conveniente ritual masónico con la presencia rutilante de la Gran Bruja que hoy ocupa el pavoroso castillo de Castellana 17.
Yo, personalmente, he encontrado bastante divertido el culebrón venezolano llamado Podemos, pero creo que ya empieza a cansar. Entiendo que se deje hacer libremente a los titulares de los Ministerios de Consumo, de Igualdad, porque al fin y al cabo se trata de gabinetes sin importancia alguna. Pero son gente que también ocupa el Ministerio de Trabajo que no deja de tener su importancia. Y me parece ciertamente preocupante que cada vez que se le plantean a la señora Ministra problemas serios que afectan a los españoles, no deje de sacarse de la manga lagartijos con escalera.
G. García-Vao