En una de sus múltiples autoentrevistas publicada el 1 de Abril de 1969 en Arriba (órgano oficial del Partido franquista), el General Franco reconfirmaba su «bendición» a la deliberada inserción de su Estado en el globalismo económico «ortodoxo» promovida por los tecnócratas desde el Gobierno del 57: «No podemos prescindir del mundo capitalista liberal en que vivimos, que condiciona nuestra labor. Dentro de él, hemos de perseguir los logros sociales más ambiciosos que sean compatibles con la situación general». La benemérita revista católica Verbo siempre se caracterizó por su denuncia de estas políticas anticristianas y antisociales; y dentro de ella sobresale, entre otras, la figura del labrador catalán José M.ª Gil Moreno (fallecido prematuramente en 1979). Sobrino segundo de Juan Vallet de Goytisolo, cuenta éste que, cuando le oyó Elías de Tejada en uno de los Congresos del Office International en Lausana, quedó entusiasmado «al descubrir que aquel lego en filosofía y en derecho, con su sentido común y su experiencia de la naturaleza viva, filosofaba perfectamente, por completo a tono con la mejor doctrina clásica del derecho natural». Podríamos decir que era como un alter ego catalán de Gustave Thibon.
José M.ª Gil Moreno –que se enorgullecía de ser una de las pocas cabezas de familia catalanas que había conseguido preservar su masía familiar frente a la devastación «desarrollista»– fue uno de los grandes debeladores de los desastrosos efectos antisociales de las políticas planificadoras, en especial sobre el «chivo expiatorio» del sector primario agropecuario y con relación al brutal desarraigo desde el tradicional entorno comarcal hacia las nuevas macroáreas urbanas favorecidas por los llamados «Polos de Desarrollo». Y más en concreto, en un artículo clarificador de Agosto de 1976 titulado «El cambio de célula social de base», subraya sus nefastas consecuencias disociales destructivas contra la familia, a la cual se empezará a considerar desplazada por la empresa moderna en su papel de célula fundamental de la sociedad. Afirma que los Gobiernos occidentales «legislan favoreciendo que la mujer trabaje fuera de su casa, dejando en las guarderías a los niños desde temprana edad; que los padres abdiquen de su función educadora en la enseñanza estatal; que los módulos de viviendas autorizados sean asfixiantes y hostiles, obligando al nomadismo a las jóvenes parejas». Señala también, asombrado, que «gran parte del clero y los pedagogos cooperan eficazmente a la pulverización del hogar con teorías [basadas] en la moral de situación». Abomina, por supuesto, de la funesta presencia de la pornografía rampante en todos lados. Y, por último, constata que «los hijos de matrimonios quebrados se multiplican y mal crecen en el clima de vida sin hogar, mientras la escuela y la Universidad pretenden sustituirlo».
La situación final queda resumida de manera magistral en los siguientes párrafos del artículo: «Dos civilizaciones están enfrentadas fuera de todas las oposiciones que se proclaman oficialmente. Se trata de la civilización natural de “la casa” donde habita “la familia”, y su oponente, la civilización de “la empresa” donde reside únicamente “el negocio”».
«Estas dos civilizaciones se entremezclan y batallan entre sí confusamente. Hay en las ciudades pequeños talleres, medianas empresas, viejos comercios en los que todavía late el sentimiento de una casa familiar por la que se lucha más allá de lo que define el lucro. También hay [por el contrario] en el campo empresas deshabitadas, granjas industriales, que no son casa de nadie, en las que sólo el lucro define, en las que nadie vive ni pone un átomo de amor». Y, a continuación, proclama: «La civilización de “la empresa” es la que ha recibido la bendición oficial de los tecnócratas que hoy dominan los Estados, porque para estos tecnócratas los verdaderos valores de “la casa” no pueden existir ya que no son computados ni traducibles a cifras, único lenguaje que entienden, mientras la “empresa de negocio”, que es quien los engendró, padre y madre a la vez, habla a la perfección el lenguaje de las cifras y sirve para traducirlo todo: Historia, sociedad, política, ambiciones, a columnas estadísticas que los ordenadores electrónicos combinarán según las reglas impuestas por quien ordenó al ordenador; miseria de esas míticas máquinas sujetas a programas, y tras las cuales se agazapa la voluntad predeterminada de los supertecnócratas». Concluye diciendo: «Lucha en todo hombre moderno las dos civilizaciones, y éste, crucificado desgarradoramente entre ellas, se siente caer lentamente entre el robot y el niño, en la locura»; y termina con la siguiente esperanza: «Yo creo que es mayor la fuerza de la sangre que la del dinero, más larga la vida natural que la de los robots, más sólida “la casa” que “la empresa”».
Félix M.ª Martín Antoniano