La inflación ha llegado en julio al 10,8%, con lo que llega a un nuevo máximo que no se repetía desde septiembre de 1984. Y no es el único indicador que bate su propia penosa marca, para alcanzar —si se confirma— la cota de enero de 1993: la tasa de variación anual estimada de la inflación subyacente, que es el índice general calculado sin alimentos no elaborados ni productos energéticos, también ha aumentado seis décimas, hasta situarse en el 6,1%.
En junio alcanzó el pico con una tasa anual del 10,2%, el nivel más elevado en 37 años, lo que hizo sonar las alarmas de la crisis y precipitó un nuevo plan de medidas del Gobierno, que incluyó un impuesto temporal para los beneficios.
El meteórico ascenso del IPC con el drástico empobrecimiento del español de a pie, es también la historia de las mentiras de la Ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño. En septiembre de 2021, cuando el IPC cerraba en el 4%, afirmaba con total desfachatez que nuestro empobrecimiento no era una de sus preocupaciones: «la inflación no me preocupa a corto plazo» porque «no es exorbitante». En noviembre de 2021, cuando el IPC terminaba el mes con el 5,5%, la Ministra de la mentira nos contaba el cuento de que la subida de la inflación respondía a un «fenómeno transitorio».
Y el Presidente, político que encarna a la perfección el sistema, no podía ser menos en la fiesta del embuste. Así, hace apenas unos minutos, en su comparecencia de final de curso, usa la demogresca —como diría Juan Manuel de Prada— para arremeter contra la oposición, contra la patronal, contra las eléctricas, contra las entidades financieras… y las fuerzas del mal que le sustentan.
Recordemos el principio de Raúl Castro: para los problemas de la revolución… ¡más revolución! Así es desde la Transición: miento porque gobierno; mientras tanto la pobreza se va instalando en nuestras mesas.
Agencia FARO, Círculo Tradicionalista de Baeza. R. Gómez Bastida