Crítica y análisis del «¿Choque de civilizaciones?» de Samuel Huntington

LOS «ESTADOS-CIVILIZACIÓN» NO ESTÁN PREDETERMINADOS Y ES UNA EXPRESIÓN QUE PUEDE GENERAR CONFUSIÓN

Cuando el politólogo estadounidense Samuel Hungtinton (1927-2008) escribe en 1993 el artículo «¿Choque de Civilizaciones?» lo hace antes de la noción de un «terrorismo global» que habría dado comienzo con los ataques del 11-S en 2001. En el artículo habla de un futuro lejano a la visión eufórica que tanto había calado en el mundo estadounidense y su esfera occidental, una fomentada a su vez por analistas diplomáticos como Francis Fukuyama en su famosa y ya desacreditada obra El fin de la historia.

El argumento principal de «¿Choque de Civilizaciones?» de Hungtinton sugiere que el colapso de la URSS y el Pacto de Varsovia no llevará al triunfo de la democracia liberal y la «occidentalización» del resto de países que aún no estuvieran regidos por esta forma de gobierno; no sólo eso, sino que además los desarrollos que se estaban produciendo en tecnología e interconexión con la «globalización» darían lugar a un mundo en el que la «Batalla de las Ideologías» quedaría relegada al siglo XX, tomando más importancia la búsqueda de una regionalización o unión frente a otros. Esto llevaría a la confrontación entre civilizaciones, estados unidos por una historia, una cultura y una religión común. De esta conclusión, Hungtinton señala 9 civilizaciones que entrarían en choque: La occidental, la «ortodoxa», la budista, la islámica, la hindú, la hispanoamericana (que afirmaba accesoriamente podría ser parte de la occidental), la confuciana y la sintoísta.

Pues bien, aquí se tratará la cuestión acerca de su viabilidad con la perspectiva de unos 30 años después de la publicación de esta obra y sus críticas.

En primer lugar, los puntos positivos y que efectivamente podemos afirmar como que se dieron, es en materia de terrorismo global, como el caso de los efectos que tuvo el islamismo sunita reuniendo gentes de estados enormemente alejados e incluso una búsqueda de abolir esas fronteras estatales (ISIS). De igual modo, se han dado acuerdos, búsquedas de hojas de ruta común, asociaciones de investigadores y cooperadores entre estados con civilización común.

Pero esto no deja de ser superficial: si bien hay multitud de organismos y propuestas para marcos de operación conjunta, la realidad es que muy pocos han sido exitosos recientemente, y los que se autoproclamaban como tales (la Unión Europea) se encuentran en mayores dificultades para su supervivencia que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. La realidad es que la supuesta hermandad de estados con civilizaciones comunes no ha evitado el conflicto y la guerra abierta entre Rusia y Ucrania (la naturaleza de las élites ucranianas es otra cuestión) pero en cambio entre la primera y Bielorrusia está dando lugar a una relación muy fructífera.

La razón de este fracaso parcial se debe a que esa idea de civilización puede hasta cierto punto ser moldeada, promovida, restringida, manipulada… e incluso pueden darse identidades culturales que entran en conflicto entre sí, y las conclusiones que saque Francia sobre su idea de Occidente (cultura por otra parte, inexistente, si nos referimos en cuanto a Occidente a los fenómenos políticos liberales de finales del siglo XVIII) será naturalmente conflictiva con la de Polonia. La realidad es que, pese a todo, el Estado como tal no sólo no ha perdido peso, sino que tiene una capacidad totalizadora y de monopolizar en cierta medida lo que se entiende por cultura común; por ello una parte de Ucrania es fervientemente europeísta y la otra es más favorable a la eslavofilia.

Hay muchas categorías de estado civilización que menciona Huntington que directamente son incomprensibles: una civilización africana o subsahariana no tiene ninguna probabilidad de salir adelante teniendo en cuenta las enormes diferencias lingüísticas, culturales, étnicas que hay entre estos estados, con una buena parte de los mismos con graves conflictos de carácter étnico como en el genocidio de Ruanda; sin mencionar que fuera de algunas excepciones todos estos estados están en un nivel de pobreza extrema, en guerras civiles o cercanos a un colapso estatal, y que además nunca ha existido un precedente o suerte de marco común cultural, fuera de una experiencia de «opresión» no hay nada que les una.

Ahora bien, hemos establecido que los estados-civilización están lejos de ser algo inevitable o que su triunfo frente al statu quo de 1991 esté asegurado, no obstante, como idea pueden ser en determinadas circunstancias la mejor alternativa a toda aquella aglomeración de estados que pretenda tener algo de poder en el mundo internacional, y, sobre todo, tener el privilegio de jugar fuera de las reglas impuestas por la Gran Potencia actual, E.E.U.U. No obstante, que exista una civilización común e incluso su voluntad de cooperar conjuntamente no hace, en mi opinión, de la ideología o creencia una cuestión accesoria. Es esa definición de valores, cultura común, y fines a alcanzar la que perfilaría el Estado civilización. Por ejemplo, uno de los pocos casos existentes y relativamente exitosos que tenemos a día de hoy de un Estado civilización es la China misma, al menos la China comunista (República Popular China).

Es cierto que tanto la élite gobernante como al extranjero el chino tiene unos valores independientes al régimen político, por ejemplo, una mentalidad confuciana, una conciencia de ser los herederos de una cultura milenaria… Sin embargo, de existir China bajo cualquier otro régimen político, ¿tendríamos la misma impresión que se tiene de ellos, estarían en la misma posición, tendrían un nivel cultural más elevado? Es obvio que, si bien ciertos objetos superficiales sobrevivirían, nuestra percepción del mismo y su presencia sería diferente. Un gobierno que no hubiera iniciado la Revolución Cultural, el Gran Salto Adelante o la política de un solo hijo sería totalmente diferente. Una China que hubiese realmente buscado preservar sus costumbres milenarias sería más parecida un Japón que aquellas imágenes de vez en cuando aparecen en las redes sociales de ciudades chinas un tanto distópicas.

En fin, que la idea de la representación de los estados-civilización como idea, si bien es un concepto en desarrollo y que encuentra popularidad, los estados-civilización no están predeterminados y es una expresión que puede generar confusión, como el caso de la visión de una civilización occidental como unidad. Del mismo modo, un estado-civilización aún siendo exitoso puede adquirir formas políticas que lejos de ser beneficiosas para el bien común de la sociedad sean incluso malas, como es el caso de la India, por ejemplo.

Por otra parte, el concepto del Estado-Civilización no puede ser una mera abstracción de quien ambiciona la grandeza internacional de su estado o cultura; ésta no prosperará o será una bastardización de la civilización que se supone representa si a su vez no reconoce las diferencias y un marco para el desarrollo particular de cada región o estado de su propia particularidad.

 

José León

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta