A la vista de esa descripción, cualquiera pensaría que el objetivo de Douglas consistiera en poner la capacidad productiva de una comunidad a pleno rendimiento (lo cual, por cierto, no se diferenciaría del famoso «desarrollo» o «crecimiento económico» a ultranza estúpidamente pregonado por el sistema keynesiano, y, en general, por todos los «economistas ortodoxos»). Lo que simplemente decía Douglas es que la finalidad de todo sistema económico es la simple producción de bienes y servicios deseados por la comunidad política, así como su efectiva ulterior distribución. Si el propio sistema económico, a través de sus procesos de producción, no distribuye suficiente poder adquisitivo para cumplir aquel único objetivo, es lógico que la solución debía consistir en compensar esa insuficiencia financiera con nuevo dinero surgido del propio sistema financiero y al margen del susodicho proceso productivo, nada más. Si el sistema productivo produce bienes por valor de cincuenta mil millones, y con esos bienes se satisfacen las necesidades de la población, no hace falta subir la producción en acto de la comunidad hasta crear bienes por valor de cien mil millones, aunque en potencia se tuviere capacidad para hacerlo. Lo único que haría falta sería aumentar el poder adquisitivo de la población hasta los cincuenta mil millones, en caso de que ésta no hubiese recibido dinero suficiente para los bienes, cumpliéndose así su efectiva distribución.
Continúa Belloc diciendo: «Cómo se propone hacer funcionar el esquema, lo veremos más tarde cuando vengamos a considerarlo en detalle». Como hemos dicho, Belloc nunca llegó a cumplir este propósito. Pero en seguida realiza esta interesante confesión: «Por el momento bastará con decir que tiene la gran ventaja sobre los otros dos [pseudorremedios] de que no explota a los hombres ni los degrada. No hay nada de servil en él. El hombre, con su ticket crediticio al final de la semana, que le da poder adquisitivo además de sus salarios regulares, suficiente para comprar, digamos, un buen abrigo, realiza su elección del artículo tan libremente como el más rico de los hombres que compra lo mismo bajo nuestras presentes condiciones. El asalariado vivirá (de acuerdo con los proponentes del Esquema de Crédito Nacional) de la misma manera que lo hacía antes, pero solamente con esta diferencia: que tendrá un mucho mayor satisfactorio ingreso a través de la posesión de un mayor y regular poder adquisitivo».
Realmente no conseguimos entender esa reticencia de Belloc hacia una aplicación o praxis financiera convenientemente corregida y rectificada que habría de producir resultados generales en perfecta concordancia con las verdades de filosofía social defendidas por él, y que no son en definitiva sino las verdades de derecho natural cristiano en materia social. Belloc siempre estuvo en contacto con las formulaciones de Douglas desde los primeros años en que éste comenzó a divulgarlas en el famoso semanario The New Age durante la etapa en que fue dirigida por el conocido editor A. R. Orage. Sus dudas técnicas aparecen recogidas en los números de 27 de Octubre de 1921, y 9 y 23 de Febrero de 1922, y convenientemente respondidas y aclaradas. Creemos que la clave de las vacilaciones de Belloc reside en lo que ya expusimos en nuestro artículo «Sobre la restauración de una sociedad fundamentalmente propietaria», en donde recogíamos unas palabras de Belloc publicadas en su libro La restauración de la propiedad, en el cual afirmaba que a él sólo le interesaba un restablecimiento de la independencia y seguridad económicas a través de una restauración directa de la propiedad, en contraposición a una posible restauración indirecta por medio del propio sistema financiero debidamente rectificado al servicio de las familias de la comunidad política.
Belloc termina su breve crítica diciendo: «Como veremos, cuando vengamos a los detalles de este esquema unos pocos artículos adelante, hay mucho que decirse contra él, y ésa es la razón por la que lo he llamado falso remedio; pero no es falso en el sentido de que sea moralmente malo o inhumano. No roba a nadie; en teoría no oprime a nadie. Ni siquiera da órdenes a nadie». Por desgracia, repetimos, aquellos buenos deseos de «venir a los detalles» no se verificaron. Pero siempre quedarán en esta crítica, paradójicamente, todos esos loables calificativos y epítetos hacia los buenos efectos sociales producidos a partir de los principios enunciados por Douglas, que habrán de servir para animar a los católicos de bien a profundizar aún más en estos últimos, rechazando al mismo tiempo tanto el capitalismo clásico defendido por los libertarios, como el capitalismo socialista fabiano auspiciado y promovido por los tecnócratas estatistas.
Félix M.ª Martín Antoniano