Carlos Alberto Sacheri, mártir de la verdadera paz

A la izquierda de la imagen, Widow. A la derecha, Sacheri

En este XLVIII aniversario del asesinato de Carlos Sacheri, publicamos como homenaje este artículo que apareció en EL MERCURIO de 7 de enero de 1975 y que nos ha remitido Juan Pablo Timaná desde el Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín.

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El domingo 22 de diciembre, en el barrio bonaerense de San Isidro, cuando volvía de misa con su mujer y sus hijos, fue asesinado.

El 7 de marzo de 1974, al redactar el estudio preliminar a unas obras del padre Julio Menvielle, su maestro muerto pocos meses antes escribía que «el retomo pleno al ideal cristiano de la vida» es lo único que puede devolvernos la paz, «la auténtica y única Paz, que anuncia el apóstol San Pablo a quienes aceptan morir en Cristo, para resucitar con Él».

Sabía que, en los últimos meses, por hacer lo que hacía arriesgaba la vida. Y lo que hacía era procurar para la Iglesia y para su Patria el recto orden fundado en la Redención y en la ley natural. En esto trabajaba sin sentirse profeta ni arrogarse secretos mesianismos, pues la raíz de toda su acción era la obediencia, forma infalible de la humildad: obediencia a Dios y a su Ley, obediencia a la Iglesia, obediencia a la tradición de civilización que da esencia a una patria.

Esa acción suya tenía, además, dos características fundamentales.

Era la primera, el tener por fuente una formación intelectual excepcional. En sus tiempos de universitario y después siguió durante diez años, semana a semana, al padre Menvielle en la lectura y estudio de Santo Tomás de Aquino. Por esto, su conocimiento de la obra del Doctor Angélico no era sólo el que tiene un buen profesor de filosofía, que lo era, sino el del hombre que se ha compenetrado con una doctrina hasta connaturalizarse con ella, haciéndola de esta forma principio práctico de vida. Después dio título a sus estudios filosóficos, consiguiendo la licencia y el doctorado de la Universidad Laval de Quebec, bajo la dirección de Charles de Koninck. Era una de esas raras personas con inteligencia certera y clara de los principios y que, por lo mismo, transmiten confianza y seguridad a los que trabajan con ellas. Por esto, el papel de Carlos Sacheri en el intento por recuperar para Argentina el orden justo y la paz era fundamental. Sabían a quién mataban.

La segunda característica es también rara entre quienes trabajan por la misma causa por la que vivió y murió Carlos Sacheri: la perseverancia. No era de los hombres que actúan al son de entusiasmos, sino de los que, conociendo un fin y queriéndolo, se dirigen hacia él con serenidad, venciendo obstáculos y comunicando ponderación allí donde la euforia o el desaliento circunstanciales de los otros desdibujan la objetividad de la tarea por hacer. Fue una de esas personas excepcionales que nunca cedió a ese «cansancio y deserción de los buenos» de que tanto se lamentaba San Pío X.

Lo que ha dejado escrito es poco, si se lo compara con la huella que deja al morir en sus cuarenta años de edad. Los títulos dan una idea de sus principales preocupaciones: «Función del Estado en la economía social»; «Estado y educación»; «La Iglesia y lo social»; «Naturaleza humana y relativismo cultural»; «Naturaleza del Magisterio» y por último, el libro en que denuncia, con profundo conocimiento y mucha caridad, la erosión y autodemolición de la Iglesia Católica, «La Iglesia clandestina», publicado en 1970.

Cuarenta años de edad, siete hijos, el mayor de trece años. Muerto de un tiro cuando volvía de misa. Lo único que puede dar sentido a esto, lo único que puede impedir que brote, en los que fuimos sus amigos la desesperación, el odio, el resentimiento, es la fe, esa misma fe por la cual vivió sabiendo que arriesgaba por eso la vida. Pero no basta sólo la fe en la vida del alma que perdura después de la muerte. La única fe capaz de consolar, porque es la fe en la justicia de Dios es aquella por la cual sabemos que hay la resurrección de la carne, de los cuerpos, y que es en esta tierra, esta tierra por cuyo bien sufrimos y nos desvelamos, donde se hará en definitiva Justicia de la que nada escapará y que reserva un premio a los que acepten morir en Cristo: resucitarán los primeros para reinar con Él (Tesalonicenses 4, 13-18). Esta es la fe, gracias a la cual podemos esperar.

Morir en razón del testimonio de la fe es lo que define, en propiedad, al mártir. La muerte de Carlos Alberto Sacheri ha sido, en propiedad, la de un mártir. Habiendo él accedido a esa «única Paz, que anuncia el apóstol San Pablo a quienes aceptan morir en Cristo, para resucitar con Él» roguemos a Dios que, por su intercesión, conceda a la Iglesia y a nuestras patrias gozar de esa misma Paz.

Juan Antonio Widow