La tibieza de los cristianos

«Si las personas que se llaman buenos cristianos continúan abatidas por los suelos, nuestra Francia ya no tendrá más mártires»

Pocos han visto con mayor claridad las causas profundas de la decadencia de la fe y crisis de la Iglesia como Sor María de la Cruz, víctima de Jesús, más conocida por el nombre de Melania Calvat, pastora de La Saleta.

Alma totalmente entregada al amor de Dios, tuvo una vida que guarda cierta semejanza con la del P. Pío de Pieltrecina: fue bendecida con los estigmas, con el don de ver en el interior de las almas, así como con una vida mística de gran profundidad, que ella se esforzó con todo su empeño por que permaneciera oculta a los ojos del mundo, y que se conoce gracias a la insistencia y requerimientos de quien fuera su último director espiritual, el abate Gilberto Emilio Combe.

La Aparición de La Saleta, cuando contaba con apenas quince años, fue el acontecimiento que señaló el rumbo de toda su vida, llena de cruces y sufrimientos por la guerra que al secreto y regla de una nueva orden religiosa, revelados por la Santísima Virgen a Melania, hicieron la mayor parte de obispos y sacerdotes franceses, que prefirieron servir al espíritu concordatario y acuerdista, a las concesiones al liberalismo y la masonería, en vez de Dios, la Iglesia y al Papa. A este respecto conviene señalar que el Secreto de La Saleta nunca ha sido en verdad condenado y que los Papas de Pío IX a Pío XII han creído en su veracidad.

Melania mantuvo una correspondencia epistolar intensa con distintos sacerdotes y religiosos en la que demuestra una penetración de la realidad del mal que aflige a la Iglesia solo comparable con la del Arzobispo Lefebvre o el dominico Alberto María Weiss. A guisa de ejemplo les proponemos a nuestros lectores la siguientes líneas extraídas de una de sus cartas al canónigo Brandt, para ser exactos la n.º 244, del 28 de noviembre de 1882.

«Si las personas que se llaman buenos cristianos continúan abatidas por los suelos, nuestra Francia ya no tendrá más mártires. Me indigna ver que ya no tenemos fe; no, nada de fe. Así pues, ayer leí en Le Pèlerin que los destructores de cruces habían entrado en una escuela religiosa para quitar la cruz “y las monjas rezaban por esos desgraciados”. – Dios mío, yo sentí el deseo de rezar por esas religiosas, que saben muy bien que Cristo es su Padre, su Esposo, su Amigo, su Salvador, su Juez y su recompensa en la eternidad. ¡Pues cómo! ¡Que no haya habido ni una sola de ellas que haya tomado la defensa de su DIOS crucificado! ¡Ni una sola que tomara la cruz en sus brazos y dijera a esos desgraciados: “¡Me romperéis las manos y los brazos, me encarcelaréis y me quitaréis la vida si queréis, pero no insultaréis a mi DIOS, que será mi Juez y el vuestro!” No, se les ha dejado hacer. Es increíble… A esto alguno me ha respondido: “Si hubieran hecho eso, les habrían cerrado la escuela.” ¡OH DIOS! ¿Acaso este ejemplo no habría hecho un mayor bien a los niños y al público? ¿Acaso los mártires y los apóstoles no podrían haber dicho también: “Si morimos, ya no podremos enseñar al pueblo”? No, sino que ellos tenían la fe y el fuego del amor de DIOS en el corazón, y su celo estaba rectamente ordenado, mientras que nosotros no tenemos ni fe ni celo, y por lo tanto no tenemos amor a DIOS. Es increíble; ya no entiendo nada. Ya no amamos al buen DIOS en Francia: ¡pobre Francia!»

Creemos huelga todo comentario, qui potest capere…

 

Elías Jiménez, Círculo Tradicionalista Ramón Parés y Vilasau (Barcelona)

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