El magisterio de la Iglesia y el naturalismo económico (V)

la fisiocracia imprimió carácter indeleble a la filosofía económica moderna

Hemos estado viendo como los pilares de la economía moderna se asientan sobre el naturalismo y la persecución de fines meramente individuales en el plano exclusivamente material.

Una vez vista la actualidad de la herencia fisiocrática en la génesis de este pensamiento económico liberal, nos iremos adentrando en el universo de sus continuadores. Pero antes debemos sumergirnos por última vez, a modo de conclusión, en el universo fisiócrata y su legado. La tesis que defenderemos es que, si bien la fisiocracia, en su sentido más genuino, quedó agotada en los Quesnay, el marqués de Mirabeau, Condillac o Turgot, y definitivamente periclitada con el advenimiento del industrialismo, que privó a la agricultura de su papel preponderante en favor de la industria y el comercio, su estela permaneció viva en los teóricos posteriores, especialmente por lo que respecta a su naturalismo, o ideología deformante del concepto clásico de ley natural.

Y es que la fisiocracia modeló la forma mentis creyente en un orden espontáneo y una moral sobre la base del interés personal. Veamos lo que dice Mirabeau al respecto: «Todos somos o nos creemos libres en nuestra esfera, y todos vamos arrastrados por el deseo de nuestro propio bien a cooperar al bien universal». Asimismo, el propio aristócrata afirma que «no hay más que una producción y un consumo en el mundo»; introduciendo así el cosmopolitismo que fundaría la base de la libertad ilimitada de comercio y las sinergias del comercio internacional.

Como decimos, no estamos afirmando que Adam Smith y lo que viene tras él sea un continuum respecto de la fisiocracia, pues grandes son las diferencias con ella. Lo que queremos poner de manifiesto es que la fisiocracia imprimió tal carácter a la filosofía económica moderna, que su marca indeleble fue heredada por los doctrinarios posteriores en muchos aspectos nucleares del pensamiento económico. La economía sería vista, a partir de entonces, como una ética del interés personal y de un hombre que, con tal que se le deje actuar libremente en una sociedad que le respetase, «realizaría espontáneamente el orden, la justicia e incluso la beneficencia», como atinadamente expresa René Gonnard en su «Historia de las doctrinas económicas».

Además, la fisiocracia introduce el componente psicologista en el análisis económico. El estudio de la economía como disciplina se focaliza en el modo de actuar de acuerdo a unas supuestas normas que desembocan en conductas universalmente aceptadas, anticipando así el nacimiento de la pseudociencia denominada «praxeología», explotada por los teóricos de la Escuela Austríaca de economía.

Sin ir más lejos, Turgot, considerado por algunos como «el psicólogo» de los fisiócratas, defendió la libre tasa en el interés de los préstamos, fundada en la libertad de prestar o no: tal como afirma en su «Memoire sur les prets d’argent»: «como es suyo [el capital], está en libertad de conservarlo; nada le obliga a prestarlo, y si lo presta, puede poner al préstamo las condiciones que quiera». Prueba evidente de que, por más que se hable de la naturaleza y de una cierta «ley natural», no se entiende al modo clásico (en que el dinero es estéril naturalmente), sino al modo del impulso interior del hombre hacia la mejora de su bienestar individual. Es ese impulso, y no la naturaleza de las cosas, la nueva «ley natural» de los economistas modernos.

Condillac, por su parte, en su «Tratado de las sensaciones», sustituye la metafísica en la economía por el estudio de los fenómenos y la acción humana en términos puramente positivos. Comprender la acción humana (afectada por el pecado original, añadimos nosotros), para derivar de ella una ley económica universal, de modo que no puede sino concluirse que el pensamiento moderno erige una economía donde la herida original es ensalzada. Así, una de las conclusiones de Condillac es que en los intercambios no debe observarse más la justicia conmutativa, es decir, la igualdad aritmética de las prestaciones; por el contrario, en la negociación sobre la base de los intereses individuales de cada parte, ambas partes ganan. Dicho con otras palabras, existe una especie de valor intangible aflorado por el libre cambio, que no estaba presente en las cosas cambiadas antes del intercambio. Es decir, basta con dejar al hombre libre para satisfacer su instinto de conservación y enriquecimiento, para que la sociedad en su conjunto prospere. La primacía del valor subjetivo y del interés individual sobre la justicia está pues, servida.

La fisiocracia es, pues, una doctrina que, pese a quedar obscurecida por el desarrollo burgués posterior, y la consiguiente revolución industrial, ha dejado un marcado regusto en las doctrinas económicas que le han sucedido, sentando un antes y un después en la ciencia económica que posteriormente desarrollarían personalidades como Adam Smith y los adalides de la Escuela Austríaca, cuyo naturalismo, cosmopolitismo, utilitarismo, empirismo o psicologismo son herencia genuina de la fisiocracia, por más que renieguen de no pocos de sus postulados de política económica.

(Continuará)

Gonzalo J. Cabrera,  Círculo Abanderado de la Tradición y Ntra. Sra. de los Desamparados de Valencia

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