En defensa de la Filosofía (I)

La escuela de Atenas, Rafael

Muchos periódicos vienen comentando en los últimos días las medidas del Gobierno de España para acabar con la asignatura de Filosofía en los colegios. Al margen de lo inoportuno de estas medidas, lo cierto es que la filosofía ya había sido desterrada del ámbito social. Hoy en día no se considera a la filosofía como una disciplina seria. De hecho, se la ve como algo estrambótico, y a la gente que la estudia como personas un poco extravagantes que piensan cosas un tanto curiosas. Cabe preguntarse cómo la filosofía ha llegado a este nivel de desprestigio. Sin ánimo de ser exhaustivos, pueden señalarse tres causas que han contribuido al destierro de la filosofía:

En primer lugar, el cientificismo: esta teoría defiende que la ciencia es la única fuente de verdadero conocimiento, por lo que no se puede llegar a la verdad al margen del método científico.  De este modo, aquello que la ciencia no pueda demostrar, sencillamente no existe. El cientificismo es una doctrina predominante no solo entre científicos y profesionales especializados, sino entre la mayoría de la población. Si esta teoría fuera cierta, efectivamente no haría falta una disciplina como la filosofía. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

El cientificismo es un reduccionismo. La ciencia, en su sentido clásico, es «conocimiento cierto por causas». Esta definición pone de manifiesto que, efectivamente, la ciencia es capaz de conocimiento. Pero las distintas ciencias tienen unos objetos de estudio particulares, de manera que pueden ofrecer demostraciones solamente en aquello que caiga bajo su consideración. Por ejemplo, el objeto de estudio de la biología son los seres vivos, de modo que la biología será la herramienta adecuada para explicar cómo es lo vivo; pero no podemos emplearla para demostrar de qué está compuesto lo inerte, por ejemplo, porque eso no cae bajo su objeto de estudio, sino que lo excede, lo sobrepasa.

Así, sería inadecuado emplear la biología para explicar qué es la justicia o qué es el bien y, si lo hiciéramos, llegaríamos a la irremediable conclusión de que ni existe la justicia ni existe el bien. Sería como emplear un coche para cepillarse los dientes. El coche, como las distintas ciencias, hay que utilizarlo para lo que está hecho. Precisamente del incorrecto uso de las ciencias se derivan numerosos errores predominantes en la actualidad, como que la fe es absurda o que Dios no existe. Esto se debe a que se está intentando emplear el método científico para demostrar cosas que el método científico no está preparado para demostrar. En este sentido, hay campos en los que la ciencia, sencillamente, no tiene nada que decir. Esto no quiere decir que la ciencia sea absurda o innecesaria, sino que tiene un objeto de estudio particular, concreto.

Por el contrario, el objeto de estudio de la filosofía es universal. Es decir, no está limitado a un campo concreto. La filosofía no estudia una parte de la realidad, como las otras ciencias, sino que estudia toda la realidad. Mientras que el resto de las ciencias parten de unas conclusiones a las cuales han llegado otras ciencias, sin pararse a analizar si son ciertas o no (es lo que se conoce como subalternación de las ciencias), la filosofía se ocupa de estudiarlo todo. Así, no parte de ninguna conclusión de otra ciencia, sino que ella es precisamente la que fundamenta al resto de ciencias. La filosofía estudia los fundamentos más básicos de la realidad, sin los cuales no podría haber ninguna otra ciencia: qué es el ser, porqué la contradicción no puede darse en la realidad, porqué lo que es no puede ser y no ser a la vez y en el mismo sentido… cuestiones de suma importancia de las cuales dependen el resto de las ciencias.

(Continuará)

Javier Díaz Perfecto, Navarra