La política social distributista de la Iglesia (y IV)

Belloc realiza la siguiente aserción (op. cit.): «En sus líneas generales la función del crédito […] es la siguiente: Los medios de producción y cambio, y el dinero mismo, pueden ponerse en movimiento sólo por medio de los Bancos. En una comunidad moderna altamente industrializada, y en Inglaterra por sobre todas, los bancos forman un monopolio que decide qué maquinaria debe ponerse en movimiento para la producción de qué riqueza, en qué cantidad y por quién. En las manos de esas instituciones de crédito se encuentran en proporción creciente las fuerzas naturales y los instrumentos de producción y los almacenes de mercancías sin las cuales nada puede hacerse; y a discreción del banco está la distribución como por limosna del poder adquisitivo. La organización de ese sistema, tal como está desarrollado en la actualidad, después de sólo unas pocas generaciones y más particularmente en los últimos cien años, se ha convertido en universal y todopoderosa en los países altamente industrializados y especialmente en Inglaterra. Todos los pagos de cantidades insignificantes se hacen actualmente por medio de cheques [hoy diríamos transferencias bancarias], y prácticamente toda iniciativa depende del apoyo del monopolio bancario, el que emite o se rehúsa a emitir la promesa de pagar los cheques [o las transferencias]. El crédito bancario en circulación, siendo alrededor de diez veces el valor de los depósitos reales [= reservas en moneda metálica], tiene en su mano la válvula reguladora de toda la maquinaria económica. No vale la pena intentar la restauración de la propiedad, aquí en Inglaterra ahora, hasta que no hayamos dado al pequeño propietario algún poder de reacción contra ese amo universal».

Esta última frase supone una completa y absoluta rehabilitación del mismo Crédito Social previamente abandonado en el Prólogo «porque no se relaciona con mi objetivo». Hay que reconocer que Belloc, a diferencia de su más romántico e idealista colega Chesterton, tenía más los pies en el suelo y era lo suficientemente inteligente como para reconocer que el análisis de la cuestión del crédito o dinero es fundamental para cualquier intento serio de restablecimiento de un orden de Cristiandad. Tratándose de la principal herramienta usada por la Revolución para la progresiva destrucción de la vieja constitución social cristiana, es evidente que el Mayor Douglas tenía razón al considerar las correcciones y rectificaciones en la política financiera o crediticia como requisito sine qua non para el ulterior susodicho restablecimiento. Lo cual, por tanto, no es incompatible con la restauración de una sociedad en donde se difunda la propiedad y la libertad económica. Precisamente lo que hace esa corrección del sistema financiero es asentar las condiciones necesarias indispensables previas para que pueda ser agible cualquier intento de consecución posterior de ese objetivo esencial compartido por Papas, distributistas y creditistas sociales.

La única diferencia accidental entre Douglas y la doctrina pontificia está en la defensa de un complemento financiero que encuentra su justificación en los datos objetivos contables de la realidad físico-económica contemporánea. Pio XI fija tres condiciones que deben cumplirse al mismo tiempo para la fijación del salario: Primera, «hay que dar al obrero una remuneración que sea suficiente para su propia sustentación y la de su familia» (QA, §71); Segunda, «para determinar la cuantía del salario deben tenerse asimismo presentes las condiciones de la empresa y del empresario; sería injusto pedir salarios desmedidos que la empresa, sin grave ruina propia y consiguientemente de los obreros, no pudiera soportar» (§72); y Tercera, «finalmente, la cuantía del salario debe atemperarse al bien público económico [publico bono oeconomico]» (§74). En principio, pudiera parecer un rompecabezas poder compaginar todos estos distintos factores, y ciertamente lo es en las circunstancias generadas por el arbitrario manejo del crédito en nuestra época contemporánea, origen de la sempiterna y aparentemente insoluble cuestión social.

Es aquí, como decimos, donde entra en juego el análisis de la realidad económica y la consiguiente adecuación del sistema financiero a esa realidad, a fin de reflejarla correctamente en términos contables o financieros, en lugar de manipularla y distorsionarla como se viene haciendo a lo largo de nuestra era, no con un fin de enriquecimiento personal (como ingenuamente piensan muchos) sino como el medio más potente y eficaz para el dominio y control político. Douglas, a través del Dividendo y otros mecanismos financieros, complementa la vía del salario para la obtención del objetivo social distributista delineado por los Papas; pero no como medidas diseñadas a priori, sino como frutos lógicos y deducibles a partir de los datos objetivos de la propia realidad económica de la comunidad política.

Félix M.ª Martín Antoniano