La historia en torno al 25 de mayo de 1809 está repleta de propaganda, algo necesario de desmitificar y de la manera más rigurosa posible. Diversos escritores cuentan con aportes importantes para ayudarnos en esta labor tan colosal.
Lo que se da por sentado es que los malos fueron Ramón García de León y Pizarro (presidente de la Real Audiencia de Charcas), Benito María Moxó y Francolí (arzobispo de La Plata), José Manuel de Goeyeneche (representante plenipotenciario de la Junta Suprema de Sevilla) y Santiago de Liniers (virrey del Río de la Plata). Por otro lado, se señala como los buenos a los sublevados, entre ellos intelectuales y autoridades embriagados de ideología.
Desde 1797, un envejecido y débil Pizarro presidió la Real Audiencia de Charcas, y junto a Mons. Moxó y el virrey Liniers sufrieron constante difamación y obstaculización a su labor administrativa. Sus más fervientes opositores fueron los 5 oidores de la audiencia: José Agustín de Ussoz y Mozi, Miguel López Andreu, José Vázquez Ballesteros, José de la Iglesia y Antonio Boeto.
En su libro La independencia de Bolivia Jorge Siles Salinas describe a Pizarro como «hombre benévolo y transigente». Además, aclara: «El verdadero poder despótico estaba en la Audiencia, no en el presidente». De hecho, Gabriel René Moreno afirma en Bolivia y Perú: notas históricas y bibliográficas que la Revolución de 1809 fue realizada «en odio personal al presidente de Charcas y al virrey de Buenos Aires».
En 1808, el brigadier arequipeño Goyeneche llegó a La Plata como representante de la Junta de Sevilla, con la intención de obtener el reconocimiento de esta institución de gobierno. Los oidores de la Audiencia de Charcas, preocupados, mandaron a «no hacer novedad» de esto, es decir, que no se difunda la noticia.
Además de esta grave ocultación, ellos hallaron la ocasión perfecta para hacer caer a Pizarro y a quienes lo apoyaban: aseguraron que Goyeneche traía cartas de la infanta portuguesa Carlota de Borbón, en las que ella anunciaba su pretensión de usurpar el gobierno de las Indias españolas. Como afirma Enrique Finot en Nueva historia de Bolivia: «Para robustecer su posición, la audiencia dio pábulo a la insinuación de que Pizarro y Moxó eran partidarios de la infanta y que por eso se prestaban a complacer a Goyeneche».
Debido a la frecuente tensión alimentada por reuniones ilegales, rumores y agitación de las masas, el presidente Pizarro pidió ayuda a Francisco de Paula Sanz, intendente de Potosí, para sofocar una posible rebelión. Los oidores de Charcas, con su hábil retórica, convencieron a Sanz de que no había de qué preocuparse, por lo que él regresó a tierra potosina.
De esta manera, el 25 de mayo se ordenó apresar a los cabecillas, pero los enviados solo lograron capturar a Jaime de Zudáñez. Por otro lado, los insurgentes protestaron, alimentados por la idea de que Pizarro y sus simpatizantes apoyaban la posible ocupación portuguesa, mientras que a los gritos de vivas al Rey Fernando VII, una multitud engañada apedreaba instituciones, tomaba cañones y apresaba al presidente de la audiencia.
Las palabras del historiador tarijeño Luis Paz son esclarecedoras al respecto, pues en su libro Historia general del Alto Perú, hoy Bolivia, brinda un dato muy revelador acerca de los oidores de la audiencia: «Nadie mejor que ellos conocía que la supuesta intención de Pizarro de entregar estas provincias a la Carlota era una calumnia inventada por ellos mismos». En suma, «se dejaron arrastrar por su orgullo herido, que es la pasión más fuerte y ciega, sin calcular hasta dónde iban a ser conducidos».
Además, Paz plantea una respuesta contundente a las objeciones contra este argumento: si los oidores de la audiencia eran fieles al Rey, debían ser los más acérrimos monarquistas. Pero durante el avance de la Revolución, ellos formaban parte del bando sublevado, mientras que el bando realista contaba con los simpatizantes de Pizarro.
Puntualmente, cabe recalcar que los sublevados eran partidarios de la Ilustración. Por ejemplo, Carlos Mesa admite en el libro Historia de Bolivia que Bernardo de Monteagudo «era un revolucionario de ideas muy extremas, pudiendo considerarse un jacobino».
Como siempre brillante, Siles Salinas resume qué fue lo que sucedió realmente en Chuquisaca. El historiador asegura: «Queda claro que ese suceso revolucionario fue fruto de laboriosos trajines en los que participaron los miembros de un pequeño grupo integrado por abogados e intelectuales que fueron preparando secretamente el proceso que conduciría a la ruptura de los vínculos coloniales».
No nos engañemos: lo acontecido en Chuquisaca el 25 de mayo de 1809 no fue un levantamiento popular, sino una conjura planificada y ejecutada por liberales, engañando a las multitudes con pasquines y rumores. Ojalá más historiadores profundicen en esta idea rompiendo con el historicismo y el nacionalismo recalcitrantes que tanto daño hacen a la recta interpretación de la realidad.
E. Zúñiga, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista.