Benito Juárez, ídolo del Estado revolucionario-liberal (y II)

«Juárez, el clero y los imperialistas» por José Clemente Orozco. Museo Nacional de Historia de Méjico

Esta situación suscitó amplias protestas de valientes prelados co­mo Clemente de Jesús Munguía de Michoacán, Antonio Plancarte y La­bastida entonces obispo de Puebla y del arzobispo de la Ciudad de Méjico Lázaro de la Garza y Ballesteros, quien declaró que los funcio­narios católicos no podían jurar la Constitución. Inclusive el papa Pío IX se pronunció contra las leyes liberales y contra la misma Constitu­ción. Un sector importante de mejicanos decidió enfrentarse con las armas ante estas arbitrariedades del liberalismo y desde finales de 1857, se proclamó el Plan de Tacubaya en donde el Partido Conser­vador encabezado por Félix Zuloaga, Luis Gonzaga Osollo, Antonio de Haro y Tamariz y el destacado militar Miguel Miramón decidió enfren­tar con gallardía a la tiranía anticatólica.

Después de una serie de acciones contradictorias de parte del pre­sidente Comonfort, este terminó abandonando el poder y Benito Juárez quien a inicios de 1858 se desempeñaba como presidente de la Supre­ma Corte de Justicia, asumió el cargo presidencial, el cual conservó, no sin acciones autoritarias e ilegales durante 14 años hasta su muerte en 1872.

Las acciones militares favorecieron gradualmente al bando conser­vador a lo largo de 1858 y 1859. Juárez terminó casi aislado en el puer­to de Veracruz, en donde en julio de 1859 expidió las propiamente di­chas Leyes de Reforma, que representaron un golpe decisivo en contra del papel primordial que hasta entonces había tenido la religión en la comunidad política mejicana. Dichas leyes establecieron la nacionali­zación de todos los bienes del clero, la supresión de todas las órdenes religiosas masculinas, la declaración del matrimonio como contrato ci­vil, invalidando su carácter sacramental, el establecimiento del registro civil para controlar el registro de nacimientos, matrimonios y defuncio­nes, la secularización de cementerios, la supresión de descansos labora­les en diversas  fiestas religiosas, la prohibición a funcionarios de go­bierno de asistir como tales a ceremonias religiosas y la implantación de la libertad de cultos. Como se puede observar estas leyes pretendían despojar a la Iglesia de buena parte de su influjo en los acontecimientos centrales de la vida de las personas y sustituir sus funciones a través de la acción del Estado.

Estando casi rodeado por los conservadores en Veracruz, Benito Juárez buscó el apoyo de Estados Unidos y  firmó el llamado «Tratado Mc-Lane-Ocampo» con el cual Estados Unidos reconoció  al gobierno de Juárez, y le daría su apoyo político, económico y en materia de ar­mamento. A cambio, el tratado concedía a EE.UU. derechos perpetuos de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, y por caminos que irían de Noga­les a Guaymas y de Camargo a Mazatlán. Adicionalmente se daba dere­cho a que estas vías estuvieran custodiadas por soldados estadouniden­ses quienes tendrían libertad para efectuar acciones militares cuando lo considerasen necesario. Otras disposiciones eran que los derechos a­duanales cobrados en los puntos mencionados serían asignados según la decisión de Estados Unidos. Finalmente, el Tratado no se ratificó por el Congreso estadounidense, entre otros factores por las crecientes ri­validades entre el norte y el sur de dicho país; no obstante, se puso en grave riesgo la integridad territorial mejicana que pudo haber caído en manos del país norteamericano.

Aunado a lo anterior, el hecho decisivo en donde se mostró con claridad el apoyo de EE.UU., fue la Batalla de Antón Lizardo. A inicios de 1860, Miramón estuvo a punto de tomar el puerto de Veracruz por vía marítima, sin embargo, frente a las costas del poblado cercano de Antón Lizardo, tres embarcaciones estadounidenses; el Saratoga, el Wave, y el Indianola, atacan ilegalmente a las embarcaciones del ejército conser­vador obligándolo a retirarse. A partir de ese momento, aumentan los flujos de armamento para los liberales y da inicio el repliegue conserva­dor que se consumará con la victoria juarista a finales de 1860.

No es ocasión en este artículo de hablar acerca de la actuación de Juárez frente al Segundo Imperio Mejicano encabezado por Maximilia­no de Habsburgo ni de los últimos años de vida en los que el caudillo li­beral se aferró con firmeza y arbitrariedades al poder. No obstante, es viable al analizar lo narrado, concluir que Benito Juárez no fue el héroe que el sistema político mejicano pretende, sino que fue uno de los prin­cipales artífices de la consolidación del liberalismo enemigo de la reli­gión y un hombre servil hacia los Estados Unidos, que fue capaz de po­ner en grave riesgo la integridad territorial mejicana.

Quizás las motivaciones del culto que las autoridades le rinden a Juárez, no son otra cosa que un símbolo de la triste aceptación y conti­nuidad en la promoción de la laicidad de una comunidad social y polí­tica, lo cual representa la apostasía del Estado mejicano.

Austreberto Martínez Villegas, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta