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El profesor René Antonio Mayorga analizó la dinámica del poder producto de la Revolución del 52 en un artículo publicado en el libro Bolivia en el siglo XX: la formación de la Bolivia contemporánea. De acuerdo al artículo, durante tres periodos de gobierno intercalados entre Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y la Central Obrera Boliviana (COB) compartieron la dirección del régimen, no siempre llegando a acuerdos satisfactorios.
Según indica Mayorga, la COB «estuvo en condiciones de ejercer un poder de influencia y control extraordinario sobre el gobierno», luego de organizarse rápidamente tras la toma del poder por el MNR. Por ejemplo, el grupo logró armar milicias obreras que concentraban buena parte de la violencia estatal en detrimento del Ejército boliviano.
Mayorga asegura que este modelo de cogobierno fue único en la historia hispanoamericana y lo denomina «de tipo corporativo». En este sentido, mientras que la élite partidaria del MNR quiso fortalecer al Estado, el movimiento sindical priorizó la gestión social. El impacto de dicho régimen es descrito así: «Este modelo hizo posible que la COB desarrollara un enorme poder de veto contra las políticas de gobierno que transcendió la caída del MNR y sobrevivió hasta la transición democrática».
Es curioso notar que, a diferencia de las revoluciones rusa, china o cubana, el MNR no instauró ninguna «democracia revolucionaria», debido a que sus prioridades giraban en torno al desarrollo económico. Quizás por este motivo, la Revolución del 52 no sea un acontecimiento histórico tan conocido en el extranjero. Según asevera el artículo citado, el partido siguió las reglas del juego para la sucesión del poder y ni siquiera abrogó la constitución de 1947; tampoco se propuso reformarla.
Sin embargo, la continuidad normativa del MNR contrastó con la arbitrariedad de ciertas acciones impulsadas desde el régimen. Algunas de ellas fueron: la presión constante de los sindicatos mineros, la ocupación violenta de tierras en el campo y el desplazamiento de las Fuerzas Armadas por las milicias obreras y campesinas.
De hecho, Juan Lechín, ministro de Minas de Víctor Paz en su primer gobierno, declaró oficialmente en varias oportunidades que la Revolución no necesitaba del Ejército y que las milicias armadas eran suficientes. Estas sentencias tienen su antecedente en la Tesis de Pulacayo, un documento publicado en 1946 en que se sentaba las bases para la acción futura del MNR, algunos de cuyos principios fueron la destrucción del Ejército y la formación de cuadros obreros armados.
Por otro lado, el MNR no logró consolidar su unión como grupo político, porque en realidad constituía un conjunto de grupos a veces discrepantes entre sí. Particularmente, se dividió en tres partidos y varias facciones desde 1960, factor que propició su derrocamiento cuatro años más tarde.
Esto explica por qué el MNR no fue intransigente en el plano ideológico, a pesar de que, al menos en el discurso, trató de imitar a los regímenes de México y Argentina en su época. Este partido profesó un nacionalismo democrático con base en la alianza de clases. Es evidente que, a diferencia de otros nacionalismos más radicales y fascistoides, el MNR no llegó a consolidar una cohesión interna que le permitiera resistir a los embates de la COB y de su propia ambigüedad ideológica.
En una próxima entrega, daremos unas pinceladas finales a esta reflexión para orientar al lector mediante conclusiones. Esto se hará sin pretender tener la última palabra y siempre alentando a futuras investigaciones para consolidar una correcta perspectiva a la hora de evaluar los hechos.
E. Zúñiga, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista.