Hispanidad e hispanismos

Cristóbal Colón en la corte de los Reyes Católicos, por Juan Cordero (1850)

La decadencia que nos anega favorece el cuestionamiento del estado de cosas, como es lógico. En esta tesitura, son muchos los que comprenden –siguiendo al cardenal Daniélou– la imposibilidad de un pueblo católico al margen de las instituciones o, mejor, en medio de un contexto «social» y «político» anticristiano. La Hispanidad aparece en este contexto como un imán de los deseos de supervivencia de los católicos, entendiendo que la concreción social, institucional y política de la religión, particularmente tras su canonización tridentina, es condición irrenunciable.

Sin embargo, ya nos es conocido que allí donde se sembró trigo el enemigo acecha para sembrar la cizaña. La Hispanidad se ha visto fagocitada por multitud de «hispanismos» que pretenden recoger la sana aspiración de un orden social cristiano, sirviéndose de ellos con banderas aparentes con portadores espurios.

La Hispanidad conlleva multitud de realidades. Inspiradas todas por el obsequio racional de la fe, el corazón de la Hispanidad es de naturaleza política. No quizás en sus orígenes, amparado el concepto en una lógica sustitutiva del sistema político encarnado en la Monarquía Hispánica; pero el análisis detenido y recto de la Hispanidad la convierte en inexplicable sin la realidad política que vertebró las Españas ultramarinas. Así, la Hispanidad se presenta como un instrumento que encauce las aspiraciones de los católicos en la restauración de la Ciudad Católica a modo de causa ejemplar e instrumental. En esto es obligado mencionar la dedicación de S. A. R. D. Sixto Enrique de Borbón, que ha condicionado una parte sustancial de su servicio político a las Españas al restablecimiento de vínculos y realidades que, poco a poco, van madurando y dando frutos. Prueba de ello son los numerosos círculos ultramarinos que integran el aparato de la Comunión Tradicionalista y de los que La Esperanza da buena fe; legado único en el panorama político que sólo el carlismo posee.

No obstante, tal y como recordábamos, el enemigo acecha. Y en esta tesitura han surgido numerosos «hispanismos» que, con sus cantos de sirena, han pretendido arrastrar a aquellos convencidos de la importancia restauradora. Así, por ejemplo, encontramos grupos identitarios que reducen la Hispanidad a cuestiones históricas o culturales, seguramente por la imposibilidad de asumir el peso político sobre la base de nacionalismos varios, sean españoles o ultramarinos. Por otro lado, encontramos grupúsculos a los que el nombre de escuela les viene grande –por su fundador o por la heterogeneidad disparatada de sus seguidores–, que pretenden una defensa de la materia sin la forma, de los materiales sin el arquitecto, de las instituciones sin la fe que los animaba. A este respecto, se presentan «hispanismos» vaporosos que confunden y pervierten el recto sentido de la Hispanidad, imbricado con la fe y la monarquía.

Los «hispanismos» se han constituido en verdaderas tentaciones que difuminan la militancia política de los católicos, disfrazando con etiquetas de pureza, vanidades personales o, simplemente, errores conceptuales. Ejemplo de estas corrupciones son la introducción de la Hispanidad en la falsa y mendaz «batalla cultural», o su conversión en nexo que favorezca la coexistencia de nacionalismos a uno y otro lado del océano. Los «hispanismos» transforman, pues, la Hispanidad en un cajón de sastre donde cabe todo, desde una confederación de naciones socialistas hispanas hasta la justificación de lecturas nacionalistas –revolucionarias siempre– operativas a la conservación, directa o indirecta, del estado de cosas.

La restauración de la Ciudad Católica es nuestro cometido, el contenido del apostolado del bien común al que somos llamados. La Hispanidad, así, se integra como instrumento restaurador del orden social cristiano, el cual no puede lanzar por la borda el legado de la Monarquía Católica. Legado no empleado tendenciosamente –deslizando que legado implica defunción del causante–, sino a modo de causa ejemplar que oriente nuestros esfuerzos en la verdadera restauración, inspirada por los principios cristalizados por la Monarquía Católica: el origen divino del poder, la sociedad entendida como conjunto de cuerpos sociales básicos precisos para el cumplimiento del fin intrínseco del hombre y poder personal y sacral. Si se prefiere más brevedad: Dios, Patria y Rey.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense