Tal día como el de ayer, 26 de abril, pero de 1869 tuvo lugar la conocida como «sesión de las blasfemias», que inauguró los debates parlamentarios sobre la llamada cuestión religiosa. Durante aquellos debates los diputados de la Comunión católico-monárquica brillaron por su sólida formación y sus dotes oratorias en la defensa de la Unidad Católica de España. Aquella sesión inaugural, sin embargo, fue el preludio de la impiedad revolucionaria que institucionalizó el Sexenio Democrático que siguió a la Revolución de Octubre de 1868.
Los diputados republicanos negaron entonces, entre otras provocaciones y para escándalo de la nación entera, la divinidad de Jesucristo y la virginidad de su Madre. Contra semejantes blasfemias protestaron los diputados de la Comunión D. Vicente Manterola, Canónigo Magistral de Vitoria, D. Antolín Monescillo, Obispo de Jaén, y D. Miguel García Cuesta, Cardenal Arzobispo de Santiago. Al día siguiente, 27 de abril, LA ESPERANZA publicaba una «Protesta» en primera página condenando las blasfemias, que ahora reproducimos como testimonio de aquella benemérita defensa contra la impiedad de la Revolución.
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A pesar de que carecemos absolutamente de espacio para trasmitir a nuestros lectores las hondas y dolorosas impresiones que en nuestro ánimo ha dejado la sesión de ayer tarde, primer día en que empezó a discutirse la cuestión religiosa, quédanos sin embargo el suficiente para PROTESTAR en nombre del pueblo español; de ese pueblo que en tan alta estima tiene las glorias del catolicismo y la santidad de sus dogmas, contra los discursos pronunciados con el solo objeto de herirle innoble y despiadadamente en lo más vivo de sus creencias respetables y venerandas.
Nosotros, que de católicos nos preciamos, que creemos cuanto crea la Santa Iglesia católica apostólica romana; que tenemos en mucho las glorias del catolicismo, porque sabemos respetar santidad del dogma y venerar los augustos misterios, PROTESTAMOS contra las doctrinas impías vertidas de un modo que subleva el sentimiento cristiano, contra los ataques descarnados y horrendos, asestados con mano cruel y homicida, con el solo y único objeto de hacer befa y burla de las inmutables creencias del pueblo español.
Ayer se dejó oír por primera vez en el Parlamento español el rugido del horrible monstruo del racionalismo, y sus panegiristas tuvieron que retroceder ante el sublevamiento de la conciencia pública, porque el pueblo español no puede tolerar esos innobles ataques.
Con la caridad en los labios y en el corazón, combatiremos los errores religiosos y políticos, vengan de donde vengan, pero compadeceremos las personas, como compadecemos a los republicanos por el triste y desusado espectáculo que ayer ofrecieron al mundo entero.
LA ESPERANZA