Marx teólogo

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Nuestro estimado Francisco Elías de Tejada, en paz descanse, solía referirse a la génesis de Europa, del actual Occidente protestante y anticatólico, como un proceso de «cinco horas de parto y de crianza». Es decir, «cinco puñales en la carne histórica de la Cristiandad». Las cinco rupturas: la ruptura religiosa del luteranismo, la ruptura ética del maquiavelismo, la ruptura política del bodinismo, la ruptura jurídica del hobbesianismo y la ruptura sociológica que «convierte en realidad palpable la rotura definitiva del cuerpo místico». (Elías de Tejada, ¿Qué es el carlismo?, p. 51). De aquella ruptura sociológica ha surgido el Estado moderno, el liberalismo y las ideologías ilustradas, entre esas el socialismo —con múltiples rostros como el utópico o el marxista o científico— y el anarquismo que, ocasionalmente, se ha considerado parte íntegra del socialismo como bien podemos ver en Donoso Cortés respecto a su crítica a Proudhon.

Un rostro a considerar de la ruptura sociológica, y esencialmente del liberalismo —aunque negación en sus medios—, es el pensamiento marxista. Representa la lucha encarnizada del modelo liberal, el primer desafío del orden liberal. Veneno en sus entrañas, un desplome de sus cimientos. Antes del marxismo, podemos apreciar revoluciones a lo largo de Europa, pero en la época en que viven Marx y Engels, nutriendo su obra de los acontecimientos, podemos presenciar a la Comuna de París. El orden liberal comenzó a entrar en una crisis definitiva en el siglo XX con el bolchevismo y luego con modelos, aunque jacobinos en sus medios, pero no en sus fines, como el nacionalsocialista o el fascista. El marxismo pasa de ser una guía para la acción a un «dogma» —«nuestra doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción»—, en teología política, donde no cabe interpretación alguna y a materializarse políticamente; creando el primer Estado totalitario y minotauro de la historia, muy a pesar de que el germen totalitario estuviese en el Estado centralizado francés de la era revolucionaria.

Marx mismo, como inspiración espiritual de la pestilencia roja, demostró ser un enemigo furibundo de la religión. Es interesante, sin embargo, su ejercicio de teología política; primero por sus categorías y segundo por sus críticas a lo que él denominaba la burguesía o los representantes intelectuales de la burguesía. Solía comparar a los «economistas burgueses» con teólogos ortodoxos que consideran su propia religión una «revelación» de Dios y las otras religiones, invenciones de los hombres. (Mehring, Karl Marx. The Story of His Life, p. 126). Irónicamente, Marx es un teólogo a pesar de su desprecio a la religión, a las «supersticiones» y a la teología política liberal que claramente consiste, como dice Aparisi y Guijarro, «en el hombre Rey y Pontífice que se pega a la tierra para vivir cuán deleitosamente le sea posible, olvidando las cosas del cielo». (Elías de Tejada, Aparisi y Guijarro. Antología). En relación al suicidio, fue crítico de Germaine de Stäel —que defendía que el suicidio era antinatural— por lo que llegó a sostener que «era absurdo pretender que un acto que se cumple tan frecuentemente sea un acto contra natura». Agrega: «el suicidio no es algo antinatural en lo más mínimo: día a día podemos atestiguarlo. Lo que es contrario a la naturaleza no ocurre». (Marx & Abduca, Acerca del suicidio, p. 58).

La inobservancia de los preceptos bíblicos, y el mero ateísmo que niega la sociedad natural originada en la Creación y del Derecho natural clásico, lleva a conclusiones de esta índole. El suicido es natural según Marx pero, ¿qué es la naturaleza? Matar es un acto que, contra los mandamientos, se repite constantemente y no por ello tendríamos que considerarlo natural, pero según este razonamiento de Marx, es natural porque sucede. El robo, dentro del cual podría incluirse mucho de lo que él trata en su obra como el apropiarse de los medios de producción o de tomar parte del excedente de un trabajador, también sucede. No sucede a menudo, siempre sucede. ¿Debe considerarse también un acto natural? Es una posición que no se sostiene.

El carácter mesiánico del socialismo, que parece superar todos los problemas políticos, sociales e incluso religiosos, se logra apreciar en este fragmento de Marx sobre el ateísmo y el socialismo: «el ateísmo, en cuanto negación de esta carencia de esencialidad, carece ya totalmente de sentido, pues el ateísmo es la negación de Dios y afirma, mediante esta negación, la existencia del hombre; pero el socialismo, en cuanto socialismo, no necesita ya tal mediación […] Es autoconciencia positiva no mediada por la superación de la religión» (Marx, Manuscritos económicos-filosóficos de 1844, p. 53).

Si el comunismo es el fin último, el principio dinámico del futuro como le habrá dicho a Bakunin, está claro que estamos ante otra herética forma de mileniarismo. El comunismo vencerá sobre el Mal secular, que en categorías marxistas es el Estado como dictadura de clase, el capital y el dinero, como bien lo ha llamado Marx, Mammón. Dice que «el dinero es el vínculo que liga a los hombres a la vida humana», lo describe como la divinidad visible, la prostituta universal. La esencia alienada del hombre. (Marx, ibíd, p. 179). El castigo del pecado original, para Marx, es el trabajo. Cuesta creer la simplificación tan burda del relato adánico, del origen de nosotros los hombres. No importa el libre albedrío, tampoco las penitencias terrenales ni la expiación de los pecados, la resurrección. Dice Marx: «la historia del pecado teologal nos muestra, es verdad, cómo el hombre fue condenado por el señor a ganarse el pan de su frente, mientras que la del pecado económico llena un vacío lamentable revelándonos cómo hay hombres que escapan a este mandato del Señor». (Marx, El Capital I, p. 644). La religión, de acuerdo a la perspectiva de Engels, es un reflejo de la realidad; es superestructura y por tanto, resultado de las condiciones generadas por la base económica. Para Marx, no deja de ser el opio del pueblo; una falsa conciencia, tal como la ideología es también una falsa conciencia según el planteamiento marxista. El hombre vive alineado por el trabajo y por la religión, la religión le hace posponer su agonía en la Tierra. Soportar lo peor del trabajo asalariado, del capital y del sistema político.

Marx es un enemigo de la fe católica pero no porque se haya propuesto, mediante acción o conspiración, derribar la Iglesia católica sino porque él, como Lutero y Calvino, es un hereje. Es un hombre religioso herético o quizás, una suerte de pagano o neopagano. Religioso de sus categorías, de sus conceptos, de lo que él creía que la sociedad se iba a convertir eventualmente. Un religioso de los sepultureros del capitalismo, como denominaba a los obreros. Un hombre que creía en el fin de la historia como Hegel, el filósofo que más influyó en Marx. La religión política, civil, derivada de Hobbes, Bodino y cía, llevada a su esplendor por el liberalismo estatalista, llegó a un nuevo punto con la teología política marxista; en la que ya el Estado no es la Espada y el Centro, el Deus mortalis, sino el Mal que ha de ser superado en una nueva sociedad de hombres iguales, autosuficientes y felices. Sin problemas religiosos, políticos, sociales, económicos. Un hombre, que aún en el humanocentrismo, viven en su esplendor, lo tienen todo; ellos han logrado el Paraíso en la Tierra por sí mismos, por medio de la planificación y la ingeniería. Acabando con las clases. No hay un Marx filósofo, ni un Marx político, sino un Marx teólogo, en el sentido político de la palabra, y su sucesión, aunque a la secular manera, es apostólica. Tocqueville acierta en El Antiguo Régimen y la Revolución cuando asegura que los revolucionarios, durante la Revolución Francesa, eran incrédulos en materia religiosa, pero tenían algo que otros no tenían: el creer en sí mismos, fe en sí mismos. Fe en el hombre, fe sin Dios.

Alejandro Perdomo, Círculo Tradicionalista de Venezuela